En
Venezuela Mayo es el mes de Las Madres, de La Virgen, de Las Flores, de La Mujer.
Todo eso contribuye a la pertinencia del poema que nos envió esta semana uno de “los muy
queridos hermanos que nos dio Don Bosco” (gracias a Joaquín Gabaldon,
descendiente de una honorable estirpe de ilustres venezolanos), se trata de un bellísima
inspiración del poeta venezolano Andrés Eloy Blanco (1897/1955), que aunque se publicó
hace casi 90 años (mayo de 1929) mantiene intacta su validez y vigencia (hoy refrendada con los
acontecimientos de la semana pasada), y más allá de resaltar la casualidad entre
las fechas y las circunstancias que nos toca vivir (pareciera que nuestros
estudiantes nunca dejaran de marchar), no consideramos que tengamos mucho (o mejor
dicho nada) que decir para presentar a una de las mejores plumas venezolanas
del Siglo XX (y posiblemente de nuestra historia), además en este caso Andrés
Eloy simplemente “lo dice todo”. Entonces sin nada más que decir, pero dedicándoselo
con mucho orgullo y mayor agradecimiento a toda la juventud venezolana que hoy
marcha, pero muy especialmente a aquellos MARTIRES DE LA VENEZUELA POSIBLE que
derramaron su sangre en las calles de cualquier ciudad o pueblo de Venezuela durante
este demasiado sangriento mes de abril. Iniciando el mes de la Madre, para nuestra madre y para todas las Madres del Mundo (que La Divina Pastora de Barquisimeto nos las cuide), para todos Ustedes les compartimos:
Canto
de los Hijos en Marcha,
Andrés
Eloy Blanco
Madre, si me
matan,
que no venga
el hombre de las sillas negras;
que no
vengan todos a pasar la noche
rumiando
pesares, mientras tú me lloras;
que no esté
la sala con los cuatro cirios
y yo en una
urna, mirando hacia arriba;
que no estén
las mesas llenas de remedios,
que no esté
el pañuelo cubriéndome el rostro,
que no venga
el mozo con la tarjetera,
ni cuelguen
las flores de los candelabros
ni estén mis
hermanas llorando en la sala,
ni estés tú
sentada, con tu ropa nueva.
Madre, si me
matan,
que no venga
el hombre de las sillas negras.
Lléname la
casa de hombres y mujeres
que cuenten
el último amor de su vida;
que ardan en
la sala flores impetuosas,
que en dos
grandes copas quemen melaleuca,
que toquen
violines el sueño de Schuman;
los frascos
rebosen de vino y perfumes;
que me miren
todos, que se digan todos
que tengo
una cara de soldado muerto.
Lléname la
casa
de flores
regaladas, como en una selva.
Déjame en tu
cuarto, cerca de tu cama;
con mis
cuatro hermanas, hagamos consejo;
tenme de la
mano, tenme de los labios,
como aquella
noche de mi padre muerto,
y al cabo,
dormidos iremos quedando,
uno con su
muerte y otro con su sueño.
que no venga
el coche para los entierros,
con sus dos
caballos gordos y pesados,
como de
levita, como del Gobierno.
Que si traen
caballos, traigan dos potrillos
finos de
cabeza, delgados de remos,
que vayan
saltando con claros relinchos,
como si
apostaran cuál llega primero.
Que parezca,
madre,
que voy a
salirme de la caja negra
y a saltar
al lomo del mejor caballo
y a volver
al fuego.
Madre, si me
matan,
que no venga
el coche para los entierros.
Madre, si me
matan,
y muero en
los bosques o en mitad del llano,
pide a los
soldados que te den tu muerto;
que los
labradores y las labradoras
y tú y mis
hermanas, derramando flores,
hasta un
pueblo manso se lleven mi cuerpo;
que con unos
juncos hagan angarillas,
que pongan
mastranto y hojas y cayenas
con cerca de
alambres y enredaderas.
Y cuando
pasen los años
tráeme a mi
pedazo, junto al padre muerto
y allí, que
me pongan donde a ti te pongan,
en tu misma
fosa y a tu lado izquierdo.
Madre, si me matan,
pide a los soldados que te den tu muerto.
Madre, si me matan, no me entierres todo,
de la herida abierta sácame una gota,
de la honda melena sácame una trenza;
cuando tengas frío, quémate en mi brasa;
cuando no respires, suelta mi tormenta.
Madre, si me matan, no me entierres todo.
Madre, si me matan,
ábreme la herida, ciérrame los ojos
y tráeme un pobre hombre de algún pobre pueblo
y esa pobre mano por la que me matan,
pónmela en la herida por la que me muero.
Llora en un pañuelo que no tenga encajes;
ponme tu pañuelo
bajo la cabeza, triste todavía
por las despedida del último sueño,
bajo la cabeza como casa sola,
densa de un perfume de inquilino muerto.
Si vienen mujeres, diles, sin sollozos:
- ¡Si hablara, qué lindas cosas te diría!
Ábreme la herida, ciérrame los ojos...
Y una palabra: JUSTICIA
escriban sobre la tumba
Y un domingo, con sol afuera,
vengan la Madre y las Hermanas
y sonrían a la hermosa tumba
con nardos, violetas y helechos de agua
y hombres y mujeres del pueblo cercano
que digan mi nombre como de su casa
y alcen a los cielos cantos de victoria,
Madre, si me matan.
(Mayo de 1929)
«Unas veces se gana otras se pierde, pero esta vez no estoy
dispuesto a perder, Te amo Venezuela», Juan Carlos Pernalete, ejecutado en Altamira, Chacao, Caracas el
26-abril-2017
Nacimiento:
6 de agosto de 1897, Cumaná, Venezuela
Fallecimiento:
21 de mayo de 1955, Ciudad de México, México