miércoles, 21 de diciembre de 2016

Juicio en el Conuco / Yare nueve semanas antes de Corpus Christi


Este relato lo escribí «tropicalizado» e inspirado en mis recuerdos sobre uno que leí hace muchos años llamado JUICIO EN EL MAIZAL (Ernest Shubirg / SDR abr´95), mi versión está ambientada en nuestra Venezuela 2016, y la ubico en el bello pueblo de San Francisco de Yare – cuna de los Diablos Danzantes, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde diciembre de 2012 - donde trabaje durante más de 22 años. Para Ustedes mi versión de… …







“JUICIO EN EL CONUCO”
aquella tarde me merecía una buena paliza…



La altísima humedad hace que en Los Valles del Tuy siempre haga calor y todos saben que eso empeora durante el mes de abril de cada año, pero particularmente aquel martes de Semana Santa parecía el más caluroso en la historia de San Francisco de Yare.



“Embrutecido por el calor” yo había perdido totalmente cualquier noción del tiempo. Estaba recargado en mi rastrillo, echando a volar la fantasía y soñando que estaba en un juego de pelota en el “estadio Efraín Rengifo del sector La Esperanza”. De pronto vi que mi abuelo se acercaba de prisa entre las hileras de matas, agitando una larga vara de guayaba que desde tiempos “ancestrales” llevaba con él a manera de «mandador».



-      “Peo a la vista” – pensé asustado.



En aquella Semana Santa de mis 11 años se respiraba en Yare, el mismo aire de crisis que en el resto de Los Valles del Tuy, de todo el estado Miranda o de cualquier rincón de Venezuela y como mi padre había conseguido una oportunidad como “bachaquero” en La Redoma de Petare, mi abuelo se hizo cargo de la mayor parte de los trabajos del conuco para que, además de lo que se rebuscaba mi papá con el bachaqueo, tuviéramos: jojoto, yuca, auyama, lechosa, ají, plátano, caraota o pimientos dependiendo de la fecha. Aquella tarde a mí me tocaba: ayudar a limpiar la tierra y abrir las zanjas para meter la caraota.

Y bien sabia que debíamos terminar hoy martes, ya que el abuelo como "Promesero", estaría - como todos los años - reunido desde antes del mediodía del miércoles, con la directiva de la Cofradía para revisar los detalles pendientes para las actividades del "Corpus Christi", que se lleva a cabo el noveno jueves después del Jueves Santo.

Aunque nunca fue "Promesero", mi padre respetaba y entendía lo importante que era la cofradía para el abuelo:

-         No dejes que ese “carajito te eche carro” – le había dicho antes de irse a Petare - Si es necesario, dale unos buenos coñazos. Últimamente le ha dado por andar “como ahuevoneado”.

Yo conocía a mi abuelo. Jamás estaba gritando o dando coñazos, como hacían los otros viejos del pueblo; ni siquiera nos golpeaba a mí y a mis primos, cuando le rompíamos la viejas tejas del techo al montarnos sobre el rancho «pa’ tumba mangos» en los meses de mayo y junio. Y mi abuelo era uno de los pocos hombres que yo había visto llorar. Lloró cuando «Huguito», nuestro perro, estuvo a punto de morir por una mordedura de Tigra Mariposa, y también cuando el mismo animal (acontecido aquel bicho) se enterró las púas de la cerca de alambre. Pero recuerdo que el día que más lloro fue cuando la Guardia Nacional le pego un tiro a mi primo Leonel – su nieto mayor – que según el viejo: «andaba con malas juntas». Un día le pregunte por qué a veces se le humedecían sus negros ojos, y me contesto: “Es bueno llorar de tiempo en tiempo. Según la Biblia hasta Jesús lloró”.



Después de casarse, se volvió uno de los miembros más activos de la Cofradía de Los Diablos Danzantes de Yare y de la Parroquia del Pueblo. «La Negra» - así siempre llamo mi abuelo a su mujer: mi abuela - contaba que Dios lo había ayudado a dominar su pésimo carácter y lo había vuelto sensible ante la gente y los animales. Siempre admire que los viejos que se sentaban por las tardes a charlar en la Plaza Bolívar, se pusieran de pie para estrechar su mano cuando lo veían pasar y lo saludaban utilizando solamente su apellido: «Buenas tardes Meneses». Uno de los momentos más bellos de mi infancia fue aquel en que lo oí decir al Párroco de Yare que quizá yo iba a ser su mejor nieto, porque me atraían “las cosas de la mente” (aunque yo solo pensaba en la pelota).



Y fueron “las cosas de la mente” las que se apoderaron de mí aquella calurosa tarde de Semana Santa. Mientras estaba apoyado en el rastrillo, manoteando de vez en vez para espantar las moscas, mis pensamientos andaban por el campo de pelota, más precisamente en un turno al bate con las bases llenas y perdiendo por tres. Absorto en mis sueños de pelotero, no me había percatado de que mi abuelo había dejado de cantar joropo en la parcela contigua. Pero al oír sus pasos y el roce de las matas con sus piernas, me puse a rastrillar, sin atreverme a levantar la vista.



-         Oye, chamo – me dijo “demasiado amablemente” - ¿Cómo está tu rastrillo el día de hoy?

-         Bien, abuelo – conteste sin entender la pregunta

-         No lo creo. Déjame verlo – dijo el viejo estirando la mano



Le di el rastrillo de mango corto que él mismo había hecho especialmente para mí, y de inmediato empezó a «hablarle golpeado» mientras lo sostenía frente a sus ojos con el brazo estirado:



-         Mira rastrillo del carajo, te envié aquí esta mañana con mi nieto para que trabajen el conuco. Sabes de sobra que necesitamos sembrar con la Luna Llena, y que yo mañana miércoles estoy con Los Diablos y no puedo venir pa’ el conuco. Y tú te la pasas jodiendo toda la tarde sin terminar el trabajo. Así pues, que debo corregirte.



Y entonces azotó el mango del rastrillo hasta que el «mandador de guayaba» se rompió entre sus manos.



-         A ver si ahora sí quiere colaborar - dijo, y me entregó el rastrillo

-         Yo creo que sí – le aseguré, y me puse a rastrillar el surco con una energía jamás vista en mí. – Ahora va a trabajar mucho mejor.



Mi abuelo se alejó. A unos cuantos metros se detuvo y dio media vuelta, y mirándome con sus ojos negros brillantes me dijo:



-         Yo ya le avisé a tu «mae» que hoy vas a cenar con nosotros. No te entretengas. Tu abuela está preparando una bandeja muy grande de «Cabello de Ángel», y tú sabes que «La Negra» se arrecha cuando llegamos tarde a la mesa.



Pterodáctilo Ancestral
Valles del Tuy, diciembre 2016

3 comentarios:

  1. sigues mejorando JRR... bien... no pares

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  2. Siempre tan oportuno mi amigo juan rodrigo, que Dios te siga colmando de logros y darnos la escritura para recordar, te cuento, no me acuerdo en que año fue,lo cierto es que estando en la manada de San Cayetano visitamos el Pueblo de Yare para aprender sobre los Diablos Danzantes, para una actividad con todas las manadas de la entidad Miranda,de la cual me siento orgulloso de haber pertenecido y aprendido tanto, con este relato me has llevado a esos tiempos, no tan lejano como parece jajaj, ojala consiguieras las fotos de ese evento, se que las tomo un chamo del Clan que le decían Mamut, y las publicaras.- Mis saludos y aprecio.- Martin Escalona.-

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  3. Excelente, con el sabor de la narrativa costumbrista venezolana, Dios te conserve esa cualidad para escribir.

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