lunes, 14 de noviembre de 2022

Adios al Mejor jefe de Tropa, hasta luego Ricardo Rodríguez

 




NO ES LA MUERTE QUIEN MATA LAS ALMAS,

SÓLO MUERE QUIEN ES OLVIDADO

 






Señor y jefe mío, que a pasar de mis debilidades me has escogido como jefe y guardián de mis hermanos scouts, haz que mis palabras iluminen sus pasos por el sendero de Tu Ley, que sepa mostrarles tu huella divina en la naturaleza que has creado, enseñarles lo que debo y conducirlos de etapa en etapa hasta Ti Dios mío, al campo del reposo y de la dicha donde has establecido tu tienda y la nuestra para la eternidad.

Así sea

 

Hoy despediremos al mejor jefe de Tropa que tuvimos la suerte de conocer, a un hermano scout que nos predicó y enseñó con el ejemplo, a un venezolano ejemplar, a nuestro amigo que siempre sonreía y cantaba en sus dificultades.

 

Decimos despediremos, pero siempre estará presente cuando nos reunamos alrededor del fuego para hablar de héroes y scouts. Ricardo siempre estaba listo para servir, recordamos que fue jefe de Tropa y Clan, Capacitador, jefe de Campo del AMISTAD88, vicepresidente de la Entidad Miranda, miembro del Consejo Nacional y Subjefe Scout de Venezuela. Pero creemos que él preferiría que lo recordemos como lo conocimos en los años 70's, cuando era GUÍA DE PATRULLA y ROVER INVESTIDO en su amado grupo TITANIC#9.

 

Vuela alto querido amigo y monta tu tienda junto a la de tantos otros qué se nos adelantaron. Te queremos y admiramos muchísimo.

 

NOTA: en la fotografía, Ricardo en su rol de subjefe scout, durante una noche de tormenta, fue hasta el embalse de Petaquire para entregar el Scout de Bolívar al guía de la patrulla Búfalos del San Cayetano, Alexander Becerra (QEPD). Infinitas Gracias amigo

 

Pterodáctilo Ancestral

13nov2022





Un Regalo de Reyes, de Javier, para el Niño Jesús

 

UN REGALO DE REYES, DE JAVIER, PARA EL NIÑO JESÚS



NOTA DEL AUTOR: Este es nuestro regalo para El Adviento 2022. Los protagonistas, personajes y hechos incluidos en este relato son completamente ficticios e inventados entre Caracas y Madrid. La utilización de personas e instituciones verdaderas o hechos reales se realizó solo con fines de enmarcar a nuestros personajes en un tiempo y espacio determinado. Cualquier otro parecido con la realidad es pura, simple y completa coincidencia. No hemos solicitado ni conseguido permiso de ninguno de ellos. FELIZ NAVIDAD. Agradecimiento muy especial a mi hermana Dulce María Rodríguez, a mi cuñado Moritz Eiris y a los amigos de la vida Juan Carlos Nazala e Ildemaro Trías, por la exhaustiva revisión.

Recuerda la consigna de #MeLoContaronAlrededorDelFuego, si te gusta compártelo con tus amigos y déjanos tus comentarios más abajo, eso lo agradecemos muchísimo.

Caracas, noviembre de 2022

 

 

Este gélido enero, Pacheco ha vuelto a invadir la Sucursal del Cielo y justo antes del amanecer hace tanto frio que hasta las estrellas cierran los ojos, encandiladas por las luces de la otrora Ciudad de Los Techos Rojos. Para resguardarse del frio que abraza aquel rancho del barrio La Vuelta del Águila de Filas de Mariche, Javier, el chamito de 7 años que duerme en un chinchorro oriental colgado en la esquina, se acurruca y enrolla en la vieja cobija que heredó de su abuela Simona, cuando ella murió hace nueve meses … … … …

 

Aún está oscuro cuando comienza a sonar el despertador del celular de Johenry, el nuevo novio que trajo su madre al rancho; el hombre se levanta apurado del catre que comparte desde hace tres meses con Rocines – la madre de Javier – y sin muchos miramientos ni amapuches despierta a la menuda mujer que aún se abriga para exorcizarse del frío. Ambos se visten apurados a la luz del único bombillo cubano que alumbra el salón que les sirve de: living, sala, cocina, comedor, vestier y alcoba, y sin tomarse siquiera un guayoyito que les caliente los huesos, la mujer le da un beso en la frente a su unigénito, y se encaraman en la moto del hombre que de inmediato entrompa el asfalto repleto de huecos que lo llevará a Caracas. Como todas las mañanas Javier se queda solo con sus sueños, en el chinchorro que su madre le colgó en una esquina del rancho cuando Johenry se mudó a vivir con ellos.

 

A esa hora, solo iluminado por los tímidos rayos del Sol que comienza a filtrarse por las rendijas del rancho, Javier comienza a cavilar: desde que cumplió cinco años y “tuvo pleno uso de razón”, mantenía una lucha existencial que le carcomía el cerebro: si el 25 de diciembre celebrábamos el cumpleaños del Niño Jesús, ¿porque era él, quien hacía regalos ese día y no éramos nosotros los que le llevábamos regalos al cumpleañero? Esa idea le rondaba permanentemente su negra cabecita, cuando jugaba con sus amigos en “los montes y bosques” que rodean el Embalse La Pereza en Filas de Mariche.

 

Y es que, a Javier, desde muy chamito le gustaba recorrer esos cerros y encaramarse en cuanta mata e’mangó viera, especialmente desde finales de abril hasta el mediados de septiembre, cuando las matas se cargaban de esa dulce y carnosa fruta. Javier se comía el primero rápidamente, casi sin saborearlo, y cuando aún le chorreaba el amarillo néctar de aquella fruta por sus morenas mejillas, calmaba su hambre con el segundo, el tercero y los siguientes; paladeándolos y disfrutándolos en cada mordisco, en cada chupada, en cada momento. En eso podía estar mucho tiempo, gozando del calor del sol en su cara mientras las pepas peladas, se iban acumulando a su lado; eso sí, mientras el banquete duraba, Javier iba apartando las mejores frutas, las que no estaban abolladas, las más amarillitas, las que no habían sido picadas por los pájaros, las tres o cuatro más apetitosas, las iba guardando en el destartalado morral amarillo, azul y rojo, que le dieron en la escuela, para llevárselos a su abuela Simona, para que ella también disfrutara del placer de aquellas frutas, para que ella también aplacara el hambre acumulada.

 

Javier no le hacía asco a nada, se montaba en cualquier mata y se comía cualquier mango, pero su preferida era una mata muy grande y frondosa que su abuela había sembrado con la pepa del mango que su padre le entregó “pa´ el viaje”, cuando se vino de su natal Quebrada Seca del Pilar, en el estado Sucre, a trabajar en una casa mantuana, con una familia de Grandes Cacaos. Una casa de los Amos del Valle, en la Sultana de El Ávila, en la Capital, en Caracas.

 

La niña Simona, que luego fue su abuela, llegó a trabajar en la cocina de una “hacienda” en los alrededores de Petare, en donde se mantenían los usos y costumbres de la esclavitud abolida por los Monagas casi un siglo antes. Allí aprendió a cocinar, a limpiar y a cuidar a los hijos de sus patronos que tenían, la misma edad que ella. Una mañana, ejerciendo ese rol de “NANA, NODRIZA, COMPAÑERA” de los niños mantuanos, acompañó a la familia a una excursión por las montañas que Los Mariches (grupo indígena de la familia Caribe), habitaron hasta 1573, cuando murió su cacique y protector Tamanaco. Durante esa excursión la niña nana se separó del grupo y se internó sola en una falda de la montaña, con sus manos abrió un hueco en la negra tierra y allí sembró, la pepa de mango que había guardado entre sus faldas. Quiso la casualidad, el destino, las hadas, la providencia, que muchos años más tarde, ya convertida en la abuela de Javier, saliera a pasear con su nieto por los montes que rodeaba su rancho en las Filas de Mariche y allí reconoció aquella ladera que había recorrido tantos años antes. Internándose con el niño en aquella selva, llegaron a una frondosa y cargada mata e’mangó, que, con el tiempo, se convertiría en la preferida de su nieto Javier.

 

Abuela y nieto guardaron el secreto de la ubicación e historia del árbol para ellos solos y así luego de la muerte de Simona, Javier acostumbraba a subirse entre sus ramas para hablar con su abuela y contarle sus alegría y penurias. Allí sentía que la abuela lo escuchaba y le contestaba, al aferrarse a sus ramas percibía sus abrazos. El viento entre las hojas le recordaba las caricias de sus callosas manos y el dulzor de sus frutas le rememoraba los besos recibidos. Por eso aquel árbol se había vuelto el favorito del niño, sus frutas sus predilectas y sus ramas su lugar privado para sentirse amado.

 

De esa manera aquella fría mañana de enero, Javier se viste apresuradamente, se lava la cara en el bidón de agua de lluvia y sale corriendo hacia su lugar favorito. De inmediato se subió a la mata e’mangó, en cuanto se sentó entre las ramas, sintió en su cara las caricias de Simona, en los rayos de Sol que se filtraban por entre sus hojas; y allí le contó a su abuela que su madre lo había llevado a la misa de Navidad en la Iglesia Dulce Nombre de Jesús de Petare, que la misa la había dado un sacerdote sonriente, vestido con una reluciente indumentaria, que utilizaba un extraño y alargado sombrero sobre la cabeza; su madre le contó que se llamaba Monseñor Juan Carlosy que había sido designado primer Obispo de Petare por el Papa Francisco que estaba en Roma; además le comentó con vanidad prestada que, monseñor era nacido en Quebrada Seca, el mismo pueblo de donde se vino su abuela Simona. Javier le contaba aquello a su abuela, hinchado de orgullo, pero luego le comentó que en la entrada de la catedral habían colocado un gran nacimiento y a lo alto de una colina de cartón y tela de saco habían situado un pesebre de anime y corcho, con María y José, La Mula y El Buey y un niño Jesús envuelto en pañales, que seguramente debía de pasar mucho frío, ya que él en las mañanas se debía abrigar con la cobija heredada, mientras el niño del pesebre no tiene nada que ponerse. Javier, le explica a su abuela que él no entiende que, aunque monseñor Juan Carlos había dicho en la misa que en la Navidad celebramos el cumpleaños de aquel niño envuelto en pañales, los regalos se los daban a todos, menos al niño. «CUÁNTO ME GUSTARÍA, PODER CÓMPRALE UN REGALO AL NIÑO JESÚS», terminó diciéndole a su abuela antes de bajarse del árbol, para irse a jugar con el balón que le habían regalado en el trabajo de su mamá, a su amigo Carlos.

 

Los chamos estuvieron todo el día pateando aquel balón, metiendo goles entre dos piedras colocadas en el medio de la calle y celebrándolos con un baile como el que hace Vinícius cuando marca goles en el Santiago Bernabéu. Al final de la tarde, cuando comenzó a oscurecer, corrieron a guarecerse a sus casas. Al día siguiente era seis de enero, DIA DE REYES, Javier no esperaba regalos, así que, como todos los días, se levantó temprano y corrió al árbol para contarle a su abuela, sobre los goles y los bailes del día anterior. Al llegar observó algo inesperado, al principio no se dio cuenta de que era, pero al observar las ramas más altas de la mata e’mangó, descubrió que olían extrañas, como el incienso de la iglesia EL DIA DE NAVIDAD, además algo brillaba como oro al reflejar los rayos de Sol que se colaban entre las ramas. Se les quedó mirando, con incredulidad: ¿Cómo eran posibles aquellos mangos maduros en el mes de enero?, ¿Cómo era posible que esos mangos maduros estuvieran allí, entre aquellas ramas y que él no los hubiera visto ayer?, ¿Cómo era posible que la mata e’ mangó solo cargara tres mangos, y que ningún pájaro los hubiera picado? En ese momento Javier tuvo una EPIFANÍA, entendió y comprendió que aquello era UN MILAGRO DE NAVIDAD, UN MILAGRO DE LOS REYES MAGOS, UNA RESPUESTA DE SU ABUELA SIMONA A SU PEDIDO DE AYER. Javier comprendió que aquellos mangos los enviaban Los Reyes, los enviaba su abuela Simona, para que se los llevara al niño Jesús del pesebre de la Catedral de Petare.

 

No lo pensó más, se montó en la mata e’mangó y con sumo cuidado fue cogiendo cada uno de los frutos y guardándolos en su morral amarillo, azul y rojo, como cuando se los llevaba a su abuela Simona. Cuando terminó de cosechar los mangos, se bajó del árbol, se puso su morral y se dirigió sin pensarlo mucho a la carretera que une La Fila de Mariche con Caracas; allí esperaban los ENCAVA que hacen la ruta a Petare.

 

Antes de llegar a la parada, se consiguió a su amigo Carlos, quien estaba sentado en la acera llorando. Javier piensa que, en vista de que está en una misión especial e importante, debería ignorar a Carlos y continuar de largo, pero finalmente la amistad pudo más que la misión y se paró a hablar y consolar a su amigo. Carlos le cuenta entre sollozos que, jugando con su pelota nueva, había golpeado las micas de una moto que estaba parada en la calle y, aunque a la moto no le había pasado nada, el motorizado arrecho le había pinchado el balón que le habían regalado por Navidad. Javier no sabe cómo consolar a su amigo, entonces se acuerda de los mangos y en un loco arrebato de afecto, amistad, cariño y amor, sin pensarlo más, abre el morral, agarra uno de los mangos y se lo entrega al amigo. Carlos no puede creer lo que ven sus ojos repletos de lágrimas: un mango maduro en enero, al final no dice nada, agarra la fruta de las manos de su amigo y sale corriendo pa´ su casa.

 

Aún le quedaban dos mangos, esos serán suficientes para EL NIÑO JESÚS que es muy chiquito. Javier se levanta de la acera y retoma el camino a la parada, al llegar allí se percata que no tiene nada pal´ pasaje, entonces espera durante un buen rato en la acera y ve que cuando llegan los ENCAVA, el chofer y el colector, se bajan y se van a hablar con los otros choferes bajo un techito de zinc que había en la parada. Entonces Javier se pone a caminar entre los autobuses vacíos, pero todos están cerrados, de pronto observa una ventana abierta en el último autobús que acaba de llegar. El chamito se acerca y ve que su objetivo está muy alto, por lo que se pone a buscar y milagrosamente se consigue un vacío de cerveza en una cuneta, lo agarra, lo coloca bajo la ventana abierta y con la misma agilidad con que se monta en la mata e’mangó de Simona, se encarama en la ventana y se mete pa´ la unidad antes de que nadie se dé cuenta. Una vez allí se escondió bajo una lona vieja que estaba al final de la unidad y esperó, y esperó, y esperó, y esperó. Finalmente escuchó que se comenzaban a montar los pasajeros, el chamito contuvo la respiración para que no lo escucharan, pero estaba seguro que escucharían su corazón que latía como un tambor. Finalmente, el ENCAVA arrancó hacia la redoma de Petare sin que nadie se percatara del polizón.


Como a la hora de viaje, se habían montado muchas personas en el ENCAVA y estaban todos apretados. El colector no dejaba de decir: «PA´ TRAS HAY PUESTO, ÉCHENSE PA´ TRAS QUE HAY PUESTO, PA´ TRAS HAY PUESTO». Rezongando, una doña que venía cargando varias bolsas, se apretó contra el escondite de Javier y para descansar los brazos dejó caer una de las bolsas sobre la lona que cubría al chamito. Al sentir el peso de manera tan inesperada, Javier dio un grito y se levantó de un salto, asustada la señora que pensaba que se trataba de una rata u otro animal se quitó del medio y Javier al saberse descubierto, saltó sobre el pasajero sentado en el último asiento y se lanzó por la ventana, cayendo sobre un montón de basura que había al borde de la carretera. Sin esperar a ver si se había hecho daño o si alguien lo perseguía, se paró de entre la basura como un resorte y salió corriendo lo más lejos que pudo de aquel vehículo.

 

Javier corrió unos cinco o diez minutos (aunque a él le parecía que había corrido todo un día, un mes o un año) y no paró hasta llegar a la gran estatua blanca de la cara de Francisco de Miranda tallada en piedra situada en la cima de una loma a la entrada de la urbanización homónima. Allí se subió a esconderse entre las piedras. Estaba pasando el susto, cuando escuchó unos sollozos. Observó y vio que se trataba de una bella jovencita de como 15 años que lloraba desconsolada. Él no la había visto al esconderse detrás de la cara de Miranda. La niña no paraba de llorar, así que Javier se le acercó, se puso a su lado y le dijo, con la desvergüenza que solo se tiene a los siete años:

¿Estás bien?, ¿Cómo te llamas?, ¿Qué te pasa?

 

La joven, que no lo había visto hasta ese momento, levantó la cara, se quedó mirando al niñito sucio que había aparecido a su lado. Al principio tuvo miedo, pero sin saber ¿cómo o por qué?, absurdamente confió en aquel chamito:


- Me llamo Lucía y no, ¡NO ESTOY BIEN!, pero déjame tranquila


- ¿Qué te pasa?, ¿Qué necesitas? – insistió Javier, quien al igual que EL PRINCIPITO de ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY, nunca permitía que se dejara sin respuesta una pregunta que había formulado

- Mi papá y mi mamá se pelearon, mi papá se fue de la casa después de Navidad y se van a separar, esto es muy duro, pero tú no entenderías nada, esto son cosas de adultos – le contesto Lucía, sin saber porque hablaba con aquel aparecido

 

Pero claro que Javier entendía, lo entendía muy bien, él había vivido y visto mucho, muchísimo en sus pocos años de vida. Sin pensarlo mucho abrió su morral, sacó el segundo mago y se lo ofreció a Lucía. Aunque en su casa ella estaba acostumbrada a lo mejor de lo mejor, quedo impresionada tanto por el gesto del niño, como por el color brillante y el olor intenso de aquella fruta. Finalmente sonrió, le dio un beso a Javier en la mejilla, y bajó deprisa de la loma para dirigirse a su casa.

 

Aún sonrojado, por el beso de aquella bella dama, Javier revisó su morral; todavía le quedaba un mango y, pasará lo que pasará, él se lo llevaría al NIÑO JESÚS. Así que cerró su morral; se lo puso en la espalda y comenzó a caminar rumbo a la iglesia de Petare. Bajó por la carretera vieja Petare-Guarenas, pasó frente a la Universidad Santa Maria, bordeó los barrios Bolívar, la Bombilla, San José, 24 de julio, 5 de Julio, 12 de octubre y el Esfuerzo y al llegar a la estación del metro de Petare, cruzó corriendo la Avenida Francisco de Miranda y finalmente llegó a la Redoma de Petare. Allí se consiguió con una empinada subida que recordaba haber caminado cuando fue a misa con su mamá, aunque se sentía cansado subió y al final de ella se encontró con la Plaza Sucre y la Catedral de Petare.

 

Al llegar a las escaleras para entrar a la vieja iglesia, se topó con una señora mayor sentada en las escaleras que le extendió la mano y le dijo: «ALGO PARA COMER, TENGO HAMBRE». Inmediatamente Javier recordó a su abuela Simona y la cara de agradecimiento que ponía cuando él le llevaba mangos para que aplacara el hambre acumulada. Y casi como autómata, sin pensarlo mucho, abrió su morral, metió la mano, sacó la fruta, se la dio a la señora, le estampó un beso en la mejilla, como los que le daba a su abuela, y salió corriendo para entrar a la iglesia.

 

Una vez dentro del templo, Javier se sentó en uno de los bancos que habían puesto frente al nacimiento, abrió su morral tricolor y, en silencio, se quedó viendo, el infinito vacío que allí había. Había fracasado en su misión, su abuela Simona y los Reyes Magos le habían entregado aquellos tres mangos con la única encomienda de que le llevara UN REGALO AL NIÑO JESÚS de aquel nacimiento y él había llegado hasta allí con el morral vacío. No supo cuánto tiempo estuvo allí sentado, pero cuando ya estaba oscureciendo, se le acercó un señor que se paró a su lado y le dijo:

 

-   Hola, ¿Cómo te llamas?, ¿estás bien?

 

Al escuchar la pregunta, Javier regresó de sus sueños, levantó la mirada y se encontró a su lado con Monseñor Juan Carlos, quien lo abrazaba con una sonrisa. Entonces Javier le hizo un lugar en el banco al 1er Obispo de Petare, le dijo su nombre y aceleradamente, le contó todo lo que le había pasado aquel día desde que había ido a la mata e’mangó, para conversar con su abuela, hasta que se sentó en el banco para ver el morral vacío. Entonces Juan Carlos, se le quedó mirando y le dijo:

 

- Así que eso fue lo que pasó aquí. ¡Chamito resolviste el misterio! ¡Eso lo explica todo!


Dicho eso, el obispo tomó a Javier de la mano, lo llevó ante el nacimiento y le señaló hacia lo más alto, Javier levanto la cara y miró hacia el pesebre de anime y corcho, con Maria y José, La Mula y El Buey y junto al niño Jesús envuelto en pañales, estaban los tres dorados y olorosos mangos de la abuela Simona:


- ¿Sabes Javier?, En nuestra querida Venezuela, siempre los mangos han sido de quien los necesita 

                                     

                                         


FELIZ NAVIDAD

PARA TODOS

Juan Rodrigo Rodríguez
Caracas, noviembre 2022              

Escrito por Juan Rodrigo Rodríguez entre octubre de 2021 y noviembre de 2022, sobre una idea de Juan Rodrigo Rodríguez y Ernesto Alexander Rodríguez. Agradecimiento muy especial a mi hermana Dulce María Rodríguez, a mi cuñado Moritz Eiris y a los amigos de la vida Juan Carlos Nazala e Ildemaro Trías Molina, por la exhaustiva revisión realizada.