viernes, 23 de junio de 2023

Las siete promesas de Chuchín EL PROMESERO - mi homenaje a Yare








El embarazo de Catalina – Catina le decían su madre y su abuela Crisalda – había sido difícil desde que comenzó, antes de la Navidad del año pasado; a la joven de 15 años que había quedado embarazada de «NO SÉ DE QUIÉN», le pasó lo que a muchas  adolescentes, que no planean ni desean embarazarse, pero que cuando les toca la lotería: la falta de preparación, la poca experiencia y la escasez de cuidados prenatales hacen que sus embarazos tengan riesgos adicionales tanto para la madre como para el bebé; pero para lo que a nuestra historia compete, solo recordemos que: el embarazo de Catalina – Catina le decían su madre y su abuela Crisalda – había sido muy difícil desde el comienzo, antes de la Navidad del año pasado.

 

Por eso Doña Pancha – la vieja partera responsable de los cuidados prenatales y los partos en San Francisco de Yare, desde los tiempos cuando el diablo andaba suelto por estas calles se llamaba Francisca Méndez, pero todo el mundo le decía Pancha – al ir a revisarla a la casa de la abuela Crisalda – en donde la ex señorita vive desde que su padre, la sacó de la casa, cuando se descubrió la lipa – le decía:

 

-    Verga carajita, esa barriga no se ve nada bien, el chamito viene como raro, seguro que va a llegar antes y pesando una mierda; es que, cuando las madres viven entre ayunos, tristeza y esas vainas, las crías vienen jodidas; oiga lo que le digo, yo sé de eso: coma plátano, pollo y, sobre todo, mucha yuca sancochada, no frita: ¡SANCOCHADA!; además déjese de lloraderas, que si supo goza ́ y grita ́ como hembra cuando se lo metieron, ¿pa ́qué va está gritando como niñita ahora?, eso le jode la cría y me da más trabajo a mí, mire Catalina, que yo no acostumbro perder las crías y no voy a cambiar con la suya

 

Así se habían venido los días, las semanas y los meses; Catalina en casa de su abuela materna, el padre que no le hablaba (ni la dejaba hablar con las hermanas porque aquello era contagioso), la madre y la niña Catina que lloraban todo el día, la barriga que no se veía bien, el chamito que venía como raro, la abuela Crisalda que le preparaba las recetas recomendadas por Doña Pancha, el pueblo que murmuraba a gritos que aquella barriga era de «NO SÉ DE QUIÉN» y ya era junio: la barriga llegaba a su séptimo mes y se llegaba el esperado jueves de Corpus Christi, el día que “SALEN LOS DIABLOS”, el día, cuando misioneros, amos y esclavos mezclan la tradición católica con la raíces africanas e indígenas, en una sincrética manifestación de venezolanidad repleta de riqueza y significación.

La abuela Crisalda, para convencerla de que se saliera a ver los altares y los diablos, le dijo:

 

-   Ultimadamente Catina, no es bueno que te quedes en la casa la “CALOR DE JUNIO”, eso no es bueno ni pa´ti, ni pa´la cria, y, además, tú no tienes nada que esconder, mira que a todas las hembras desde Eva nos lo han metido, ¿y en este pueblo, donde mandan los diablos?, mucho más – dijo la abuela con nostalgia, y luego remató, imperativamente – Coño Catina, a ti siempre te ha gustado visitar los altares el día de Corpus, ¡vístete que nos vamos!

 

Así que la niña Catalina, se sacudió las angustias, se lavó la cara – más no la vergüenza –, se vistió con los vestidos grandes que le había prestado su madre a modo de ropa de maternidad y salió a las calles de Yare a visitar los altares que los devotos colocan a las puertas de sus casas, para que cuando pasen los diablos de la cofradía, estos se paren a danzar y honrar frente a esa casa, lo que es una distinción y un privilegio para aquella familia.

 


La niña preñada y su abuela Crisalda, bajaron de la Plaza Bolívar, hacia la carretera intercomunal y casi saliendo del pueblo llegaron al altar, que Doña Carmen Andrea y sus descendientes, montan todas las vísperas de Corpus Christi, frente a la vieja estación del tren de Yare a Petare (recuerdos nostálgicos, de que cualquier tiempo pasado: fue mejor) y que ella había convertido en hogar para su familia; cuando llegaron, se encontraron que los promeseros habían terminado de danzar y rendir ante el altar de Carmen Andrea y ya se estaban retirando. Las otras niñas al verlas llegar se pusieron a murmurar sobre que, en Yare, nadie sabía pa´dónde había cogido «NO SÉ DE QUIÉN» y se alejaron como si Catalina tuviera lepra u otra enfermedad contagiosa en vez de estar preñada. Al verse solas con Carmen Andrea frente al altar, la niña y la abuela se dejaron llevar por la angustia acumulada y se lanzaron a sus brazos, las tres mujeres se abrazaron, lloraron, sollozaron y sin saber cómo, terminaron postradas frente al Santísimo Sacramento y entonces sin haberlo pensado, Catalina rompió a orar en voz alta:

 

-    Señor mío Jesucristo, me acerco a tu altar llena de temor por mis pecados, pero también llena de confianza porque estoy segura de tu misericordia. Sé que he pecado y que no he sabido dominar mi cuerpo, dejándome llevar por la lujuria, por eso, hoy estoy como estoy; Señor en tu bondad, te pido que no castigues al niño que llevo en mis entrañas, por las debilidades de su madre, hazlo crecer fuerte y sano, para que pueda servirte luego, por muchos años, en tu cofradía; PROMETO QUE, SI ME CONCEDES LO QUE HOY TE PIDO, ÉL TE SERVIRÁ DURANTE DOCE AÑOS, Y SERÁ PROMESERO CON LOS DIABLOS DESDE LOS DIECIOCHO A LOS TREINTA AÑOS. Pídeme cuentas a mí que soy débil y pecadora, concédenos tu misericordia y perdón, no para mí que te he fallado, sino para mi hijo que no tiene ningún pecado, amén

 

Cuando Catalina terminó de orar, las dos viejas la abrazaron como demostrando que aprobaban sus palabras, las tres se levantaron de la calle caliente, y comenzaron a caminar adentrándose en el pueblo, postrándose y rindiéndose frente a cada uno de los altares que se iban encontrando y en cada ocasión, Catalina oraba, prometía y sumaba de manera similar:

 

DOS: … … prometo que, si me concedes lo que hoy te pido, él te servirá durante cinco años más, y será promesero con los diablos de LOS TREINTA A LOS TREINTA Y CINCO AÑOS …  amén

 

TRES: … … prometo que, si me concedes lo que hoy te pido, él te servirá durante cinco años más, y será promesero con los diablos de LOS TREINTA Y CINCO A LOS CUARENTA AÑOS …  amén

 

CUATRO: … … prometo que, … A LOS CUARENTA Y CINCO AÑOS …  amén

 

CINCO: … … prometo que, … A LOS CINCUENTA AÑOS …  amén

 

SEIS: … … prometo que, … A LOS CINCUENTA Y CINCO AÑOS …  amén

 

Y SIETE VECES: … … prometo que, … A LOS SESENTA AÑOS …  amén

 

Cuando, regresaron a la casa de su abuela Crisalda, Catalina estaba decidida a que su hijo naciera sano para que pudiera cumplir con las SIETE PROMESAS que ella había realizado en su nombre, ese Jueves de Corpus Christi ante en Santísimo Sacramento, para que así pudiera ser promesero como mínimo hasta los sesenta años, de allí en adelante dependería de lo que él quisiera.

 

Así terminaron de correr los días faltantes y el 8 de septiembre de aquel año, día de la Virgencita del Valle y exactamente nueve meses más tarde de la última vez que salieron juntos Catalina y «NO SÉ DE QUIÉN», nacía Jesús Sacramentado – ese fue el nombre grandote que su madre le esbozó, aquel jueves de junio en que se fue postrando ante SIETE altares del pueblo – el niño nació, grande y sano, pero la niña madre, no sobrevivió al parto. Así que la ahora bisabuela Crisalda, prometió, ante la tumba de su nieta: acogerlo en su casa para criarlo como hombre de bien y así asegurarse que Jesús Sacramentado, cumpliera las siete promesas hechas por su madre en su nombre, y como si eso fuera poco, Carmen Andrea, que se sentía partícipe de aquella tarde de promesas, se comprometió a lo mismo.

 

Así que, a los pocos años, Jesús Sacramentado, o simplemente Chuchín – como terminaron apodando al niño en ese pueblo, en donde a todo el mundo le inventan apodos – creció corriendo de arriba abajo por las calles de Yare, perseguido por sus dos bisabuelas (Crisalda la heredada y Carmen Andrea la de adopción). Creció Chuchín como un niño amable, sano de mente y cuerpo, simpático, siempre cordial y afectuoso. Como era de esperarse las bisabuelas lo hicieron crecer conociendo, viviendo y disfrutando, de las tradiciones del pueblo: el día de San Francisco de Padua Patrono de Yare, cuando se corren los toros en la manga de coleo del pueblo; el día de La Cruz de Mayo, cuando el pueblo se llena de altares, cantos y flores en cada esquina; el día de San Juan, cuando se suelta y calienta la sangre negra de las abuelas esclavas, de un pueblo del centro que siempre se creyó de la costa; los carnavales, que según los yarenses son los mejores de Los Valles del Tuy, del estado Miranda, de Venezuela, del Mundo y de sus alrededores; de las navidades, cuando se hace una bochinche en cada esquina de Yare, con ron, gaitas y aguinaldos; y muy especialmente del noveno jueves luego de Semana Santa, cuando, al son de las maracas, del repique de la caja, de las campanas de la iglesia y de los fuegos artificiales, se sueltan los diablos por las calles del pueblo para celebrar el día de Corpus Christi, danzándole al Santísimo Sacramento; es el día de la fiesta mayor del pueblo, el día de LOS DIABLOS DANZANTES DE YARE.

 

Y así creció Chuchín – Jesús Sacramentado, quedó solo para la cédula de identidad, las abuelas y algunos profesores del liceo – hasta sus 18 años y un día, cuando sus abuelas se vistieron y lo vistieron de gala, para llevarlo a la casa del Capataz Mayor de la Cofradía de Los Diablos Danzantes de Yare, para que lo hiciera parte de la cofradía, y así iniciara, Jesús Sacramentado, a cumplir la primera de las siete promesas que su madre hiciera en su nombre ante aquellos siete altares al Santísimo Sacramento.

 

La estructura jerárquica de los Diablos Danzantes de Yare es algo serio para los miembros de la cofradía: El capataz mayor con la única máscara con cuatro cachos; el segundo y tercer capataz y los arreadores con sus máscaras de tres cachos – ojo que el primer arreador, usa el tercer cacho más largo para distinguirse de los demás – y finalmente el primer y segundo cajero que junto los diablos rasos o Promeseros, utilizan las máscaras simples de 2 cachos, que todos conocemos. Así comenzó el entrenamiento de Chuchín – de inmediato los diablos decidieron llamarlo solo con el apodo – aprendió a bailar los diferentes pasos, se leyó – varias veces – la historia de la cofradía, le pidió a sus bisabuelas que le hicieran el característico uniforme rojo y el mismo se fabricó sus maracas, sus crucifijos, sus contras y la máscara de dos cachos; y finalmente, llegó nuevamente el día o más bien la semana de Corpus Christi. Escuchemos en silencio como Chuchín se lo contaba sus bisabuelas el jueves en la noche, mientras se comía un plato de hervido en la cocina de Carmen Andrea:

 

-    Verga Viejas, eso fue arrechisimo, con mayúsculas. Comenzamos desde el martes con la misa por el alma de los diablos difuntos, ¡que son que jode!; allí el padre bendijo las aguas, las maracas, los crucifijos, las reliquias y contras de que cada uno y de ñapa a nosotros; pa ́ terminar el Diablo Mayor y los otros viejos nos dieron una charla a los nuevos de cómo comportarnos, por ser esto una vaina seria, no es una jodedera. El día miércoles caminamos todos por separado “pueblo arriba” hasta la misma pata del cerro, todos con las máscaras y los trajes escondidos en bolsas negras, allí nos esperaba el Diablo Mayor, quien, primero nos mandó a vestir, luego rezó por todos y nos enseñó a los nuevos a cruzarnos. Allí nos quedamos todos calladitos esperando el repique de las campanas, los cohetes y el Cajero; ¡Y PUN!, eso fue una sola bulla y salimos corriendo de una pa´la plaza, donde bailamos hasta que nos mandaron a visitar los altares hasta las cinco. A esa hora regresamos a la Plaza Bolívar, y nos dirigimos a la procesión que hacen en la parte alta del pueblo entre La Cruz del Empedrado hasta La Cruz del Arbolito; luego de la procesión los capataces nos mandaron a retirarnos hasta el día siguiente, diciéndonos que tuviéramos cuidado con lo que hacíamos esa noche, ya que al día siguiente era el jueves que es el propio día de Corpus, nada de estar echándose palos esa noche, muchos nos fuimos a La Cruz del Calvario a cantar fulías, pero yo dure poco, porque estaba full cansado.

 

Las bisabuelas escuchaban embelesadas y orgullosas a su pupilo y no quisieron interrumpir, por lo que continuó el nuevo diablo:

 

-  Carmen Andrea, este hervido esta buenisimo, sírvame otro plato, pero con mucha Yuca, ¡no sé por qué pero siempre me ha gustado la yuca sancochada!; por donde iba: El jueves cada quien se vistió en su casa y nos concentramos cerca de la plaza, entonces cuando terminó la misa, entramos todos a la Plaza Bolívar, con el cajero y el estandarte adelante,  nos llamaron al frente a los diablos nuevos, nos adelantamos, nos arrodillamos a la puerta de la iglesia y entonces los más viejos nos bautizaron a los nuevos – a mí me bautizó el mismito capataz mayor, ustedes saben bien que estoy apadrinado de siempre – luego El Capataz Mayor se subió en las escaleras de la iglesia pidió un minuto de silencio, por los diablos difuntos, y se lanzó un discurso, que gracias a Dios fue cortico, luego hizo un rosario en voz alta y mandó al Cajero a repicar. Entonces entró él de primero a reza´ y a paga´ su promesa, cuando salió fuimos entrando los demás por grupos, a mí me tocó entre los primeros porque estoy apadrinado por el capataz mayor. Después de que todos rezaron salimos juntos a recorrer los altares del pueblo, el altar de la Escuela, el altar de los lriarte, el altar de los pescadores, la calle Los Mangos, el altar de San Antonio, el altar Carmen Andrea, el de la calle #1 y así hasta la tarde cuando regresamos pal frente de la iglesia todos mamaos. Entramos en silencio, tranquilitos, calladitos, hasta que sonaron los fuegos artificiales, entonces el cura cerró las puertas de la iglesia y empezamos a bailar otra vez, un buen rato, como otra hora, hasta que el cura agarró el micrófono y nos dijo que todo había estado bien, nos dio la despedida, las felicitaciones y cada quien pa ́ su casa hasta el otro año.

 

-   Entonces, ¡Cómo que te fue muy bien! – comentó Doña Carmen Andrea, sirviéndole el tercer plato de aquella espesa sopa – mira que tu vida, también inició un jueves de Corpus como hoy, cuando tu madre, que Dios tenga en su gloria, visito esos mismos altares, haciendo tus siete promesas

 

-  Eso mismito me dijo el Capataz – contó Chuchín, que no quería perder el protagonismo de la conversación – y luego me puso a mí, ¡A UN NUEVO, RECIÉN BAUTIZADO!, a hacer el BAILE DE CRUZAR EL VASO frente a la casa de las Iriarte, me dijeron los viejos que yo lo hacía con mucha gracia, con mucho cuidado, con mucho ritmo, con mucha magia: como que yo había nacido pa´esto.

 

Y de esa manera se pasó aquella semana de los Diablos, cuando Chuchín comenzó a cumplir la PRIMERA de sus SIETE promesas.

 

Así, sin prisa, pero sin pausa se fueron sucediendo los días de Corpus; Chuchín, se había convertido en una de los principales prospectos de la cofradía. En menos de doce años ya era el 2do cajero – supuestamente el más joven de la historia – y visto que el cajero mayor estaba viejo, en la barra del Teque contaban:

-    A Jesús Sacramentado, ya lo están bañando, pa´ primer cajero

-    ¿A quién?

-    Al chamo Chuchín

-  Ah, es que ese chamo, desde el primer día hace todo con mucho fundamento y cuidado, baila con gracia, con mucho ritmo, con mucha magia: como que nació pa´esto y además, Chuchín desde siempre, ha estado como apadrinado, ¿este año termina su primera promesa?

-   Si, ya solo le quedan seis de las siete que hizo la Catalina, y, de allí en adelante, las que él quiera suma´

-   Verga Salud, para el Chuchín, recuerdos pa´ su madre la Catalina, estaba bien buena esa negrita, cono su madre ese «NO SÉ DE QUIÉN»

 

Siguieron pasando los años, Chuchín – Jesús Sacramentado, pa ́ la cédula, las abuelas y algunos profesores del liceo – ya iba a cumplir tres años como primer cajero y estaba entrenando al nieto del viejo Meneses, para que lo sustituyera, ya que él, siempre bien apadrinado, estaba apuntado para quedar como arreador antes de terminar su segunda promesa el próximo jueves de Corpus. Con sus treinta y cinco año el hijo de Catalina, era un apuesto joven, muy querido por todos en el pueblo, trabajador, bailador, declamador, cantador, serenatero, o como decían en el estadio del pueblo: «manager, pitcher, cuarto bate y novio de la madrina»; su carrera en la cofradía de los diablos era brillante, vertiginosa e indetenible; para todos era muy claro que permanecería en la cofradía, hasta los sesenta años, cuando terminaría de cumplir las siete promesas que su madre hizo en su nombre y de allí en adelante dependería de lo que él quisiera. Para todos en el pueblo era claro que todo lo hacía con mucha gracia, mucho cuidado, con mucho ritmo, con mucha magia: ¡como que había nacido pa ́eso!

 

Pero, para el cuarenta cumpleaños de Chuchin, el destino le había preparado otra cosa. Primero digamos que, aunque pretendientes no le faltaban, Chuchín nunca se había casado, novias había tenido muchas – tantas como temporadas de béisbol había jugado – pero para disgusto de sus dos bisabuelas (Crisalda la heredada y Carmen Andrea la de adopción), Chuchín nunca se había comprometido, nunca se había casado y ambas mujeres habían muerto hacía pocos años sin lograr cumplir su deseo de cargar a un hijo del amado Jesús Sacramentado. Pero ese año, para su cuarenta cumpleaños, los amigos de la cofradía, le organizaron una fiesta en el Teque, al llegar Chuchín, comenzó a saludar y abrazar a todos los presentes, cuando de repente, la vio en la pista de baile, era una bella negra de figura prieta, de unos veinte y tantos años, bella como él nunca había visto antes, de inmediato le preguntó a los amigos, ¿Quién era ella? Se llamaba Rosalinda, era cuñada del nieto del viejo Meneses, vivía en Higuerote, y se había venido a Yare a pasar unos meses con su hermana, la mujer de Meneses junior, que estaba preñada; Chuchin no lo podía creer, como su tocaya del poema de Ernesto Luis Rodríguez, que tanta veces había declamado: tenía los senos bonitos, como las rosas abiertas, pulpa de amor era el centro, de sus pupilas saltonas, como las frutas pintonas, que dicen mucho por dentro; así que para no extendernos mucho, digamos que lo de Chuchín con Rosalinda fue amor a primera vista.

 

Esa noche Chuchín la sacó a bailar, y, para reponer la entrada, bailaron la noche enterita. Ya justo antes del amanecer, Rosalinda, le dijo sonriendo que la acompañara hasta su casa, y, para celos de las damas y envidia de los caballeros, ambos salieron del local, agarrados de la mano, como novios de mucho tiempo; Chuchín, aplicó todas sus tretas, de galán, pensando que, esa noche, ya había coronado y que al llegar al rancho, lo invitaría al chinchorro, PA´ DECIRLE UN COROTICO; así que cuando llegaron a la puerta del rancho, y ella se empinó para llagarle a la altura de sus labios, esperaba un beso que fuera un pase libre al chinchorro y a ese cuerpo de ébano, pero Rosalinda buscó las comisuras de los labios, y le dio un beso entre goloso y tímido, luego la negra sonrió y se despidió diciéndole melodiosamente: «FELIZ CUMPLEAÑOS MI NEGRO, LO PASE CHEVERÍSIMO, QUE SE REPITA», y antes de que nuestro cuarto bate se repusiera de aquel slider, entro al rancho, cerró la puerta y apago, tras de sí, la luz de la entrada, dejando a Chuchin ponchado, sin tirarle.

 




De allí en adelante, se hicieron inseparables y pa´ donde iba uno aparecía el otro.  En todo Yare se hablaba de como aquella negrita, había conquistado al inconquistable, los vieron juntos en los juegos de pelota, donde Chuchín seguía siendo manager, pitcher y cuarto bate, pero no novio de la madrina; durante las navidades, cuando se les vio de esquina en esquina, de bochinche en bochinche, tomando ron, cantando y bailando gaitas y aguinaldos; en los carnavales, cuando amanecieron bailando en lo que según los yarenses son los mejores Carnavales de Los Valles del Tuy, del estado Miranda, de Venezuela, del Mundo y de sus alrededores; en abril el día de San Francisco de Padua Patrono de Yare, cuando juntos se sentaron en las gradas de la manga de coleo del pueblo para disfrutar de los toros coleados; el día de La Cruz de Mayo, cuando entre cantos y flores, recorrieron juntos todos los altares del pueblo; y así llegó junio, y con junio al son del repique de la caja, el día en que se sueltan los diablos por las calles Yare para celebrar Corpus Christi;  y una noche, cuando faltaba solo unas semana pa´ Corpus, estaban enchinchorrados luego de hacer el amor, cuando Rosalinda, apretó su negro cuerpo desnudo, al de Chuchín y le dijo golosa:

 

-   ¿Pa´ la semana de Diablos, te dan libre miércoles, jueves y viernes?

 

-   Sí mi negra – contestó ingenuamente Chuchín, sin ver o sospechar que se le venía la trampa

 

-   Cónchale mi negro: ¿y si nos vamos esa semana pa´ Higuetore, pa´ estrenar el bikini blanco, que me regalaste de cumpleaños?, mira que tu negra necesita Sol de playa – arremetió Rosalinda con voz sexi

 

-   Pero, negra – contestó el hombre sorprendido – sabes que debo cumplir mis promesas, este año termino la tercera, ya solo me quedan cuatro promesas, veinte años y luego solo depende de mí

 

-   Miria Negro, definitivamente no voy a esperar veinte años pa´ estrenar el bikini blanco – contesto Rosalinda, acariciando con sus senos desnudos al cuerpo de su hombre – ¡Mira que tengo mucha ilusión de mostrarte como me queda puesto! – y cambiando de tono – total, tú has bailado más de veinte años seguidos, nadie te va a decir nada si te tomas un descansito para complacer a esta negrita – y para acentuar su petición, se montó sobre el negro iniciando el acto, antes de que él pudiera reclamar algo.

 


Esto se repitió, varias veces aquella noche y las noches que siguieron, así que – demostrando que aquello jala más que una yunta de bueyes – el miércoles de la semana de Corpus Cristi, antes de que saliera el Sol, se montaron ambos enamorados, en el viejo Escarabajo negro, que Chuchín, había heredado de su bisabuela Crisalda y tomaron rumbo a Higuerote, por la ruta de Guatopo-Caucagua. La idea del fugitivo era pararse a tomar café en el RESTAURANTE PARADOR LOS ALPES, ubicado en la encrucijada a donde llegan las vías de Los Valles del Tuy, el Parque Nacional Guatopo y Caucagua, y de allí seguir para llegar a Caucagua antes de que salieran las gandolas. Y aunque Chuchín, no lo decía, la verdadera razón para madrugar era poder salir de Yare, antes de que los compañeros de la cofradía lo vieran y lo señalaran como desertor.

 

Salieron pues, los enamorados muy temprano en el escarabajo heredado de la abuela Crisalda, antes de arrancar Chuchín se santiguó, se cruzó y tocó el rosario de la abuela que colgaba del retrovisor; por la hora, no había tráfico y antes de las ocho de la mañana estaban desayunando arepas de queso de mano y café con leche en Los Alpes, al terminar fueron a los sanitarios para asegurarse que aquella fuera la única parada y retomaron el viaje hacia Higuerote. Al rato de estar rodando, dice Rosalinda:

 

-          Épale Negro, ¿seguro que vas en la dirección correcta?

 

-          Sí claro, vamos vía a Caucagua.

 

-          Si tú lo dices – porfió la mujer – pero es que me pareció, pasar por aquí esta mañana, temprano.

 

-          ¡Verga negra, tienes razón, me estoy regresando pa´ Yare! – reaccionó el hombre – menos mal que te diste cuenta.

 

Con prudencia, Chuchín, bajo la velocidad, hasta llegar a un lugar amplio en la carretera, allí dio la vuelta en U y tomó nuevamente la ruta en la dirección deseada; media hora más tarde, volvían a pasar por el parador Los Alpes:

 

-    Chuchín necesito que te pares para ir al baño – anunció Rosalinda.

 

-    Otra vez – contestó con fastidio el hombre – ¿pero si fuimos antes de salir de allí?

 

-   Ajá, pero ahora tengo ganas, ¿Qué quieres que haga?, ¿Qué me haga? – lo corto la negra

 

-     Así, nunca vamos a llegar – murmuró Chuchín

 

Se volvieron a parar en aquella encrucijada, Rosalinda se bajó para volver a utilizar los sanitarios y Chuchín se quedó en el carro, con el motor prendido, “para meterle presión”; al rato – a Chuchín le pareció muchísimo rato – regresó la mujer, pidiendo excusas, porque había mucha cola en el baño, se montó, cerró rápidamente la puerta y regresaron a la carretera, donde el chofer aceleró a lo máximo que permitían la carretera y el viejo escarabajo, de manera de poder reponer el tiempo perdido, en eso estaba cuando:

 

-    Coño, ¡qué vaina no lo puedo creer! – dijo molesto Chuchín.

 

-    ¿Qué pasa? – respondió Rosalinda preocupada.

 

-   Mira, es que vamos de nuevo de regreso, esto se cuenta y no se cree, así no vamos a llegar nunca a la playa – contestó molesto el hombre, sin saber a quién echarle la culpa, mientras buscaba un sitio para volver a dar la vuelta en U y tomar la dirección correcta.

 

Cuando llegaron por tercera vez a la encrucijada de Los Alpes, Chuchín no pensaba ni en bajar la velocidad ni en detenerse, y le pregunto a Rosalinda:

 

-   ¿Qué hora es? – nótese que ya no le decía: ni mi amor, ni mi negra, ni querida, ni nada parecido

 

-   Van a ser las 10 – contestó Rosalinda, mirando el reloj

 

-   ¡Como la hora bajamos los diablos, los miércoles! – respondió Chuchín sin pensarlo mucho

 

No había terminado de hablar el hombre, cuando ¡PUN, PUN, PUN!, el carrito se llenó del repique de las campanas, los cohetes, el cajero; ¡PUN, PUN, PUN!  Ambos sentían que las maracas, las campanas, los cohetes y el cajero estaban junto a ellos en el pequeño carro. El ruido se les entrometía en la cabeza, ¡PUN, PUN, PUN!. Aquello no se terminaba, sentían como si los diablos, las maracas, la campana, los cohetes, el cajero, estuvieran dentro de ellos, como si estuvieran dentro de sus cabezas.

 

Con suerte, Chuchín logró parar el carro aun lado de carretera y, de inmediato, se puso al cuello el rosario de la abuela Crisalda, que colgaba del espejo retrovisor, ambos se santiguaban se ponían en cruz, hacia garabatos, rezaban, lloraban, volvían a rezar, seguían llorando, hasta que finalmente, así como empezaron, cesaron los ruidos; aún llorando ambos se abrazaron, no decían nada, solo lloraban. Sin hablar, Chuchín le puso el rosario a su amada, le dio un beso en la mejilla, metió la primera velocidad, regresó a la carretera, dio la vuelta en U y se dirigió en la dirección correcta, hacia San Francisco de Yare.

 


Aquel año, Chuchín – Jesús Sacramentado, quedó solo para la cédula de identidad, las abuelas difuntas y algunos profesores del liceo – llegó algo tarde a la fiesta de los diablos, pero no dejó de cumplir con la promesa que su difunta madre Catalina – Catina le decían su madre y su abuela Crisalda. Los años siguieron pasando, Chuchín seguía pagando promesa tras promesa hasta los sesenta años, cuando fue con su esposa la negra Rosalinda y sus cuatro hijos para cumplir finalmente con la séptima promesa que su madre había hecho en su nombre aquel jueves de Corpus antes de que él naciera; al de irse con los diablos, el nuevo Primer Capataz de Yare abrazó a sus hijos, besó a su negra en los labios, sonrió mostrando su blanca dentadura y dijo mirando al cielo: «BUENO MAMITA QUERIDA, YA BAILE CUARENTA Y DOS AÑOS, YA TENGO SESENTA AÑOS, FINALMENTE CUMPLÍ CON TUS SIETE PROMESAS, DE AQUÍ EN ADELANTE SOLO DEPENDERÁ DE LO QUE YO QUIERA … … …»

 



PTERODÁCTILO ANCESTRAL,

Juan Rodrigo Rodriguez

Caracas, 14 de junio 2023


NOTAS DEL AUTOR:

  • Los protagonistas, personajes y hechos incluidos en este relato son completamente ficticios e inventados por nosotros. La utilización de personas e instituciones verdaderas o hechos reales se realizó solo con fines de enmarcar a nuestros personajes en un tiempo y espacio determinado. Cualquier otro parecido con la realidad es pura y simple coincidencia. Nuestro mayor respeto y consideración para San Francisco de Yare, para los diablos danzantes y para aquellas personas que mencionamos con sus nombres verdaderos y que fueron, son y serán referencia de esta fiesta en Yare

  • Esta historia comenzó a darme vueltas en la cabeza desde marzo del año 1983, cuando aun no conocía a San Francisco de Yare, en ese año recibí un regalo maravilloso de Andreina Borzacchini y Gustavo Silva; se trataba de un bellísimo libro de la Fundación La Salle titulado DIABLOS DANZANTES DE VENEZUELA, hoy finalmente termino mi historia, sazonada con los veintitrés años que trabaje en este pueblo y con su gente


lunes, 14 de noviembre de 2022

Adios al Mejor jefe de Tropa, hasta luego Ricardo Rodríguez

 




NO ES LA MUERTE QUIEN MATA LAS ALMAS,

SÓLO MUERE QUIEN ES OLVIDADO

 






Señor y jefe mío, que a pasar de mis debilidades me has escogido como jefe y guardián de mis hermanos scouts, haz que mis palabras iluminen sus pasos por el sendero de Tu Ley, que sepa mostrarles tu huella divina en la naturaleza que has creado, enseñarles lo que debo y conducirlos de etapa en etapa hasta Ti Dios mío, al campo del reposo y de la dicha donde has establecido tu tienda y la nuestra para la eternidad.

Así sea

 

Hoy despediremos al mejor jefe de Tropa que tuvimos la suerte de conocer, a un hermano scout que nos predicó y enseñó con el ejemplo, a un venezolano ejemplar, a nuestro amigo que siempre sonreía y cantaba en sus dificultades.

 

Decimos despediremos, pero siempre estará presente cuando nos reunamos alrededor del fuego para hablar de héroes y scouts. Ricardo siempre estaba listo para servir, recordamos que fue jefe de Tropa y Clan, Capacitador, jefe de Campo del AMISTAD88, vicepresidente de la Entidad Miranda, miembro del Consejo Nacional y Subjefe Scout de Venezuela. Pero creemos que él preferiría que lo recordemos como lo conocimos en los años 70's, cuando era GUÍA DE PATRULLA y ROVER INVESTIDO en su amado grupo TITANIC#9.

 

Vuela alto querido amigo y monta tu tienda junto a la de tantos otros qué se nos adelantaron. Te queremos y admiramos muchísimo.

 

NOTA: en la fotografía, Ricardo en su rol de subjefe scout, durante una noche de tormenta, fue hasta el embalse de Petaquire para entregar el Scout de Bolívar al guía de la patrulla Búfalos del San Cayetano, Alexander Becerra (QEPD). Infinitas Gracias amigo

 

Pterodáctilo Ancestral

13nov2022





Un Regalo de Reyes, de Javier, para el Niño Jesús

 

UN REGALO DE REYES, DE JAVIER, PARA EL NIÑO JESÚS



NOTA DEL AUTOR: Este es nuestro regalo para El Adviento 2022. Los protagonistas, personajes y hechos incluidos en este relato son completamente ficticios e inventados entre Caracas y Madrid. La utilización de personas e instituciones verdaderas o hechos reales se realizó solo con fines de enmarcar a nuestros personajes en un tiempo y espacio determinado. Cualquier otro parecido con la realidad es pura, simple y completa coincidencia. No hemos solicitado ni conseguido permiso de ninguno de ellos. FELIZ NAVIDAD. Agradecimiento muy especial a mi hermana Dulce María Rodríguez, a mi cuñado Moritz Eiris y a los amigos de la vida Juan Carlos Nazala e Ildemaro Trías, por la exhaustiva revisión.

Recuerda la consigna de #MeLoContaronAlrededorDelFuego, si te gusta compártelo con tus amigos y déjanos tus comentarios más abajo, eso lo agradecemos muchísimo.

Caracas, noviembre de 2022

 

 

Este gélido enero, Pacheco ha vuelto a invadir la Sucursal del Cielo y justo antes del amanecer hace tanto frio que hasta las estrellas cierran los ojos, encandiladas por las luces de la otrora Ciudad de Los Techos Rojos. Para resguardarse del frio que abraza aquel rancho del barrio La Vuelta del Águila de Filas de Mariche, Javier, el chamito de 7 años que duerme en un chinchorro oriental colgado en la esquina, se acurruca y enrolla en la vieja cobija que heredó de su abuela Simona, cuando ella murió hace nueve meses … … … …

 

Aún está oscuro cuando comienza a sonar el despertador del celular de Johenry, el nuevo novio que trajo su madre al rancho; el hombre se levanta apurado del catre que comparte desde hace tres meses con Rocines – la madre de Javier – y sin muchos miramientos ni amapuches despierta a la menuda mujer que aún se abriga para exorcizarse del frío. Ambos se visten apurados a la luz del único bombillo cubano que alumbra el salón que les sirve de: living, sala, cocina, comedor, vestier y alcoba, y sin tomarse siquiera un guayoyito que les caliente los huesos, la mujer le da un beso en la frente a su unigénito, y se encaraman en la moto del hombre que de inmediato entrompa el asfalto repleto de huecos que lo llevará a Caracas. Como todas las mañanas Javier se queda solo con sus sueños, en el chinchorro que su madre le colgó en una esquina del rancho cuando Johenry se mudó a vivir con ellos.

 

A esa hora, solo iluminado por los tímidos rayos del Sol que comienza a filtrarse por las rendijas del rancho, Javier comienza a cavilar: desde que cumplió cinco años y “tuvo pleno uso de razón”, mantenía una lucha existencial que le carcomía el cerebro: si el 25 de diciembre celebrábamos el cumpleaños del Niño Jesús, ¿porque era él, quien hacía regalos ese día y no éramos nosotros los que le llevábamos regalos al cumpleañero? Esa idea le rondaba permanentemente su negra cabecita, cuando jugaba con sus amigos en “los montes y bosques” que rodean el Embalse La Pereza en Filas de Mariche.

 

Y es que, a Javier, desde muy chamito le gustaba recorrer esos cerros y encaramarse en cuanta mata e’mangó viera, especialmente desde finales de abril hasta el mediados de septiembre, cuando las matas se cargaban de esa dulce y carnosa fruta. Javier se comía el primero rápidamente, casi sin saborearlo, y cuando aún le chorreaba el amarillo néctar de aquella fruta por sus morenas mejillas, calmaba su hambre con el segundo, el tercero y los siguientes; paladeándolos y disfrutándolos en cada mordisco, en cada chupada, en cada momento. En eso podía estar mucho tiempo, gozando del calor del sol en su cara mientras las pepas peladas, se iban acumulando a su lado; eso sí, mientras el banquete duraba, Javier iba apartando las mejores frutas, las que no estaban abolladas, las más amarillitas, las que no habían sido picadas por los pájaros, las tres o cuatro más apetitosas, las iba guardando en el destartalado morral amarillo, azul y rojo, que le dieron en la escuela, para llevárselos a su abuela Simona, para que ella también disfrutara del placer de aquellas frutas, para que ella también aplacara el hambre acumulada.

 

Javier no le hacía asco a nada, se montaba en cualquier mata y se comía cualquier mango, pero su preferida era una mata muy grande y frondosa que su abuela había sembrado con la pepa del mango que su padre le entregó “pa´ el viaje”, cuando se vino de su natal Quebrada Seca del Pilar, en el estado Sucre, a trabajar en una casa mantuana, con una familia de Grandes Cacaos. Una casa de los Amos del Valle, en la Sultana de El Ávila, en la Capital, en Caracas.

 

La niña Simona, que luego fue su abuela, llegó a trabajar en la cocina de una “hacienda” en los alrededores de Petare, en donde se mantenían los usos y costumbres de la esclavitud abolida por los Monagas casi un siglo antes. Allí aprendió a cocinar, a limpiar y a cuidar a los hijos de sus patronos que tenían, la misma edad que ella. Una mañana, ejerciendo ese rol de “NANA, NODRIZA, COMPAÑERA” de los niños mantuanos, acompañó a la familia a una excursión por las montañas que Los Mariches (grupo indígena de la familia Caribe), habitaron hasta 1573, cuando murió su cacique y protector Tamanaco. Durante esa excursión la niña nana se separó del grupo y se internó sola en una falda de la montaña, con sus manos abrió un hueco en la negra tierra y allí sembró, la pepa de mango que había guardado entre sus faldas. Quiso la casualidad, el destino, las hadas, la providencia, que muchos años más tarde, ya convertida en la abuela de Javier, saliera a pasear con su nieto por los montes que rodeaba su rancho en las Filas de Mariche y allí reconoció aquella ladera que había recorrido tantos años antes. Internándose con el niño en aquella selva, llegaron a una frondosa y cargada mata e’mangó, que, con el tiempo, se convertiría en la preferida de su nieto Javier.

 

Abuela y nieto guardaron el secreto de la ubicación e historia del árbol para ellos solos y así luego de la muerte de Simona, Javier acostumbraba a subirse entre sus ramas para hablar con su abuela y contarle sus alegría y penurias. Allí sentía que la abuela lo escuchaba y le contestaba, al aferrarse a sus ramas percibía sus abrazos. El viento entre las hojas le recordaba las caricias de sus callosas manos y el dulzor de sus frutas le rememoraba los besos recibidos. Por eso aquel árbol se había vuelto el favorito del niño, sus frutas sus predilectas y sus ramas su lugar privado para sentirse amado.

 

De esa manera aquella fría mañana de enero, Javier se viste apresuradamente, se lava la cara en el bidón de agua de lluvia y sale corriendo hacia su lugar favorito. De inmediato se subió a la mata e’mangó, en cuanto se sentó entre las ramas, sintió en su cara las caricias de Simona, en los rayos de Sol que se filtraban por entre sus hojas; y allí le contó a su abuela que su madre lo había llevado a la misa de Navidad en la Iglesia Dulce Nombre de Jesús de Petare, que la misa la había dado un sacerdote sonriente, vestido con una reluciente indumentaria, que utilizaba un extraño y alargado sombrero sobre la cabeza; su madre le contó que se llamaba Monseñor Juan Carlosy que había sido designado primer Obispo de Petare por el Papa Francisco que estaba en Roma; además le comentó con vanidad prestada que, monseñor era nacido en Quebrada Seca, el mismo pueblo de donde se vino su abuela Simona. Javier le contaba aquello a su abuela, hinchado de orgullo, pero luego le comentó que en la entrada de la catedral habían colocado un gran nacimiento y a lo alto de una colina de cartón y tela de saco habían situado un pesebre de anime y corcho, con María y José, La Mula y El Buey y un niño Jesús envuelto en pañales, que seguramente debía de pasar mucho frío, ya que él en las mañanas se debía abrigar con la cobija heredada, mientras el niño del pesebre no tiene nada que ponerse. Javier, le explica a su abuela que él no entiende que, aunque monseñor Juan Carlos había dicho en la misa que en la Navidad celebramos el cumpleaños de aquel niño envuelto en pañales, los regalos se los daban a todos, menos al niño. «CUÁNTO ME GUSTARÍA, PODER CÓMPRALE UN REGALO AL NIÑO JESÚS», terminó diciéndole a su abuela antes de bajarse del árbol, para irse a jugar con el balón que le habían regalado en el trabajo de su mamá, a su amigo Carlos.

 

Los chamos estuvieron todo el día pateando aquel balón, metiendo goles entre dos piedras colocadas en el medio de la calle y celebrándolos con un baile como el que hace Vinícius cuando marca goles en el Santiago Bernabéu. Al final de la tarde, cuando comenzó a oscurecer, corrieron a guarecerse a sus casas. Al día siguiente era seis de enero, DIA DE REYES, Javier no esperaba regalos, así que, como todos los días, se levantó temprano y corrió al árbol para contarle a su abuela, sobre los goles y los bailes del día anterior. Al llegar observó algo inesperado, al principio no se dio cuenta de que era, pero al observar las ramas más altas de la mata e’mangó, descubrió que olían extrañas, como el incienso de la iglesia EL DIA DE NAVIDAD, además algo brillaba como oro al reflejar los rayos de Sol que se colaban entre las ramas. Se les quedó mirando, con incredulidad: ¿Cómo eran posibles aquellos mangos maduros en el mes de enero?, ¿Cómo era posible que esos mangos maduros estuvieran allí, entre aquellas ramas y que él no los hubiera visto ayer?, ¿Cómo era posible que la mata e’ mangó solo cargara tres mangos, y que ningún pájaro los hubiera picado? En ese momento Javier tuvo una EPIFANÍA, entendió y comprendió que aquello era UN MILAGRO DE NAVIDAD, UN MILAGRO DE LOS REYES MAGOS, UNA RESPUESTA DE SU ABUELA SIMONA A SU PEDIDO DE AYER. Javier comprendió que aquellos mangos los enviaban Los Reyes, los enviaba su abuela Simona, para que se los llevara al niño Jesús del pesebre de la Catedral de Petare.

 

No lo pensó más, se montó en la mata e’mangó y con sumo cuidado fue cogiendo cada uno de los frutos y guardándolos en su morral amarillo, azul y rojo, como cuando se los llevaba a su abuela Simona. Cuando terminó de cosechar los mangos, se bajó del árbol, se puso su morral y se dirigió sin pensarlo mucho a la carretera que une La Fila de Mariche con Caracas; allí esperaban los ENCAVA que hacen la ruta a Petare.

 

Antes de llegar a la parada, se consiguió a su amigo Carlos, quien estaba sentado en la acera llorando. Javier piensa que, en vista de que está en una misión especial e importante, debería ignorar a Carlos y continuar de largo, pero finalmente la amistad pudo más que la misión y se paró a hablar y consolar a su amigo. Carlos le cuenta entre sollozos que, jugando con su pelota nueva, había golpeado las micas de una moto que estaba parada en la calle y, aunque a la moto no le había pasado nada, el motorizado arrecho le había pinchado el balón que le habían regalado por Navidad. Javier no sabe cómo consolar a su amigo, entonces se acuerda de los mangos y en un loco arrebato de afecto, amistad, cariño y amor, sin pensarlo más, abre el morral, agarra uno de los mangos y se lo entrega al amigo. Carlos no puede creer lo que ven sus ojos repletos de lágrimas: un mango maduro en enero, al final no dice nada, agarra la fruta de las manos de su amigo y sale corriendo pa´ su casa.

 

Aún le quedaban dos mangos, esos serán suficientes para EL NIÑO JESÚS que es muy chiquito. Javier se levanta de la acera y retoma el camino a la parada, al llegar allí se percata que no tiene nada pal´ pasaje, entonces espera durante un buen rato en la acera y ve que cuando llegan los ENCAVA, el chofer y el colector, se bajan y se van a hablar con los otros choferes bajo un techito de zinc que había en la parada. Entonces Javier se pone a caminar entre los autobuses vacíos, pero todos están cerrados, de pronto observa una ventana abierta en el último autobús que acaba de llegar. El chamito se acerca y ve que su objetivo está muy alto, por lo que se pone a buscar y milagrosamente se consigue un vacío de cerveza en una cuneta, lo agarra, lo coloca bajo la ventana abierta y con la misma agilidad con que se monta en la mata e’mangó de Simona, se encarama en la ventana y se mete pa´ la unidad antes de que nadie se dé cuenta. Una vez allí se escondió bajo una lona vieja que estaba al final de la unidad y esperó, y esperó, y esperó, y esperó. Finalmente escuchó que se comenzaban a montar los pasajeros, el chamito contuvo la respiración para que no lo escucharan, pero estaba seguro que escucharían su corazón que latía como un tambor. Finalmente, el ENCAVA arrancó hacia la redoma de Petare sin que nadie se percatara del polizón.


Como a la hora de viaje, se habían montado muchas personas en el ENCAVA y estaban todos apretados. El colector no dejaba de decir: «PA´ TRAS HAY PUESTO, ÉCHENSE PA´ TRAS QUE HAY PUESTO, PA´ TRAS HAY PUESTO». Rezongando, una doña que venía cargando varias bolsas, se apretó contra el escondite de Javier y para descansar los brazos dejó caer una de las bolsas sobre la lona que cubría al chamito. Al sentir el peso de manera tan inesperada, Javier dio un grito y se levantó de un salto, asustada la señora que pensaba que se trataba de una rata u otro animal se quitó del medio y Javier al saberse descubierto, saltó sobre el pasajero sentado en el último asiento y se lanzó por la ventana, cayendo sobre un montón de basura que había al borde de la carretera. Sin esperar a ver si se había hecho daño o si alguien lo perseguía, se paró de entre la basura como un resorte y salió corriendo lo más lejos que pudo de aquel vehículo.

 

Javier corrió unos cinco o diez minutos (aunque a él le parecía que había corrido todo un día, un mes o un año) y no paró hasta llegar a la gran estatua blanca de la cara de Francisco de Miranda tallada en piedra situada en la cima de una loma a la entrada de la urbanización homónima. Allí se subió a esconderse entre las piedras. Estaba pasando el susto, cuando escuchó unos sollozos. Observó y vio que se trataba de una bella jovencita de como 15 años que lloraba desconsolada. Él no la había visto al esconderse detrás de la cara de Miranda. La niña no paraba de llorar, así que Javier se le acercó, se puso a su lado y le dijo, con la desvergüenza que solo se tiene a los siete años:

¿Estás bien?, ¿Cómo te llamas?, ¿Qué te pasa?

 

La joven, que no lo había visto hasta ese momento, levantó la cara, se quedó mirando al niñito sucio que había aparecido a su lado. Al principio tuvo miedo, pero sin saber ¿cómo o por qué?, absurdamente confió en aquel chamito:


- Me llamo Lucía y no, ¡NO ESTOY BIEN!, pero déjame tranquila


- ¿Qué te pasa?, ¿Qué necesitas? – insistió Javier, quien al igual que EL PRINCIPITO de ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY, nunca permitía que se dejara sin respuesta una pregunta que había formulado

- Mi papá y mi mamá se pelearon, mi papá se fue de la casa después de Navidad y se van a separar, esto es muy duro, pero tú no entenderías nada, esto son cosas de adultos – le contesto Lucía, sin saber porque hablaba con aquel aparecido

 

Pero claro que Javier entendía, lo entendía muy bien, él había vivido y visto mucho, muchísimo en sus pocos años de vida. Sin pensarlo mucho abrió su morral, sacó el segundo mago y se lo ofreció a Lucía. Aunque en su casa ella estaba acostumbrada a lo mejor de lo mejor, quedo impresionada tanto por el gesto del niño, como por el color brillante y el olor intenso de aquella fruta. Finalmente sonrió, le dio un beso a Javier en la mejilla, y bajó deprisa de la loma para dirigirse a su casa.

 

Aún sonrojado, por el beso de aquella bella dama, Javier revisó su morral; todavía le quedaba un mango y, pasará lo que pasará, él se lo llevaría al NIÑO JESÚS. Así que cerró su morral; se lo puso en la espalda y comenzó a caminar rumbo a la iglesia de Petare. Bajó por la carretera vieja Petare-Guarenas, pasó frente a la Universidad Santa Maria, bordeó los barrios Bolívar, la Bombilla, San José, 24 de julio, 5 de Julio, 12 de octubre y el Esfuerzo y al llegar a la estación del metro de Petare, cruzó corriendo la Avenida Francisco de Miranda y finalmente llegó a la Redoma de Petare. Allí se consiguió con una empinada subida que recordaba haber caminado cuando fue a misa con su mamá, aunque se sentía cansado subió y al final de ella se encontró con la Plaza Sucre y la Catedral de Petare.

 

Al llegar a las escaleras para entrar a la vieja iglesia, se topó con una señora mayor sentada en las escaleras que le extendió la mano y le dijo: «ALGO PARA COMER, TENGO HAMBRE». Inmediatamente Javier recordó a su abuela Simona y la cara de agradecimiento que ponía cuando él le llevaba mangos para que aplacara el hambre acumulada. Y casi como autómata, sin pensarlo mucho, abrió su morral, metió la mano, sacó la fruta, se la dio a la señora, le estampó un beso en la mejilla, como los que le daba a su abuela, y salió corriendo para entrar a la iglesia.

 

Una vez dentro del templo, Javier se sentó en uno de los bancos que habían puesto frente al nacimiento, abrió su morral tricolor y, en silencio, se quedó viendo, el infinito vacío que allí había. Había fracasado en su misión, su abuela Simona y los Reyes Magos le habían entregado aquellos tres mangos con la única encomienda de que le llevara UN REGALO AL NIÑO JESÚS de aquel nacimiento y él había llegado hasta allí con el morral vacío. No supo cuánto tiempo estuvo allí sentado, pero cuando ya estaba oscureciendo, se le acercó un señor que se paró a su lado y le dijo:

 

-   Hola, ¿Cómo te llamas?, ¿estás bien?

 

Al escuchar la pregunta, Javier regresó de sus sueños, levantó la mirada y se encontró a su lado con Monseñor Juan Carlos, quien lo abrazaba con una sonrisa. Entonces Javier le hizo un lugar en el banco al 1er Obispo de Petare, le dijo su nombre y aceleradamente, le contó todo lo que le había pasado aquel día desde que había ido a la mata e’mangó, para conversar con su abuela, hasta que se sentó en el banco para ver el morral vacío. Entonces Juan Carlos, se le quedó mirando y le dijo:

 

- Así que eso fue lo que pasó aquí. ¡Chamito resolviste el misterio! ¡Eso lo explica todo!


Dicho eso, el obispo tomó a Javier de la mano, lo llevó ante el nacimiento y le señaló hacia lo más alto, Javier levanto la cara y miró hacia el pesebre de anime y corcho, con Maria y José, La Mula y El Buey y junto al niño Jesús envuelto en pañales, estaban los tres dorados y olorosos mangos de la abuela Simona:


- ¿Sabes Javier?, En nuestra querida Venezuela, siempre los mangos han sido de quien los necesita 

                                     

                                         


FELIZ NAVIDAD

PARA TODOS

Juan Rodrigo Rodríguez
Caracas, noviembre 2022              

Escrito por Juan Rodrigo Rodríguez entre octubre de 2021 y noviembre de 2022, sobre una idea de Juan Rodrigo Rodríguez y Ernesto Alexander Rodríguez. Agradecimiento muy especial a mi hermana Dulce María Rodríguez, a mi cuñado Moritz Eiris y a los amigos de la vida Juan Carlos Nazala e Ildemaro Trías Molina, por la exhaustiva revisión realizada.