miércoles, 28 de diciembre de 2016

Cuánto vale el anillo / ¿Seremos capaces los venezolanos?

Creo que todos coincidimos en que a muy pocos días del inicio del Nuevo Año, la incertidumbre y la inseguridad nos abruman y nos llenan de miedo por lo que nos tocara vivir a los venezolanos en los próximos meses. Nuestro criollo FELIZ AÑO lo decimos con tanta vacilación que suena hueco.



Una mal entendida y peor aplicada «Viveza Criolla» se transformó en conductas egoístas como las que nuestra sociedad demostró en los últimos días cuando se aprovechó de compatriotas comerciantes, que en plena navidad fueron obligados a vender sus mercancías a precios irracionales e indudablemente por debajo de sus costos. Eso nos llena de pesimismo y desesperanza, al pensar que los cambios que hemos sufrido durante los últimos 18 años son permanentes e indelebles, y nos agobia el temor de no ser capaces de encontrar los valores requeridos para reconstruir a nuestra querida Venezuela. Es tanto el desaliento que nos invade, que todos los días cuando recibimos fotos de zapatos de nuestros seres queridos sobre el mosaico de Cruz Diez en Maiquetía, pensamos que los tiempos se aceleran y que la decisión será inevitable.  



Por eso pedimos al Niño Dios que nos de la fuerza y entereza de reencontrarnos como hermanos para que así recuperemos la capacidad de buscar en lo más profundo de nuestros corazones, donde aún persisten y anidan Los Valores que siempre nos identificaron como sociedad. Para eso debemos apoyarnos en el ejemplo que nos dieron nuestros compatriotas en el pasado, cuando mis padres, mis tíos y otros muchos llegaron a estas costas y se enamoraron de los venezolanos. Porque a donde fuéramos éramos reconocidos por hacernos notar como: coloridos, alegres, eléctricos, festejadores, apasionados, trabajadores. Siempre orgullosos y alardeando: de nuestras mujeres, de nuestras playas, de nuestros peloteros, de nuestra música, de nuestro petróleo y de las infinitas riquezas que nos dio el creador. Invariablemente exagerados y desmedidos al hablar de nuestra calidez, de nuestros amigos, y de nuestra capacidad de trabajo. Pero sobre todo perennemente orgullosos y consientes de no ser perfectos, por lo que a cada instante debemos domar la ya mencionada «Viveza Criolla» para cabalgar sobre nuestro infinito corazón y un inmenso temple ante las adversidades.



Para terminar el año les comparto este viejo cuento sobre la capacidad y necesidad de buscar el verdadero valor de cada uno de nosotros y de todos juntos como sociedad. Me llego por correo-electrónico de María Auxiliadora Ramírez el 26/dic/2005, sin más preámbulo para todos Ustedes:



CUANTO VALE EL ANILLO



-      Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante lento para todo. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren los demás?



El maestro, sin mirarlo, le dijo:



-      Cuánto lo siento, muchacho, no puedo ayudarte ahora, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después... – y haciendo una pausa, agregó:



-      Si quieres ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.



-      Encantado, maestro – titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.



-      Bien – asintió el maestro. Se quitó el anillo del dedo pequeño y, dándoselo al muchacho, agregó:



-      Toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido posible.



El joven tomó el anillo y partió.



Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los comerciantes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven les decía lo que pretendía por el anillo. Cuando oía mencionar una moneda de oro, algunos se echaban a reír, otros hacían gestos de que estaba loco, y sólo un viejito fue amable y le advirtió que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de ese anillo. Queriendo ayudarle al verlo tan preocupado, le ofreció una moneda de plata y un objeto de cobre, pero el joven rechazó la oferta.



Tras ofrecer el anillo a todos los que se cruzaban en su camino y después de al menos un centenar de intentos, el joven regresó abatido por su fracaso. ¡Cuánto hubiera deseado tener él mismo esa moneda de oro! Se la entregaría al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.



-      Maestro – le dijo al llegar – lo siento, es imposible conseguir lo que usted aspira. Tal vez le sea posible obtener una o hasta dos monedas de plata, pero nadie va a darle una moneda de oro por el anillo.



-      ¡Qué importante, joven amigo!, lo que acabas de decir – contestó sonriendo el maestro – Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar el caballo y ve a la casa del joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.



El joven volvió a partir con su caballo.



El joyero examinó con mucha atención el anillo con su lupa, lo pesó y le dijo:



-      Este es un anillo que le pertenece a la realeza. Debe estar muy necesitado tu maestro para decidirse a venderlo. Dile que, en este momento, me va a ser imposible darle más de cincuenta y ocho monedas de oro.



-      ¡Cincuenta monedas de oro! – exclamó con admiración el joven.



-      Sí, yo sé que vale mucho más. Si me concede unos días, podría ofrecerle hasta setenta monedas.



El joven corrió emocionado a la casa de su maestro y le contó lo sucedido.



-      Siéntate – dijo el maestro después de escucharlo – Tú eres como este anillo: Una joya muy valiosa y única. Y como tal, sólo puede valorarte un verdadero experto. No te preocupes si la gente corriente no descubre tu verdadero valor – y diciéndole esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.



UN FELIZ AÑO 2017 PARA TODOS

QUE DIOS NOS TRAIGA

PAZ & ESPERANZA

A TODOS EN VENEZUELA



Recibido por correo-electrónico de

María Auxiliadora Ramírez el 26/dic/2005



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Pterodáctilo Ancestral
Diciembre 2016

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Juicio en el Conuco / Yare nueve semanas antes de Corpus Christi


Este relato lo escribí «tropicalizado» e inspirado en mis recuerdos sobre uno que leí hace muchos años llamado JUICIO EN EL MAIZAL (Ernest Shubirg / SDR abr´95), mi versión está ambientada en nuestra Venezuela 2016, y la ubico en el bello pueblo de San Francisco de Yare – cuna de los Diablos Danzantes, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde diciembre de 2012 - donde trabaje durante más de 22 años. Para Ustedes mi versión de… …







“JUICIO EN EL CONUCO”
aquella tarde me merecía una buena paliza…



La altísima humedad hace que en Los Valles del Tuy siempre haga calor y todos saben que eso empeora durante el mes de abril de cada año, pero particularmente aquel martes de Semana Santa parecía el más caluroso en la historia de San Francisco de Yare.



“Embrutecido por el calor” yo había perdido totalmente cualquier noción del tiempo. Estaba recargado en mi rastrillo, echando a volar la fantasía y soñando que estaba en un juego de pelota en el “estadio Efraín Rengifo del sector La Esperanza”. De pronto vi que mi abuelo se acercaba de prisa entre las hileras de matas, agitando una larga vara de guayaba que desde tiempos “ancestrales” llevaba con él a manera de «mandador».



-      “Peo a la vista” – pensé asustado.



En aquella Semana Santa de mis 11 años se respiraba en Yare, el mismo aire de crisis que en el resto de Los Valles del Tuy, de todo el estado Miranda o de cualquier rincón de Venezuela y como mi padre había conseguido una oportunidad como “bachaquero” en La Redoma de Petare, mi abuelo se hizo cargo de la mayor parte de los trabajos del conuco para que, además de lo que se rebuscaba mi papá con el bachaqueo, tuviéramos: jojoto, yuca, auyama, lechosa, ají, plátano, caraota o pimientos dependiendo de la fecha. Aquella tarde a mí me tocaba: ayudar a limpiar la tierra y abrir las zanjas para meter la caraota.

Y bien sabia que debíamos terminar hoy martes, ya que el abuelo como "Promesero", estaría - como todos los años - reunido desde antes del mediodía del miércoles, con la directiva de la Cofradía para revisar los detalles pendientes para las actividades del "Corpus Christi", que se lleva a cabo el noveno jueves después del Jueves Santo.

Aunque nunca fue "Promesero", mi padre respetaba y entendía lo importante que era la cofradía para el abuelo:

-         No dejes que ese “carajito te eche carro” – le había dicho antes de irse a Petare - Si es necesario, dale unos buenos coñazos. Últimamente le ha dado por andar “como ahuevoneado”.

Yo conocía a mi abuelo. Jamás estaba gritando o dando coñazos, como hacían los otros viejos del pueblo; ni siquiera nos golpeaba a mí y a mis primos, cuando le rompíamos la viejas tejas del techo al montarnos sobre el rancho «pa’ tumba mangos» en los meses de mayo y junio. Y mi abuelo era uno de los pocos hombres que yo había visto llorar. Lloró cuando «Huguito», nuestro perro, estuvo a punto de morir por una mordedura de Tigra Mariposa, y también cuando el mismo animal (acontecido aquel bicho) se enterró las púas de la cerca de alambre. Pero recuerdo que el día que más lloro fue cuando la Guardia Nacional le pego un tiro a mi primo Leonel – su nieto mayor – que según el viejo: «andaba con malas juntas». Un día le pregunte por qué a veces se le humedecían sus negros ojos, y me contesto: “Es bueno llorar de tiempo en tiempo. Según la Biblia hasta Jesús lloró”.



Después de casarse, se volvió uno de los miembros más activos de la Cofradía de Los Diablos Danzantes de Yare y de la Parroquia del Pueblo. «La Negra» - así siempre llamo mi abuelo a su mujer: mi abuela - contaba que Dios lo había ayudado a dominar su pésimo carácter y lo había vuelto sensible ante la gente y los animales. Siempre admire que los viejos que se sentaban por las tardes a charlar en la Plaza Bolívar, se pusieran de pie para estrechar su mano cuando lo veían pasar y lo saludaban utilizando solamente su apellido: «Buenas tardes Meneses». Uno de los momentos más bellos de mi infancia fue aquel en que lo oí decir al Párroco de Yare que quizá yo iba a ser su mejor nieto, porque me atraían “las cosas de la mente” (aunque yo solo pensaba en la pelota).



Y fueron “las cosas de la mente” las que se apoderaron de mí aquella calurosa tarde de Semana Santa. Mientras estaba apoyado en el rastrillo, manoteando de vez en vez para espantar las moscas, mis pensamientos andaban por el campo de pelota, más precisamente en un turno al bate con las bases llenas y perdiendo por tres. Absorto en mis sueños de pelotero, no me había percatado de que mi abuelo había dejado de cantar joropo en la parcela contigua. Pero al oír sus pasos y el roce de las matas con sus piernas, me puse a rastrillar, sin atreverme a levantar la vista.



-         Oye, chamo – me dijo “demasiado amablemente” - ¿Cómo está tu rastrillo el día de hoy?

-         Bien, abuelo – conteste sin entender la pregunta

-         No lo creo. Déjame verlo – dijo el viejo estirando la mano



Le di el rastrillo de mango corto que él mismo había hecho especialmente para mí, y de inmediato empezó a «hablarle golpeado» mientras lo sostenía frente a sus ojos con el brazo estirado:



-         Mira rastrillo del carajo, te envié aquí esta mañana con mi nieto para que trabajen el conuco. Sabes de sobra que necesitamos sembrar con la Luna Llena, y que yo mañana miércoles estoy con Los Diablos y no puedo venir pa’ el conuco. Y tú te la pasas jodiendo toda la tarde sin terminar el trabajo. Así pues, que debo corregirte.



Y entonces azotó el mango del rastrillo hasta que el «mandador de guayaba» se rompió entre sus manos.



-         A ver si ahora sí quiere colaborar - dijo, y me entregó el rastrillo

-         Yo creo que sí – le aseguré, y me puse a rastrillar el surco con una energía jamás vista en mí. – Ahora va a trabajar mucho mejor.



Mi abuelo se alejó. A unos cuantos metros se detuvo y dio media vuelta, y mirándome con sus ojos negros brillantes me dijo:



-         Yo ya le avisé a tu «mae» que hoy vas a cenar con nosotros. No te entretengas. Tu abuela está preparando una bandeja muy grande de «Cabello de Ángel», y tú sabes que «La Negra» se arrecha cuando llegamos tarde a la mesa.



Pterodáctilo Ancestral
Valles del Tuy, diciembre 2016

martes, 13 de diciembre de 2016

La Camarera / SERVIR A DIOS, A LA PATRIA Y A LA IGLESIA




Hoy 14 de diciembre estamos en pleno Adviento, época para prepararnos para La Navidad. Y todos aquellos que alguna vez nos obligamos por nuestro honor a: SERVIR A DIOS, A LA PATRIA Y A LA IGLESIA, A AYUDAR AL PRÓJIMO EN CUALQUIER CIRCUNSTANCIA, Y A CUMPLIR LA LEY SCOUT, sabemos que La Navidad es una época en que más importa lo que se da, que lo que se recibe.





Sin embargo nos corresponde vivir en un tiempo y espacio en donde las hadas parecieran confabularse contra la idea de Ayudar al Prójimo, y es que en estos escenarios en que coexistimos, acciones tan simples y elementales como detenerse en una carretera para auxiliar a un accidentado, se revisten de un riesgo tan grande, que la más esencial prudencia nos recomienda no hacerlo, para no poner en riesgo nuestra vida.

Y como en aquellas viejas películas que recrean un futuro post-apocalíptico (tipo Mad Max del ‘79), esas circunstancias nos apartan de los valores sociales más básicos y fundamentales, valores sin los cuales la sociedad se deshumaniza y transforma cual Jaurías de Perros Jaros – como las mencionadas por Rudyard Kipling en su “Libro de Las Tierras Vírgenes” (The Jungle Book) - que destruyen y arrasan todo a su paso guiados por los más primitivos instintos de supervivencia.

Pero La Navidad, nos regala una nueva oportunidad para guardar esos primitivos instintos en el fondo del morral dejando especio libre para que el AMOR regrese a nuestros hogares y corazones. Por eso la invitación para que la llegada del Niño Dios, nos reencuentre con nuestros valores esenciales, y nos permita reconciliarnos como Hermanos e Hijos de Dios, para reconstruir nuestra querida Caracas, para que así pueda volver a reclamar y ostentar con orgullo su título de La Sucursal del Cielo.



La bella imagen de Maria de la Esperanza, montada en el Burrito Sabanero de nuestra Navidad Criolla, que junto a su esposo Jose y con sus alforjas repletas de confianza y fe siguen a la estrella que los guía por el camino a Belen, nos servirá de ejemplo a Los Caraqueños para llenar nuestros morrales de Confianza, Seguridad y Esperanza en que sobre nuestro querido Avila brillara nuevamente la Luz del Amor de una nueva Navidad.






Les dejo bajo el arbolito este bello relato, no es mío pero hace mucho tiempo que me llego por internet de algún autor lastimosamente desconocido, me gusta, está vigente y nos muestra el camino a seguir:
FELIZ NAVIDAD PARA TODOS… ...


LA CAMARERA



Casi no la había visto. Era una señora anciana con el auto varado en el camino.

El día estaba frió, lluvioso y gris. Juan se pudo dar cuenta que la anciana necesitaba ayuda.

Estacionó su vetusto automóvil delante del Mercedes de la anciana, aún estaba tosiendo cuando se le acercó.

Aunque con una sonrisa nerviosa en el rostro, se dio cuenta que la anciana estaba preocupada. Nadie se había detenido desde hacía más de una hora, cuando se detuvo en aquella transitada carretera.

Realmente, para la anciana, ese hombre que se aproximaba no tenía muy buen aspecto, podría tratarse de un delincuente.

Más no había nada por hacer, estaba a su merced. Se veía pobre y hambriento.

Juan pudo percibir como se sentía.

Su rostro reflejaba cierto temor.

Así que se adelantó a tomar la iniciativa en el diálogo:

-     "Aquí vengo para ayudarla señora, entre a su vehículo que estará protegida del clima. Mi nombre es Juan "-.

Gracias a Dios solo se trataba de un neumático bajo, pero para la anciana se trataba de una situación difícil.

Juan se metió bajo el carro buscando un lugar donde poner el "gato" y en la maniobra se lastimó varias veces los nudillos.

Estaba apretando las últimas tuercas, cuando la señora bajó la ventana y comenzó a platicar con él.

Le contó de donde venía; que tan sólo estaba de paso por allí, y que no sabía como agradecerle. Juan sonreía mientras cerraba el baúl del coche guardando las herramientas.

Le preguntó cuanto le debía, pues cualquier suma sería correcta dadas las circunstancias, pues pensaba las cosas terribles que le hubiese pasado de no haber contado con la gentileza de Juan.

Él no había pensado en dinero. Esto no se trataba de ningún trabajo para él. Ayudar a alguien en necesidad era la mejor forma de pagar por las veces que a él, a su vez, lo habían ayudado cuando se encontraba en situaciones similares.

Juan estaba acostumbrado a vivir así.

Le dijo a la anciana que si quería pagarle, la mejor forma de hacerlo sería que la próxima vez que viera a alguien en necesidad, y estuviera a su alcance el poder asistirla, lo hiciera de manera desinteresada, y que entonces... - "tan solo piense en mí"-, agregó despidiéndose.

Juan esperó hasta que al auto se fuera. Había sido un día frío, gris y depresivo, pero se sintió bien en terminarlo de esa forma, estas eran las cosas que más satisfacción le traían. Entró en su coche y se fue a su casa.

Unos kilómetros mas adelante la señora divisó una pequeña cafetería.

Pensó que sería muy bueno quitarse el frío con una taza de café caliente antes de continuar el último tramo de su viaje.

Se trataba de un pequeño lugar un poco desvencijado. Por fuera había dos bombas viejas de gasolina que no se habían usado por años. Al entrar se fijó en la escena del interior.

La caja registradora se parecía a aquellas de cuerda que había usado en su juventud. Una cortés camarera se le acercó y le extendió una toalla de papel para que se secara el cabello, mojado por la lluvia.

Tenía un rostro agradable con una hermosa sonrisa. Aquel tipo de sonrisa que no se borra aunque estuviera muchas horas de pie. La anciana notó que la camarera estaría de ocho meses de dulce espera, y sin embargo esto no le hacía cambiar su simpática actitud.

Pensó en cómo gente que tiene tan poco pueda ser tan generosa con los extraños.


Entonces se acordó de Juan... luego de terminar su café caliente y su comida, le alcanzó a la camarera el precio de la cuenta con un billete de cien dólares; cuando la muchacha regresó con el cambio constató que la señora se había ido.

Pretendió alcanzarla, al correr hacia la puerta vio en la mesa algo escrito en una servilleta de papel al lado de 4 billetes de $100.

Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando leyó la nota:

-     "No me debes nada, yo estuve una vez donde tú estás. Alguien me ayudó como hoy te estoy ayudando a ti. Si quieres pagarme, esto es lo que puedes hacer: no dejes de asistir y ser bendición a otros como hoy lo hago contigo. Continúa dando de tu amor y no permitas que esta cadena de bendiciones se rompa. Aunque había mesas que limpiar y azucareras que llenar, aquél día se le fue volando.

Esa noche, ya en su casa, mientras la camarera entraba sigilosamente en su cama, para no despertar a su agotado esposo que debía levantarse muy temprano, pensó en lo que la anciana había hecho con ella.

¿Cómo sabría ella las necesidades que tenían con su esposo, los problemas económicos que estaban pasando, máxime ahora con la llegada del bebé?

Era consciente de cuan preocupado estaba su esposo por todo esto.

Acercándose suavemente hacia él, para no despertarlo, mientras lo besaba tiernamente, le susurró al oído:

- "Todo va a estar bien, te amo... Juan" -.





Me llego por Internet, autor “muy lastimosamente” desconocido. Compartido para Ustedes por:

Pterodáctilo Ancestral
Diciembre 2016

miércoles, 7 de diciembre de 2016

A todos nos llega el turno / PLAY BALL



Lo confieso ME GUSTA EL BEISBOL, entre otras cosas porque independientemente del resultado: “a todos nos toca nuestro turno de batear”, y además mis Cardenales de Lara esta de primeros por lo que esta semana les comparto treinta pensamientos de este bello deporte.

En mas de 100 años de Béisbol Organizado se han hilado una serie tan larga de frases y dichos que hoy la lista puede ser interminable, lo que hace muy difícil la selección de los mismos. Para hacerlo fácil simplifique el sistema: elegí simplemente aquellos que me gusta, por que aplican para diversos aspectos de la vida.

Y es que los VALORES existen y se requieren en todos y en cada uno de los aspectos de la vida. Por eso les digo: "ojala que el amor fuera como el béisbol, que cuando uno grita MIA los amigos se apartan". Y nunca olvidemos que: "La VIDA es como un lanzamiento, no importa en donde inicia ni donde termina sino por donde pasa"

No me queda más que decir que: PLAY BALL… …




1.       No puedes vencer a alguien que nunca se rinde (Babe Ruth)



2.      No dejes que el miedo a poncharte se interponga en tu camino (Babe Ruth)



3.      Cada strike me acerca a un cuadrangular (Babe Ruth)



4.      Solo tengo una superstición. Toco todas las bases cuando consigo un home run (Babe Ruth)





5.      La diferencia entre lo posible y lo imposible está en la determinación de la persona (Tommy Lasorda)



6.      Quiero agradecer al Señor por hacerme un Yankee (Joe DiMaggio)



7.      "El béisbol es el único deporte en el que aciertas en 3 de cada 10 oportunidades y se considera un buen desempeño." (Ted Williams)



8.      El béisbol es casi la única cosa ordenada en un mundo muy desordenado. Si tienes tres strikes, ni siquiera el mejor abogado puede sacarte de este lio. (Bill Veeck)



9.      El béisbol es el único lugar en la vida, donde un sacrificio es verdaderamente apreciado. (Autor desconocido)





10.   “He llegado a la conclusión de que las dos cosas más importantes en la vida son: buenos amigos y un buen bullpen”. Bob Lemon, jugador de cuadro que obtuvo su verdadero brillo como lanzador, al superar la marca de veinte victorias o más durante nueve años.



11.    El fanático de béisbol tiene el aparato digestivo de una cabra. Él es capaz de devorar todo un set de estadísticas con insaciable apetito, para después salir en busca de más. (Arthur Daley)





12.   Por el dinero que me pagan yo debería jugar 2 posiciones (Pete Rose)



13.   “Algunos enemigos no perdonan que uno los perdone” (Yogi Berra)



14.   Después de jonrronear corría con la cabeza baja. Pienso que el lanzador ya se sentía bastante mal conmigo dando la vuelta (M. Mantle)



15.   “Si me dieran siempre 25 peloteros, todos en el último año de su contrato, ganaría el título año tras año” (Tom Lassorda)



16.   “El béisbol es el 90% mental, la otra mitad es físico”. (Yogi Berra)



17.   “Estoy completamente convencido de que todo niño, en su corazón, preferiría robarse la segunda base antes que un automóvil.” (Tom Clark)



18.   Un estadio de béisbol es el único lugar donde a las esposas no les preocupa que sus maridos se fijen en las curvas de otro. (Brendan Francis)





19.   Los otros deportes son solo deportes. El béisbol es un amor. (Bryant Gumbel)



20.  El béisbol es el Rey de los Deportes (Albert Einstein)



21.   Hay tres cosas en la vida que verdaderamente amo: Dios, mi familia y el béisbol. El único problema es que una vez que comienza la temporada, cambio el orden un poco. (Al Gallagher)



22.  Jamás he paso un día de mi vida sin aprender algo nuevo acerca del béisbol (Connie Mack)



23.  “El béisbol es sólo un juego, si, y el Gran Cañón de Colorado es solo un hueco en medio de Arizona”. George F. Will, periodista, ganador del premio Pulitzer.




24.  Pueden existir personas con mayor talento que tú, pero es inaceptable que exista alguien que trabaje más duro  (Derek Jeter)





25.  La gente me pregunta por qué juego tan fuerte todas las noches Y yo les recuerdo que Lou Gehrig decía: 'En el día de hoy, estoy seguro de que en las graderías hay un niño que me está viendo jugar por primera vez y él merece mi mejor esfuerzo'  (Derek Jeter)



26.  “El béisbol no son estadísticas, el béisbol es Joe DiMaggio doblando por la segunda base”. Jimmy Breslin, periodista.



27.  “Esto no se acaba, hasta que se acaba”. Yogi Berra, el cátcher icono de los Yankees de Nueva York es el autor de una de las frases más recurridas y conocidas por fanáticos del béisbol.







28.  “Las estadísticas de béisbol son como las muchachas en bikini: enseñan mucho, pero no todo” (Toby Harrah)




29.  “Existen tres cosas que pueden pasar en el béisbol: puedes ganar, puedes perder o puede llover”. Casey Stengel, “el viejo profesor” jugador y manager, recordado por su peculiar manera de contar historias. Su vida giraba en torno al béisbol y a su esposa.




30.  El público no abuchea a los Don nadie, Reggie Jackson, “Mr. Octubre”, jugador con un swing privilegiado que conectó tres cuadrangulares en el sexto juego de la Serie Mundial de 1977. Miembro del Salón de la Fama del béisbol desde 1993.



Se acabó el juego, ha caído el último out



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Pterodáctilo Ancestral

Diciembre 2016

domingo, 4 de diciembre de 2016

EL ANGELITO MÁS PEQUEÑO (2do domigo de adviento)





Para el 2do domingo de adviento les compartimos “EL ANGELITO MÁS PEQUEÑO” que paso a ser parte de nuestra tradición navideña cuando Renny Ottolina en 1967 realizo un Programa Especial de Navidad, adaptando el cuento homónimo de escritor Charles Tazewell





EL ANGELITO MÁS PEQUEÑO

(The Littlest Angel, Charles Tazewell - 1939)





Érase una vez -según la cronología del hombre hace muchos, muchos años, y de acuerdo con el calendario celestial apenas fue ayer, claro está- un triste y desdichado angelito conocido en todo el reino de los cielos como "el ángel más pequeño".



El ángel más pequeño tenía exactamente cuatro años cuando apareció ante el honorable guardián del portal del cielo, rogándole que le permitiera entrar. Y ahí estaba él, desafiante, con sus piernas tan cortitas, arqueadas pero firmes, pretendiendo que todo ese brillo celestial le imponía bien poco; aunque aquel temblor ligero pero incontenible de la barbilla le delataba y tampoco pudo evitar que una lágrima se deslizara por su carita ya marcada por el llanto hasta detenerse en su pecosa nariz. Y eso no fue todo: para colmo de males, como de costumbre, se había olvidado de su pañuelo, y justo en el preciso momento en el que el membrudo escribano guardián se aplicaba a apuntar su nombre en el gran libro, el ángel más pequeño se sorbió los mocos ruidosamente. Fue tanto el ruido, que al buen guardián le pasóalgo que jamás le había ocurrido: ¡MANCHÓ LA PÁGINA IMPECABLEMENTE ESCRITA CON UN GRAN BORRÓN DE TINTA!



Desde ese momento la paz del cielo se vio seriamente perturbada y pronto el ángel más pequeño se convirtió en la pesadilla de todos los habitantes celestes. Sus estridentes silbidos atravesaban de parte a parte las calles doradas, sobresaltando de tal forma a los profetas, que detenían su meditación estupefactos. En las clases de canto del coro celestial su voz, tan aguda y tan falta de modulación, destrozaba el habitualmente aterciopelado sonido divino. A eso hay que añadir que, por culpa de sus piernas tan cortitas, siempre llegaba tarde a la hora del rezo vespertino, empujando y golpeando a los demás ángeles en las alas mientras se abría camino entre las filas hasta llegar a su sitio. Por si fuera poco, aunque pudiera disculparse este mal comportamiento, lo que sí resultaba imperdonable era su aspecto desaliñado. Al principio, los querubines y serafines lo comentaban entre cuchicheos, pero pronto los ángeles y arcángeles expresaron de viva voz que en realidad no parecía un ángel. Y tenían razón: su aureola tenía manchas en aquellas partes en las que la sujetaba con sus sucios deditos para no perderla mientras corría porque, en realidad, siempre andaba corriendo. Pero incluso cuando no lo hacía y se estaba quieto, la aureola parecía estar siempre torcida sobre su cabecita, o se le caía del todo y rodaba por alguna de las calles doradas, de modo que el ángel más pequeño tenía que correr tras ella.



También hay que decir que sus alas ni eran bonitas ni muy útiles. Todos contenían el aliento cuando se sentaba como un pajarito asustado recién salido del nido, en el extremo de una nube, haciendo ademán de emprender el vuelo. Entonces cerraba los ojos, se apretaba la pecosa nariz con ambas manos, contaba hasta tres y se tiraba de cabeza – aureola incluida – al espacio. Y como casi siempre olvidaba poner sus alas en funcionamiento, estos vuelos casi siempre terminaban en accidente.



Todo el mundo veía venir que, tarde o temprano, le caería una reprimenda. Y así ocurrió que un día infinito de un mes infinito de un año infinito, fue llamado ante el ángel de la paz. El ángel más pequeño se peinó cuidadosamente, cepilló sus alas desaliñadas y se puso una túnica casi limpia; luego emprendió el camino con el corazón apesadumbrado. Mucho antes de llegar al edificio de la justicia celestial, ya se podían escuchar los cánticos de júbilo. En la puerta, precipitada y torpemente comenzó de nuevo a sacarle brillo a su aureola con la túnica antes de entrar de puntillas en el edificio. El cantante, que en el cielo era conocido como el ángel de la reconciliación, bajó la mirada hacia el ángel más pequeño y éste, de inmediato, trató en vano de hacerse invisible, escondiendo la cabeza bajo el cuello de su vestimenta, igual que lo haría una tortuga. El ángel de la reconciliación no pudo mantenerse serio por más tiempo; tras soltar una afectuosa y cálida carcajada le dijo: "¡Así que tú eres el pequeño granuja que ha puesto el cielo patas arriba! Ven, querubín, y cuéntame todo desde el principio".



El ángel más pequeño alzó la mirada hacia el gran ángel, pestañeando primero con un ojo y luego con el otro. Inesperadamente, sin saber cómo había podido ocurrir, se encontró sentado en su regazo y le contó lo difícil que era para un pequeñín como él convertirse de pronto en un ángel y que, en realidad, sólo se había columpiado una vez en el portal dorado, bueno, dos veces… Vale, era verdad, quizá habían sido tres veces; pero que sólo lo había hecho porque estaba muy aburrido. Y eso era, en realidad, lo que le pasaba: el ángel más pequeño no tenía nada que hacer en todo el día y la desidia se iba apoderando de él a medida que pasaba el tiempo. ¡No es que no le gustara el Paraíso, no, pero en la Tierra también se lo había pasado muy bien, subiéndose a los árboles, nadando y pescando peces, jugando bajo la lluvia y con el barro, que se sentía blandito y fresco bajo los pies! El ángel de la reconciliación sonrió con compasión y le preguntó qué sería lo que le haría realmente feliz en el Paraíso. El ángel más pequeño lo pensó durante unos instantes y luego le susurró al oído: "en casa, debajo de mi cama, hay una caja. ¡Ay, si la pudiera tener aquí...!".  El ángel de la reconciliación asintió con la cabeza: "La tendrás", prometió, y envió inmediatamente a un mensajero celestial en su busca.



A lo largo de todos los intemporales días posteriores, todo el mundo se asombró del inexplicable y extraño cambio que había experimentado el ángel más pequeño. De repente era el más feliz de todos los ángeles, y su comportamiento y aspecto fueron a partir de ese instante tan ejemplares, que nadie tuvo nada que reprocharle jamás.



Un día, llegó la Buena Nueva de que Jesús, el Hijo de Dios, iba a nacer en Belén de la Virgen María. Semejante noticia desató una alegría sin igual y todos los ángeles y arcángeles, los querubines y serafines, el guardián del portal del cielo y demás moradores del reino celestial dejaron sus quehaceres cotidianos: querían preparar sus regalos y presentes para el Hijo de Dios. Todos estaban muy atareados; todos, salvo el ángel más pequeño. Éste se encontraba sentado en el escalón más alto de la escalera celestial confiando, con la cabeza apoyada sobre las manos, en que se le ocurriría una idea para unbuen regalo. Pero por mucho que pensaba y pensaba, no daba con nada que pudiera ser sido digno del Niño divino.


El momento del gran milagro se aproximaba de manera preocupante, cuando le surgió la feliz idea. Llegado el gran día, sacó el regalo de su escondite, detrás de una nube, y lo colocó ante el trono del Señor. Sólo era su pequeña caja, tan manoseada, pero que contenía todas esas cosas preciosas que seguramente hasta al Hijo de Dios harían feliz.



Y ahí estaba, esa pequeña y modesta cajita, entre todos los valiosísimos regalos de los demás ángeles del paraíso; regalos de un esplendor y de una belleza que el mero reflejo de su brillo iluminó el cielo y el universo entero. Al ver todo ese lujo, el ángel más pequeño se entristeció sobremanera y reconoció que su regalo no era apropiado. Le hubiera gustado poder recuperarlo, pero ya era tarde; la mano de Dios se estaba deslizando sobre los demás regalos. De repente, se detuvo justo sobre el humilde regalo del ángel más pequeño. Pobrecillo, observaba tembloroso mientras se abría la caja, dejando al descubierto ante los ojos del Señor y los de los demás habitantes del reino todo aquello que le quería regalar al Hijo de Dios: una mariposa con alas de color amarillo dorado que él mismo había capturado en las montañas, un huevo azul cielo que había caído de un nido entre las ramas de un olivo, dos guijarros blancos que había encontrado en el fango de la orilla del río y un trozo de cuero que en su día había pertenecido al collar de su fiel amigo de cuatro patas…



De los ojos del ángel más pequeño brotaban gruesas lágrimas, tan tibias como amargas. ¿Cómo pudo haber pensado que aquellos cachivaches le habrían gustado al Hijo de Dios? Invadido por el pánico, se dio la vuelta e intentó escapar para esconderse de la ira divina del Padre celestial, pero tropezó con una nube, tan torpemente, que rodó hasta el trono del Todopoderoso. De pronto, un atronador silencio se apoderó de la ciudad celestial, sólo interrumpido por el desgarrador sollozo del ángel más pequeño. Al instante, se elevó  una voz, la voz de Dios, que dijo: "De todos estos regalos, esta caja es la que más me gusta. Contiene cosas de la Tierra y del hombre, y mi Hijo ha nacido para reinar sobre ambos. Acepto este regalo en el nombre de mi hijo Jesús, nacido hoy de María en Belén".



Todos permanecieron callados y, de inmediato, la cajita del ángel más pequeño comenzó a brillar con una luz como jamás antes se había visto, cegando a todos los ángeles presentes. De ahí que ninguno de ellos pudiera observar como la cajita se alzaba resplandeciente desde el trono de Dios, y que sólo el ángel más pequeño la viera cruzar el firmamento, veloz como un meteoro, hasta posarse como una clara señal en lo alto de un humilde establo, donde acababa de nacer un niño...



The Littlest Angel, De Charles Tazewell

Traducción Caroline Rott