domingo, 30 de abril de 2017

Canto de los Hijos en Marcha, Andres Eloy Blanco



En Venezuela Mayo es el mes de Las Madres, de La Virgen, de Las Flores, de La Mujer. Todo eso  contribuye a la pertinencia del poema que nos envió esta semana uno de “los muy queridos hermanos que nos dio Don Bosco” (gracias a Joaquín Gabaldon, descendiente de una honorable estirpe de ilustres venezolanos), se trata de un bellísima inspiración del poeta venezolano Andrés Eloy Blanco (1897/1955), que aunque se publicó hace casi 90 años (mayo de 1929) mantiene intacta su validez y vigencia (hoy refrendada con los acontecimientos de la semana pasada), y más allá de resaltar la casualidad entre las fechas y las circunstancias que nos toca vivir (pareciera que nuestros estudiantes nunca dejaran de marchar), no consideramos que tengamos mucho (o mejor dicho nada) que decir para presentar a una de las mejores plumas venezolanas del Siglo XX (y posiblemente de nuestra historia), además en este caso Andrés Eloy simplemente “lo dice todo”. Entonces sin nada más que decir, pero dedicándoselo con mucho orgullo y mayor agradecimiento a toda la juventud venezolana que hoy marcha, pero muy especialmente a aquellos MARTIRES DE LA VENEZUELA POSIBLE que derramaron su sangre en las calles de cualquier ciudad o pueblo de Venezuela durante este demasiado sangriento mes de abril. Iniciando el mes de la Madre, para nuestra madre y para todas las Madres del Mundo (que La Divina Pastora de Barquisimeto nos las cuide), para todos Ustedes les compartimos:



Canto de los Hijos en Marcha,
Andrés Eloy Blanco






Madre, si me matan,
que no venga el hombre de las sillas negras;
que no vengan todos a pasar la noche
rumiando pesares, mientras tú me lloras;
que no esté la sala con los cuatro cirios
y yo en una urna, mirando hacia arriba;
que no estén las mesas llenas de remedios,
que no esté el pañuelo cubriéndome el rostro,
que no venga el mozo con la tarjetera,
ni cuelguen las flores de los candelabros
ni estén mis hermanas llorando en la sala,
ni estés tú sentada, con tu ropa nueva.

Madre, si me matan,
que no venga el hombre de las sillas negras.
Lléname la casa de hombres y mujeres
que cuenten el último amor de su vida;
que ardan en la sala flores impetuosas,
que en dos grandes copas quemen melaleuca,
que toquen violines el sueño de Schuman;
los frascos rebosen de vino y perfumes;
que me miren todos, que se digan todos
que tengo una cara de soldado muerto.



Lléname la casa
de flores regaladas, como en una selva.
Déjame en tu cuarto, cerca de tu cama;
con mis cuatro hermanas, hagamos consejo;
tenme de la mano, tenme de los labios,
como aquella noche de mi padre muerto,
y al cabo, dormidos iremos quedando,
uno con su muerte y otro con su sueño.

Madre, si me matan,
que no venga el coche para los entierros,
con sus dos caballos gordos y pesados,
como de levita, como del Gobierno.

Que si traen caballos, traigan dos potrillos
finos de cabeza, delgados de remos,
que vayan saltando con claros relinchos,
como si apostaran cuál llega primero.

Que parezca, madre,
que voy a salirme de la caja negra
y a saltar al lomo del mejor caballo
y a volver al fuego.
Madre, si me matan,
que no venga el coche para los entierros.

Madre, si me matan,
y muero en los bosques o en mitad del llano,
pide a los soldados que te den tu muerto;
que los labradores y las labradoras
y tú y mis hermanas, derramando flores,
hasta un pueblo manso se lleven mi cuerpo;
que con unos juncos hagan angarillas,
que pongan mastranto y hojas y cayenas
y que así me lleven hasta un cementerio
con cerca de alambres y enredaderas.
Y cuando pasen los años
tráeme a mi pedazo, junto al padre muerto
y allí, que me pongan donde a ti te pongan,
en tu misma fosa y a tu lado izquierdo.




Madre, si me matan,
pide a los soldados que te den tu muerto.
Madre, si me matan, no me entierres todo,
de la herida abierta sácame una gota,
de la honda melena sácame una trenza;
cuando tengas frío, quémate en mi brasa;
cuando no respires, suelta mi tormenta.


Madre, si me matan, no me entierres todo.

Madre, si me matan,
ábreme la herida, ciérrame los ojos
y tráeme un pobre hombre de algún pobre pueblo
y esa pobre mano por la que me matan,
pónmela en la herida por la que me muero.


Llora en un pañuelo que no tenga encajes;
ponme tu pañuelo
bajo la cabeza, triste todavía
por las despedida del último sueño,
bajo la cabeza como casa sola,
densa de un perfume de inquilino muerto.


Si vienen mujeres, diles, sin sollozos:
- ¡Si hablara, qué lindas cosas te diría!
Ábreme la herida, ciérrame los ojos...
Y una palabra: JUSTICIA
escriban sobre la tumba

Y un domingo, con sol afuera,
vengan la Madre y las Hermanas
y sonrían a la hermosa tumba
con nardos, violetas y helechos de agua
y hombres y mujeres del pueblo cercano
que digan mi nombre como de su casa
y alcen a los cielos cantos de victoria,
Madre, si me matan.
(Mayo de 1929)


«Unas veces se gana otras se pierde, pero esta vez no estoy dispuesto a perder, Te amo Venezuela», Juan Carlos Pernalete, ejecutado en Altamira, Chacao, Caracas el 26-abril-2017






Andrés Eloy Blanco
Nacimiento: 6 de agosto de 1897, Cumaná, Venezuela
Fallecimiento: 21 de mayo de 1955, Ciudad de México, México

Compartido por
Pterodáctilo Ancestral
Mayo 2017




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