jueves, 7 de abril de 2016

« Amor en el Caño » o Como decía el abuelo


Una noche de Luna Llena, junte mi canción favorita: «Palabras de Amor, de Joan Manuel Serrat», con la tierra de mis amores: «Venezuela», y aliñe todo con la creación mas maravillosa de Dios: «LA MUJER», y esto fue lo que me salió, comparto con Ustedes mi... ... ...


«Amor en el Caño»


Se conocen desde que Ada ingreso en la escuela, hace 7 años, porque Alberto estudia con su hermano desde la primaria, ambos asisten al Liceo Simón Bolívar (no estaría bien decir que estudian allí, simplemente asisten diariamente), ella al 2do C y él al 3ro B. Cuando Alberto comenzó a estudiar con Tony (que así se llama el hermano), ella era un fastidio a la que todos los días había que esperar y acompañar al rancho después de la escuela, por lo que siempre llegaban tarde a la cancha en donde se armaban los juegos de “2 pa’ 2”, y a ellos les tocaba “quedar paraos” y esperar. Cada vez que llegaban tarde y Tony se quejaba de la lentitud de su hermana, Alberto refrendaba la idea con una frase de su abuelo José del Carmen: «Muchacho no es gente Grande»

Pero hoy a pesar de sus escasos 13 años, la ardiente sangre de sus africanas abuelas empieza a aflorar, por lo que Alberto comienza a verla con otros ojos. Mientras cruzan el caño camino al rancho, la ve de reojo y se fija en que la camisa colegial azul le queda “como apretá”, entonces recordó la ronca voz de su abuelo José del Carmen cuando fueron al río y estaba lloviendo: «Un domingo sin Sol, es como una mujer sin tetas»

Inconsciente o conscientemente, ignora el apuro del pana Tony, y baja el ritmo de sus pasos para poder alargar la duración de la caminata, y así observarla por más rato. Cuando llegan a la acera antes del rancho, le tiende la mano para ayudarla a subir el alto escalón que pusieron para que las crecidas del caño “no se metieran pa la casa”, en su apuro por correr a la cancha Tony no percibe el gesto de su amigo, pero Ada si lo aprecia, se sonroja y sonríe de una manera que ella misma no conocía, como diría con nostalgia el abuelo José Maria: «Tenia a quien salir, la carajita esta»

Luego de ese día nada fue igual:


Él empezó a vestirse diferente, se bañaba sin que su madre se lo recordara, todos los días alargaba más la ruta al rancho, a lo largo del recorrido buscaba ayudarla sin que el hermano se diera cuenta, además estaba todo el día distraído, llegaba tarde a la cancha y (para disgusto de Tony) fallaba en los pases y los tiros más sencillos, como diría El Tío Simón: «se le caen de la hamaca, los sueños de madrugada»,


Ella por su parte pareció explotar como granada madura, dejo de jugar con sus hermanas, y toda la ropa comenzó a apretarle, se daba su tiempo, y a pesar de las quejas de Tony, camina muy lentamente para que el recorrido sea más largo, se le caen los libros varias veces, y el viernes en la tarde se metió en el desván de su hermana y le saco, “ropa de grande” para ir a la misa del domingo, ella esta convencida de que «el amor desesperado puede ser un delito, pero nunca un pecado»,

El domingo 19 de marzo es día de San José, el patrono del pueblo, y el cura de la parroquia ha preparado una verbena a lo Eudomar Santos – «como vaya viniendo, vamos viendo» – para festejarlo después de la misa de seis en la vereda que da pal frente de la capilla, allí pusieron un par de cavas donadas por Polar con: hielo, Polarcitas y Maltin, entre ellas estacionaron la camioneta del alcalde con las puertas abiertas, sacaron las cornetas y pusieron música llanera, Tony y la mayoría de los chamos de 3ro corren pa’ la cancha detrás del balón, pero Alberto se hace el loco y se retrasa como hace unos días, su mirada busca a Ada quien hoy vestida de fiesta parecer una moderna Rosalinda, su hermana le presto una amplia y floreada falda llanera y una apretada camisa blanca que despunta sus nacientes senos, suena el Joropo en las cornetas: «Una mujer “cariñosa”, jala más que un buey yuguero»

La saluda y por primera vez desde que la conoce, le da un casto beso en la mejilla, a ella se le ilumina los ojos y para disimular le ofrece la botella de malta que está tomando, él acepta y comienza tomar, le parece sentir sus labios en el frio refresco y no quiere parar, le da un largo trago. Las amigas de Ada cuchichean y se alejan unos pasos para darles “privacidad”. Al sentirse “solos”, ambos siente un repentino frio, sus bocas no emiten ningún sonido, pero ellos comienza a hablarse con los ojos. Como dice José Maria: «Déjelo que temple, que el guaral es nuevo»


Aun en silencio, y con el sol de los venados a la espalda se tomaron de las manos y se dirigieron “pa’ atra”, un apretado pasillo que rodea la pobre capilla, y que ambos habían recorrido muchas veces, cuando jugaban al escondite en una infancia que ahora parecía muy lejana. Al llegar saltaron el medio muro que servía de embaulamiento al caño que atraviesa el pueblo. Viendo televisión en su casa o el cine en la plaza, Alberto había soñado muchas veces con las palabras de amor que debia echar al vuelo, Ada por su parte las había practicado y repetido infinitas veces frente al espejo, pero ahora parecía que nada habían aprendido de aquellos antiguos comediantes, aquellas sencillas y tiernas palabras de amor se les atoraban en la garganta y solo eran capaces de hablarse a través de los ojos. A lo lejos se escuchaba un Joropo desde la camioneta del alcalde y Alberto reconoció una frase que usaba José Maria: «Vino un Joropo llanero, se puso lindo el Caney»


Mientras cruzaban el caño y se metían de la quebrada pa’ arriba, el silencio parecía suficiente escenario, ambos entendían lo que se les venía y conocían a la perfección los roles que debían personificar en aquella vieja obra. La música de la camioneta del alcalde suena lejana, ya ninguno percibe los golpes del balón al tablero de la cancha, y los cuchicheos de las amigas de Ada son acallados por los latidos de dos corazones sincronizados para impulsar aquella negra sangre, a partes de sus cuerpos que hasta aquella tarde no habían sentido ni conocido. Se quitaron los zapatos como cuando iban a “pescar renacuajos”, y continuaron caminando quebrada arriba rodeados de noche, alumbrados por la Luna de Juan Carabina, sintiendo como la fría agua lavaba sus dedos. A la luz de la luna la floreada falda se mimetizaba con el paisaje de altos guamos, y cedros cubiertos de helechos que se dejan caer entre las ramas cargadas de bellas orquídeas. Ahora solo los acompañaba el sonido de sus corazones, el croar de una rana y el largo y agudo chillido algún alcaraván, este último asustó a Alberto al recordar viejas canciones en el Caney del pueblo, pero otro dicho del abuelo José del Carmen le dio aliento: «Recuerden Carajitos: Perro cobarde, no hace perritos».


Luego de un rato, llegaron al sitio que Alberto buscaba, allí una fría playa, bañada por un recodo del río, forzaba un pequeño claro en el tupido bosque, él la ayuda a sentarse sobre la arena y luego recostó su cabeza en la almohada de ilusiones que ella formaba, ella sintió frío en la espalda: no sabía si por la arena, si por la brisa o por otra cosa, ambos esperaban el siguiente movimiento, el mormullo de río contra las piedras acallaba la respiración, y entonces con solo la luna y el río de testigos, sucedió y al final eso es cosa de ellos. Porque les confieso que esta no es mi historia, yo solo se las cuento como me la contó el viejo José del Carmen en un botiquín a la orilla del río: «Créame Camarita, paso como tenía que pasar: Cuando la paja pica, el gamelotal florea».


Pterodáctilo Ancestral

Abril 2016



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