jueves, 25 de febrero de 2016

Un Angel llama a la puerta / cuento para la cuaresma

EN 1934 ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO ETIQUETO AL SIGLO PASADO COMO "CAMBALACHE", NUNCA IMAGINO EL POETA PORTEÑO (DISCULPEN PERO ME GUSTA MAS ESE GENTILICIO QUE EL DE BONAERENSE), QUE ESTE SIGLO XXI QUE, QUERAMOS A NO QUERAMOS, NOS TOCA TRANSITAR A NOSOTROS SERIA MUCHO MAS DIFÍCIL, COMPLICADO Y MARRULLERO QUE EL ANTERIOR (LOS CALIFICATIVOS SON DE JOAN MANUEL SERRAT). HOY FRASES COMO "HAY MAYOR FELICIDAD EN DAR QUE EN RECIBIR" (HECHOS 20,35), NOS SUENAN INGENUAS, ALTISONANTES Y ANACRÓNICAS. SIN EMBARGO SIGO CONSIDERANDO QUE ENTRE LAS DISTINTAS PRÁCTICAS CUARESMALES QUE NOS PROPONE LA IGLESIA: LA VIVENCIA Y LA PRACTICA DE LA CARIDAD OCUPA UN LUGAR PREPONDERANTE. ADEMAS UN LUGAR QUE NO ES AJENO AL ESCULTISMO, YA EN "ESCULTISMO PARA MUCHACHOS" BADEN POWELL NOS INVITO A PRACTICARLA Y NOS PREVINO DE TENER CUIDADO DE NO CAER EN LA FALSA CARIDAD (FOGATA #20). PARA LOS QUE PROMETIMOS CUMPLIR LA LEY SCOUT, LA CARIDAD DEBE SER HECHA CON ALEGRÍA Y DESPRENDIMIENTO, Y EN LA SEGURIDAD DE QUE DEFINITIVAMENTE HAY TANTA FELICIDAD EN DAR COMO EN RECIBIR. EL FUNDADOR EN 1939 NOS DICE: “EN UNOS CUANTOS DÍAS, LOS MUCHACHOS DE HOY SERÁN LOS HOMBRES DE SUS RESPECTIVOS PAÍSES. PARECE QUE A NOSOTROS LOS SCOUTS SE NOS BRINDA LA OPORTUNIDAD DE AYUDAR A HACER QUE EL PÉNDULO REGRESE HACIA EL SENTIDO COMÚN, LA CARIDAD, EL AMOR Y EL SERVICIO”, 77 AÑOS MAS TARDE NOS TOCA A NOSOTROS EVALUAR PORQUE AUN SEGUIMOS EN DEUDA CON LAS EXPECTATIVAS QUE EL JEFE SCOUT NOS PUSO. EL RELATO QUE LES COMPARTO NO ESTA AMBIENTADO EN LA CUARESMA SINO EN LA NAVIDAD DE 1962, PERO REPRESENTA UN EXCELENTE EJEMPLO DE LA ALEGRÍA QUE SE LOGRA CUANDO LA CARIDAD ES VERDADERA Y NACE DEL CORAZÓN. LA AUTORA ES SHIRLEY BACHELDER Y FUE PUBLICADO EN SELECCIONES DE READER DIGEST VENEZUELA EN DICIEMBRE 1993 CON EL TITULO DE “UN ÁNGEL LLAMA A LA PUERTA”, SE LOS COMPARTO EN LA SEGURIDAD DE QUE EN ESTA CUARESMA TODOS TENEMOS LA OPORTUNIDAD DE SER ESE ÁNGEL QUE LLAME A LA PUERTA... ...

Un Ángel llama a la puerta

Cuando Ben entregó la leche en la casa de mi prima esa mañana, no mostraba su acostumbrada jovialidad. Aquel hombre delgado y de mediana edad parecía no estar de humor para conversar.

Era un día de fines de noviembre de 1962. Yo había llegado al vecindario hacía poco, y me encantaba que los lecheros aún repartieran las botellas de puerta en puerta. En las semanas que mi esposo, mis hijos y yo llevábamos viviendo con mi prima mientras encontrábamos casa, había disfrutado de los comentarios alegres y ocurrentes de Ben.

Pero en ese momento en que sacaba la mercancía de su canastilla, el hombre era el arquetipo del abatimiento. Tuve que interrogarlo con tacto para que me contara lo que sucedía. Un tanto avergonzado, me dijo que dos de sus clientes se habían marchado sin pagar lo que le debían y que él se vería obligado a cubrir las pérdidas. Uno de ello le debía tan solo 10 dólares, pero la deuda del otro ascendía a 79 y no le había avisado a donde se mudaba. Ben estaba contrariado por haber permitido tontamente que aquella deuda creciera tanto.
-          Era una guapa joven y bonita que tenía seis hijos y estaba esperando otro – me explico – Siempre me decía: “Le pagaré en cuanto mi esposo consiga un segundo empleo”. Y yo, ingenuo, le creí. Pensé que estaba haciendo una buena obra, pero me tomaron el pelo. Ya aprendí la lección.

Le dije que lo lamentaba mucho. No se me ocurrió ninguna otra cosa.

La siguiente vez que lo vi estaba de peor talante. Echaba chispas al referirse a aquello chiquillos desaliñados que se había bebido toda su leche. Lo que había sido una familia encantadora era ya una partida de bribones.

Volví a expresarle mis condolencias y deje el asunto por la paz. Pero cuando se fue, me quedé cavilando en su problema, deseosa de ayudarlo. Temiendo que ese incidente amargara a una persona tan cálida, medité qué se poda hacer. Entonces recordé que la Navidad se aproximaba, y me vino a la mente lo que mi abuela solía decir: “Cuando quiera quitarte algo, dáselo. Así jamás podrán robarte”.

La siguiente vez Ben que trajo la leche, le dije que había algo que él podía hacer para sentirse mejor.
-          No creo que sirva – me respondió -, pero dígamelo de todos modos.
-          Regálele la leche a la mujer. Considérelo un regalo de Navidad para los niños, que la necesitaban.
-          ¿Cómo me sale usted con eso? – replicó – No siquiera a mi esposa le doy un regalo de Navidad tan caro.
-          La Biblia dice: “Fui forastero y me acogisteis”. Usted acogió a esa mujer y a sus hijos.
-          ¡Claro! ¡Como los 79 dólares no son suyos!

No insistí, pero seguí pensando que mi sugerencia era acertada.
El asusto se convirtió en motivo de broma:
-          ¿Ya le regaló la leche a la mujer? – le preguntaba a Ben siempre que nos encontrábamos.
-          No, pero estoy pensando en obsequiarle a mi esposa algo que cueste 79 dólares, a menos que otra madre bonita comience a inspirarme compasión.

Cada vez que le formulaba esa pregunta, parecía que se animaba un poco más.
Entonces seis días antes de Navidad, sucedió. Ben llegó con una tremenda sonrisa y un fulgor en los ojos.
-          ¡Lo hice! – proclamó -. Le di la leche como regalo de Navidad. No resulto fácil, pero no tenía nada que perder. La cosa ya estaba hecha, ¿no?
-          En efecto – confirmé, compartiendo su alegría – Pero esas acciones deben hacerse de corazón.
-          Lo sé. Así lo hice. Y le aseguro que me siento mucho mejor. Por ello tengo este buen sentimiento navideño. Gracias a mí, esos chicos tuvieron leche abundante para su cereal.

Las Fiestas vinieron y se fueron. Una soleada mañana de enero, Ben llegó casi corriendo.
-          Tengo que contarle algo asombroso – anunció con una amplia sonrisa.

Me explico que había estado cubriendo una ruta de reparto distinta en sustitución de otro lechero, y que de pronto oyó que alguien lo llamaba. Al mirar por encima de su hombro, vio que una persona corría por la calle hacia él, agitando unos billetes en el aire. La reconoció de inmediato: era la mujer de marras. Llevaba un bebé en brazos, envuelto en una diminuta manta blanca, y su largo cabello castaño le caía sobre los ojos.
-          ¡Oiga! ¡Espere un momento Ben! – gritaba – tengo su dinero.

Ben detuvo el camión y se apeó:
-          Lo siento de veras – se disculpó la mujer – Créame que tenía intención de pagarle.

Le contó que su esposo había llegado una noche con la noticia de que había encontrado un apartamento más barato que el que ocupaban, y de que había conseguido un trabajo nocturno. Y que con el ajetreo que siguió ella había olvidado dejar sus nuevas señas. Luego agregó:
-          Pero he estado ahorrando. Aquí tiene 20 dólares a cuenta de lo que le debo.
-          No se preocupe, señora – repuso Ben -, Ya está pagado.
-          ¿Pagado? ¿Quién pagó?
-          Yo.

La mujer lo miró como si fuera el arcángel Gabriel, y rompió a llorar.
-          ¿Y usted que hizo? – quise saber.
-          No sabía cómo reaccionar así que le rodeé los hombros con un brazo. Y antes de que comprendiera lo que estaba pasando, yo también me puse a llorar, sin tener ni la más remota idea del motivo. Entonces me imaginé a aquellos niños tomando su leche en el desayuno y, ¿sabe?, me alegré de que usted me hubiera metido en esto.
-          ¿No acepto los 20 dólares?
-          ¡Por supuesto que no! – protestó, indignado - ¿Qué no habíamos quedado en que la leche era mi regalo de Navidad?

Shirley Bachelder / SDR dic´93


Compartido por Pterodáctilo Ancestral en febrero de 2016


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