Siempre esperábamos con ansias el 31 de enero de cada año porque
era Día de Fiesta en muestro Colegio, comenzábamos a celebrar con una misa en
honor a San Juan Bosco, y continuábamos a lo largo de todo el día con
actividades para honrar a nuestro santo patrono y su obra.
Muchos años antes, el 31 de enero de 1888 murió el apóstol de los
jóvenes. Tenía 72 años y había dado todo de sí para dejar una obra sólida para
sus pobres muchachos. Su cuerpo permaneció en la Basílica de María Auxiliadora
y después fue sepultado el 6 de febrero en la casa salesiana de Valsalice, pero
sus restos serían posteriormente trasladados a la Basílica que él construyo
para Maria Auxiliadora en Turín, en donde permanecen en la actualidad con los de Santo Domingo Savio y Santa
María Mazzarello. En 1890
se abrió el proceso de beatificación y canonización de Don Bosco. El 2 de junio
de 1929 (39 años después), Don Bosco fue proclamado beato y el 1 de abril de
1934 (44 años después) fue canonizado por el papa Pío XI. Su estatua fue puesta
en un nicho reservado a los santos fundadores de órdenes religiosas en la
Basílica de San Pedro, como había soñado mientras vivía, y está situada por
encima de la de San Pedro. A los lados, se encuentra acompañado por dos
muchachos: Domingo Savio y Ceferino Namuncurá.
El 24 de mayo de 1989, el papa Juan Pablo II proclamó
oficialmente a Don Bosco como «Padre y Maestro de la Juventud», hoy como
testimonio de su obra, existen más 2.000 presencias salesianas en 128 países, con más
de 16.000 religiosos trabajando en ellas, sin contar los demás miembros de la
Familia Salesiana: Alumnos, Damas Salesianas, Miembros de los centros juveniles, Exalumnos, Benefactores y Amigos de las obras de Don Bosco.
Todos aquellos que tuvimos la suerte de estudiar en un Colegio
Salesiano, compartimos el convencimiento de que no existirá tiempo ni palabras
para agradecerle a Don Bosco y a sus salesianos, todo lo que nos han dado y aun nos dan.
Hoy quiero compartirles uno de los sueños de Don Bosco, que siempre he recordado, este lo escuche siendo muy niño en los salones del Colegio Don Bosco de Altamira de los labios de Don Antonio, un salesiano como muchos que nos enseñó a amar y seguir a Don Bosco y a Maria Auxiliadora. Para Ustedes sin mas:
El Sueño de los nueve años.
Cuando yo tenía unos nueve años, tuve
un sueño que me quedó profundamente grabado en la mente para toda la vida. En
el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso,
donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían,
otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí en medio
de ellos para hacerlos callar a puñetazos e insultos. En aquel momento apareció
un hombre muy respetable, de varonil aspecto, noblemente vestido. Un blanco
manto le cubría de arriba a abajo, pero su rostro era luminoso, tanto que no se
podía fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al
frente de aquellos muchachos, añadiendo estas palabras:
No con golpes, sino con la mansedumbre y la
caridad, deberás ganarte a estos amigos. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles
la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud.
Aturdido y espantado, dije que yo era un pobre
muchacho ignorante, incapaz de hablar de religión a aquellos jovencitos. En
aquel momento, los muchachos cesaron en sus riñas, alborotos y blasfemias y
rodearon al que hablaba. Sin saber casi lo que me decía, añadí:
¿Quién sois para mandarme estos imposibles?
Precisamente porque esto te parece imposible,
deberás convertirlo en posible por la obediencia y la adquisición de la
ciencia.
¿En dónde? ¿Cómo podré adquirir la ciencia?
Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina
podrás llegar a ser sabio y, sin la cual, toda sabiduría se convierte en
necedad.
Pero, ¿quién sois vos que me habláis de este
modo?
Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te
acostumbró a saludar tres veces al día.
Mi madre me dice que no me junte con los que
no conozco sin su permiso; decidme, por tanto vuestro nombre.
Mi nombre pregúntaselo a mi Madre.
En aquel momento vi junto a él una Señora de
aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes,
como si cada uno de sus puntos fuera una estrella refulgente. La cual, viéndome
cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, me indicó que me
acercase a ella, y tomándome bondadosamente de la mano, me dijo:
Mira.
Al mirar me di cuenta de que aquellos
muchachos habían escapado, y vi en su lugar una multitud de cabritos, perros,
gatos, osos y varios otros animales.
He aquí tu campo, he aquí en donde debes
trabajar. Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo que veas que ocurre en estos
momentos con estos animales, lo deberás tú hacer con mis hijos.
Volví entonces la mirada y, en vez de los
animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderillos que, haciendo
fiestas al Hombre y a la Señora, seguían saltando y bailando a su alrededor.
En aquel momento, siempre en sueños, me eché a
llorar. Pedí que se me hablase de modo que pudiera comprender, pues no
alcanzaba a entender que quería representar todo aquello. Entonces Ella me puso
la mano sobre la cabeza y me dijo:
A su debido tiempo, todo lo comprenderás.
Dicho esto, un ruido me despertó y desapareció
la visión. Quedé muy aturdido. Me parecía que tenía deshechas las manos por los
puñetazos que había dado y que me dolía la cara por las bofetadas recibidas; y
después, aquel personaje y aquella señora de tal modo llenaron mi mente, por lo
dicho y oído, que ya no pude reanudar el sueño aquella noche.
Por la mañana conté en seguida aquel sueño;
primero a mis hermanos, que se echaron a reír, y luego a mi madre y a la
abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi hermano José decía:
Tú serás pastor de cabras, ovejas y otros
animales.
Mi madre:
¡Quién sabe si un día serás sacerdote!
Antonio, con dureza:
Tal vez, capitán de bandoleros.
Pero la abuela, analfabeta del todo, con
ribetes de teólogo, dio la sentencia definitiva:
No hay que hacer caso de los sueños.
Yo era de la opinión de mi abuela, pero nunca
pude echar en olvido aquel sueño. Lo que expondré a continuación dará
explicación de ello. Yo no hablé más de esto, y mis parientes no le dieron la
menor importancia. Pero cuando en el año 1858 fuí a Roma para tratar con el
Papa sobre la Congregación salesiana, él me hizo exponerle con todo detalle todas
las cosas que tuvieran alguna apariencia de sobrenatural. Entonces conté, por
primera vez, el sueño que tuve de los nueve a los diez años. El Papa mandó que
lo escribiera literal y detalladamente y lo dejara para alentar a los hijos de
la Congregación; ésta era precisamente la finalidad de aquel viaje a Roma.
Compartido
por
Pterodáctilo
Ancestral
31 de enero de 2017