Los que
alguna vez prometimos (como millones de jóvenes desde 1907): hacer todo lo que de
nosotros dependiera para cifrar nuestro honor en merecer confianza, entendemos que
esto solo se logra si día a día ambicionamos hacer SIEMPRE LO MEJOR. Evidentemente
no es fácil, y parece una quimera, que se anhela y se persigue pese a ser muy
improbable que se realice. Pero a pesar de todo, nos pasamos la vida intentándolo,
y celebrando cada pequeño logro, en la seguridad de que la felicidad esta en
disfrutar del camino a la meta, no en la meta.
Por eso entenderán
nuestro desencanto cuando la semana pasada, tuvimos que hablar de lo
desagradable que se nos hace tratar y siquiera conocer, a personas que no
merecen nuestra confianza porque la traicionan tan pronto como pueden.
Hoy en
compensación, les compartimos el más grandioso ejemplo del auténtico valor de LA
PALABRA DE HONOR (así, toda en mayúsculas), para una pareja de isleños que
hicieron suyas estas tierras con la bendición de la DIVINA PASTORA.
Desde
aquí nosotros, todos los días agradecemos, a la Pastorcita de Barquisimeto la
suerte de poder llamarlos mamá y papá.
Con todo nuestro
cariño les dedicamos este relato a: Santiago, Pedro Rodrigo, Pablo, Ernesto
Alexander, María José, Andrés Alberto, Rodrigo Javier, Juan Carlos, Diego y
Alexandra, que tiene la suerte de decirles abuelos. Queridos hijos y sobrinos que
la brújula de valores que ellos les legaron, continúe por siempre marcándoles
el azimut sus vidas … … … … … …
Estimados público, permítanos
iniciar dibujándoles el escenario en el que se desarrollaran los hechos que les
compartiremos esta semana: ««Los historiadores, letrados y estudiosos,
mantienen que Venezuela no salió del siglo XIX hasta el 17 de diciembre de 1935
(con la muerte del Benemérito), pero quien les “canta este poema épico”
– que no es ni historiador, ni versado en la materia – a cuenta de creerse trovador, se permite
asegurarles que los únicos años de nuestra historia republicana en que hemos
estado verdaderamente fuera del Siglo XIX, fueron los cuarenta años de
democracia que se sucedieron entre 1958 y 1998»» Nuestro relato se desarrollará
exactamente al inicio de ese periodo, comencemos entonces… …
… … hace muchos, muchos años,
a principios de 1960, Barquisimeto era un pequeño pueblo de menos de quinientos
mil habitantes, que entusiastamente luchaba por sumarse al desarrollo que la
recién instaurada aventura democrática estaba sembrando a lo largo y ancho de
la nación.
La ciudad se expandía
acelerada y vertiginosamente – como prueba les indicamos que la superficie
ocupada por la ciudad de 1990, era tres veces mayor, a la que ocupaba por el
pueblecito provinciano del inicio de la democracia – nuevas y modernas
urbanizaciones, nacían contagiadas del inmenso frenesí de libertad,
independencia y progreso que se esparcían por doquier. Era tal el empuje y la
aceleración en el desarrollo urbanístico e industrial de la nación que fue
imposible prever el adecuado acompañamiento por parte de las leyes, métodos
crediticios, sistemas bancarios, procedimientos hipotecarios y operaciones
financieras indispensables para colectivizar y sobre todo para democratizar el
mencionado desarrollo.
A esa Venezuela, a ese
Barquisimeto, llegaron Cecilia y Rodrigo en 1959: verdaderos “maletillas”, como
tantos otros forjados por la postguerra española. Que, con una curtida maleta de
sueños en la mano, y un hatillo de coraje al hombro, salían a recorrer caminos
y prados, en busca de “la añorada plaza – en donde en una tarde
cualquiera – pudieran ganar la gloria o dejar la sangre en la arena”. Pero
no se equivoquen, nuestra pareja no venía con los fardos vacíos, los traían
repletos de ética, honestidad, principios y valores, los traían colmados de
aquello que antiguos trovadores denominaban: HONOR, ese algo intangible,
tan
difícil de definir como de encontrar, que para los que tienen la extraña
distinción de poseerlo: pesa poco, pero vale mucho.
Aquí se requiere que hagamos
un paréntesis para contarles que hasta ahora, ni Cecilia, ni “su Roro”
(así le decía ella cuando “se ponía cariñosa”) habían vivido tan
alejados del mar (ojo, que los años vividos en Caracas no cuenta, porque extrañamente,
aunque no tiene puerto, la Sultana de El Ávila siempre ha sido una ciudad
costera). Esta lejanía maximizaba en la pareja la natural nostalgia del
emigrante por el terruño, extrañaban: el puerto de pescadores con sus
interminables historias (algo de eso debemos haber heredado), los cortejos a
las muchachas en la Plaza del Charco, las frías aguas de Santelmo, las negras arenas de la playa Martianez,
a su querido Viejito – así llaman en el Puerto a El Gran Poder de Dios –, las
nieves de las Cañadas, la cima de El Teide, las juergas con los amigos, las
castañas, sardinas y vinos nuevos de San Andres, las comidas de sus Madres (Pescado Salado con mojo rojo canario o
Conejo al Salmorejo con papas arrugadas), el beso de despedida de sus Padres, en
resumen extrañaban a La Familia. Extrañamente, hoy sus hijos gozan de esa «NOSTALGIA
HEREDADA», y no pueden ver fotos del nevado Teide, sin sentir el llamado
de esas tierras en las que nunca han vivido. Dicho todo cerramos el paréntesis y
continuamos… …
Al llegar a Barquisimeto,
Cecilia y Rodrigo (les dije que lo de Roro, es solo a veces) alquilaron una
casa cerca del aeropuerto, y allí iniciaron la formación de su familia. La misma
creció casi de inmediato, cuando en julio de 1960 llego el primogénito, por eso
los sábados en la tarde a inicios 1961, los esposos salían a recorrer los
nuevos desarrollos urbanísticos que nacían a lo largo de la carrera #19, en uno
de esos viajes llegaron a una cuadra que estaba siendo urbanizada por Don
Argimiro (lamentablemente el
apellido se nos perdió en el tiempo), los jóvenes quedaron inmediatamente
enamorados de las quintas que se estaban construyendo, y en especial de una
que, hacia esquina, entre la carrera #19 y una de las calles adyacentes. La
pareja recorría la deseada vivienda, mientras la fueron amoblando con la imaginación:
aquí la cama matrimonial, allí una cuna, más allá una mesa de comedor – con
muchas, muchas sillas –, al final de pasillo un escritorio para las tareas, en
el salón un elegante sofá para las visitas, y para ellos unos muebles de mimbre
para las tardes en el jardín, y así agarrados de la mano siguieron caminando –
o flotando – sobre sus sueños, hasta que
Don
Argimiro los despertó:
-
Esta casa es muy grande, hace esquina, y es más
costosa que las del resto de la cuadra, seguramente a Ustedes se les ajustara
mejor alguna de las casas intermedias, de esas que hoy los gringos llaman
dúplex, están tan bien construidas como está tienen las mismas ventajas y
comodidades de la ubicación, y son definitivamente más asequibles. Vengan para
que se las enseñe.
Rodrigo vio humedad en los brillantes
ojos (como los del Gato Con Botas) de su esposa, y pensó que no había llegado
tan lejos para conformarse con una “casa más asequible, no iba a ser este guaro
quien lo enseñara a negociar”, soltó la mano de Cecilia y encarando al vendedor
le dijo:
-
Don Argimiro, mi
nombre en Rodrigo Rodríguez, la casa que nos gusta es esta y es a donde nos
queremos mudar. Tiene razón al pensar que no tengo plata para pagársela, pero
con su ayuda y consentimiento estoy seguro de poder pagársela de acuerdo a lo
que considere correcto. Sé que Usted no me conoce, y que no tiene ninguna
referencia mía, y la verdad es que yo solo le puedo dar mi palabra de que le
voy a pagar – y ante la cara de incredibilidad del viejo guaro, continuo – aquí
tiene mi tarjeta, allí está mi teléfono y mi dirección. Además, le anote los
nombres de algunas personas que me conocen bien, investigue, piénselo y me
llama.
Dicho
eso, Rodrigo le tendió la mano, y lo encandilo con su sonrisa de esperanza y sus
inmensos ojos azules llenos de fuerza y fe, mientras le apretaba la mano de una
manera en la que el viejo barquisimetano reconoció el señorío, la majestuosidad
y la gallardía, que solo son propios de un verdadero caballero.
Luego marido
y mujer se montaron en su carro, dejando a Don Argimiro, con la semilla de la
curiosidad sembrada en su corazón, y sin dudarlo se dirigieron hasta Santuario
de Santa Rosa, en donde el joven isleño, le hablo a la Patrona, con la
confianza propia de los que tienen el corazón noble y la conciencia limpia:
-
Pastorcita, yo ya hice mi trabajo, y me
comprometo a no dejarte mal. Ayúdame a que podamos criar a nuestros hijos en esa
casa, que por siempre será la tuya.
Así
pasaron varios días durante los cuales Cecilia ni se atrevía preguntar por la
casa, y Rodrigo no la hacía. Hasta que una semana más tarde, sonó el timbre de
la casa y la esposa abrió la puerta para encontrase al viejo Don
Argimiro parado en el umbral:
-
Buenas noches señora – saludo – ¿esta su
esposo?
-
Si claro, pero pase Usted por favor, ya se lo
llamo – y con el corazón en la boca, salió de inmediato a buscar a Rodrigo
Al llegar el joven, el viejo
guaro se le quedo mirando, y sin mayores preámbulos le dijo:
-
Felicitaciones, aquí tiene las llaves de su
casa. Pueden mudarse cuando Ustedes quieran.
-
Muchas gracias Don Argimiro, puede estar
seguro que le pagaremos, por favor dígame que le debo firmar – le contesto
abrumado el joven isleño
-
Rodrigo – lo tuteo por primera vez el anciano,
mientras le tendía la mano – luego pasas por mi oficina y me indicas cómo serán
los pagos. Usted no necesita firmar nada, con su palabra me basta – y luego
dirigiéndose a Cecilia continuo – Espero, que disfruten la casa, buenas noches
señora.
A la brevedad se
mudaron a la bella quinta y allí nacieron la única niña y el tercer hijo (este aprendiz
de trovador que hoy les canta), para completar los tres guaros de la familia
que aún sufren año tras año, por sus amados Cardenales de Lara –
luego llegarían dos Caraqueños, para completar la manita (pero esa es otra
historia).
Un detalle: Se me olvidaba
decirles que, a los pocos meses, cuando se fue el viejo año, la primera aurora
de 1962, consiguió a Cecilia y a Rodrigo, durmiendo plácidamente en un cuarto
que aun olía a nuevo, con sus cabezas apoyadas sobre la seguridad que solo
pueda brindar la almohada de saber que, (aunque al Caballero Larense, le debían
muchísimo más que dinero), la deuda con Don Argimiro ya estaba
pagada.
Pterodáctilo Ancestral
13 de marzo de 201813 de marzo 1928 - 13 de marzo 2018 90 años del nacimiento de Don Rodrigo, Papá: te queremos y extrañamos todos los días Gracias, infinitas gracias, a ambos por tanto ejemplo |
13 de marzo 1928 - 13 de marzo 2018
ResponderEliminar90 años del nacimiento de Don Rodrigo,
Papá: te queremos y extrañamos todos los días
Gracias, infinitas gracias, a ambos por tanto ejemplo
Para todos los que hemos estado cerca su papá y su mamá siempre serán ejemplo Te amo esposo gracias por compartirlo con nosotros
ResponderEliminargracias esposa
Eliminar❤️
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