Una noche
de Luna Llena, junte mi canción favorita: «Palabras de Amor, de Joan Manuel
Serrat», con la tierra de mis amores: «Venezuela», y aliñe todo con la creación mas maravillosa de Dios: «LA MUJER», y esto fue lo que me salió,
comparto con Ustedes mi... ... ...
«Amor en el Caño»
Se conocen desde que Ada ingreso en la
escuela, hace 7 años, porque Alberto estudia con su hermano desde la primaria,
ambos asisten al Liceo Simón Bolívar (no estaría bien decir que estudian allí,
simplemente asisten diariamente), ella al 2do C y él al 3ro B. Cuando Alberto
comenzó a estudiar con Tony (que así se llama el hermano), ella era un fastidio
a la que todos los días había que esperar y acompañar al rancho después de la
escuela, por lo que siempre llegaban tarde a la cancha en donde se armaban los
juegos de “2 pa’ 2”, y a ellos les tocaba “quedar paraos” y esperar. Cada vez
que llegaban tarde y Tony se quejaba de la lentitud de su hermana, Alberto
refrendaba la idea con una frase de su abuelo José del Carmen: «Muchacho
no es gente Grande»
Pero hoy a pesar de sus escasos 13
años, la ardiente sangre de sus africanas abuelas empieza a aflorar, por lo que
Alberto comienza a verla con otros ojos. Mientras cruzan el caño camino al
rancho, la ve de reojo y se fija en que la camisa colegial azul le queda “como
apretá”, entonces recordó la ronca voz de su abuelo José del Carmen cuando
fueron al río y estaba lloviendo: «Un domingo sin Sol, es como una
mujer sin tetas»
Inconsciente o conscientemente, ignora
el apuro del pana Tony, y baja el ritmo de sus pasos para poder alargar la
duración de la caminata, y así observarla por más rato. Cuando llegan a la
acera antes del rancho, le tiende la mano para ayudarla a subir el alto escalón
que pusieron para que las crecidas del caño “no se metieran pa la casa”, en su
apuro por correr a la cancha Tony no percibe el gesto de su amigo, pero Ada si
lo aprecia, se sonroja y sonríe de una manera que ella misma no conocía, como
diría con nostalgia el abuelo José Maria: «Tenia a quien salir, la
carajita esta»
Luego de ese día nada fue igual:
Él empezó a vestirse diferente, se
bañaba sin que su madre se lo recordara, todos los días alargaba más la ruta al
rancho, a lo largo del recorrido buscaba ayudarla sin que el hermano se diera
cuenta, además estaba todo el día distraído, llegaba tarde a la cancha y (para
disgusto de Tony) fallaba en los pases y los tiros más sencillos, como diría El
Tío Simón: «se le caen de la hamaca, los sueños de madrugada»,
Ella por su parte pareció explotar como
granada madura, dejo de jugar con sus hermanas, y toda la ropa comenzó a
apretarle, se daba su tiempo, y a pesar de las quejas de Tony, camina muy
lentamente para que el recorrido sea más largo, se le caen los libros varias
veces, y el viernes en la tarde se metió en el desván de su hermana y le saco,
“ropa de grande” para ir a la misa del domingo, ella esta convencida de
que «el amor desesperado puede ser un delito, pero nunca un pecado»,
El domingo 19 de marzo es día de San
José, el patrono del pueblo, y el cura de la parroquia ha
preparado una verbena a lo Eudomar Santos – «como vaya viniendo, vamos viendo» – para festejarlo después de la misa de seis en la vereda que da pal
frente de la capilla, allí pusieron un par de cavas donadas
por Polar con: hielo, Polarcitas y Maltin, entre ellas estacionaron la
camioneta del alcalde con las puertas abiertas, sacaron las cornetas y pusieron
música llanera, Tony y la mayoría de los chamos de 3ro corren pa’ la cancha
detrás del balón, pero Alberto se hace el loco y se retrasa como hace unos días, su mirada busca a Ada quien hoy vestida de fiesta parecer una moderna
Rosalinda, su hermana le presto una amplia y floreada falda llanera y una
apretada camisa blanca que despunta sus nacientes senos, suena el Joropo en las
cornetas: «Una mujer
“cariñosa”, jala más que un buey yuguero»
La saluda y por primera vez desde que
la conoce, le da un casto beso en la mejilla, a ella se le ilumina los ojos y
para disimular le ofrece la botella de malta que está tomando, él acepta y
comienza tomar, le parece sentir sus labios en el frio refresco y no quiere
parar, le da un largo trago. Las amigas de Ada cuchichean y se alejan unos
pasos para darles “privacidad”. Al sentirse “solos”, ambos siente un repentino
frio, sus bocas no emiten ningún sonido, pero ellos comienza a hablarse con los
ojos. Como dice José Maria: «Déjelo que temple, que el guaral es nuevo»
Aun en silencio, y con el sol de los
venados a la espalda se tomaron de las manos y se dirigieron “pa’ atra”, un
apretado pasillo que rodea la pobre capilla, y que ambos habían recorrido
muchas veces, cuando jugaban al escondite en una infancia que ahora parecía muy
lejana. Al llegar saltaron el medio muro que servía de embaulamiento al caño
que atraviesa el pueblo. Viendo televisión en su casa o el cine en la plaza,
Alberto había soñado muchas veces con las palabras de amor que debia echar al
vuelo, Ada por su parte las había practicado y repetido infinitas veces frente
al espejo, pero ahora parecía que nada habían aprendido de aquellos antiguos
comediantes, aquellas sencillas y tiernas palabras de amor se les atoraban en
la garganta y solo eran capaces de hablarse a través de los ojos. A lo lejos se
escuchaba un Joropo desde la camioneta del alcalde y Alberto reconoció una
frase que usaba José Maria: «Vino un Joropo llanero, se puso lindo el
Caney»
Mientras cruzaban el caño y se metían
de la quebrada pa’ arriba, el silencio parecía suficiente escenario, ambos
entendían lo que se les venía y conocían a la perfección los roles que debían
personificar en aquella vieja obra. La música de la camioneta del alcalde suena
lejana, ya ninguno percibe los golpes del balón al tablero de la cancha, y los
cuchicheos de las amigas de Ada son acallados por los latidos de dos corazones
sincronizados para impulsar aquella negra sangre, a partes de sus cuerpos que
hasta aquella tarde no habían sentido ni conocido. Se quitaron los zapatos como
cuando iban a “pescar renacuajos”, y continuaron caminando quebrada arriba
rodeados de noche, alumbrados por la Luna de Juan Carabina, sintiendo como la
fría agua lavaba sus dedos. A la luz de la luna la floreada falda se mimetizaba
con el paisaje de altos guamos, y cedros cubiertos de helechos que se dejan
caer entre las ramas cargadas de bellas orquídeas. Ahora solo los acompañaba el
sonido de sus corazones, el croar de una rana y el largo y agudo chillido algún
alcaraván, este último asustó a Alberto al recordar viejas canciones en el
Caney del pueblo, pero otro dicho del abuelo José del Carmen le dio
aliento: «Recuerden Carajitos: Perro cobarde, no hace perritos».
Luego de un rato, llegaron al sitio que
Alberto buscaba, allí una fría playa, bañada por un recodo del río, forzaba un
pequeño claro en el tupido bosque, él la ayuda a sentarse sobre la arena y
luego recostó su cabeza en la almohada de ilusiones que ella formaba, ella
sintió frío en la espalda: no sabía si por la arena, si por la brisa o por otra
cosa, ambos esperaban el siguiente movimiento, el mormullo de río contra las
piedras acallaba la respiración, y entonces con solo la luna y el río de
testigos, sucedió y al final eso es cosa de ellos. Porque les confieso que esta
no es mi historia, yo solo se las cuento como me la contó el viejo José del
Carmen en un botiquín a la orilla del río: «Créame Camarita, paso como tenía que pasar: Cuando
la paja pica, el gamelotal florea».
Pterodáctilo
Ancestral
muy buen relato JR... !
ResponderEliminarGracias Juan Carlos, celebro que disfrutaras leyéndolo como yo escribiéndolo
ResponderEliminarExcelente
ResponderEliminarGracias Marino...
ResponderEliminarHay un dicho tuyo por allí
Excelente!!!!!! Nunca se conoce a alguien realmente hasta que se lee.
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