jueves, 15 de marzo de 2018

Hablando de merecer confianza: la casa de Don Argimiro




Los que alguna vez prometimos (como millones de jóvenes desde 1907): hacer todo lo que de nosotros dependiera para cifrar nuestro honor en merecer confianza, entendemos que esto solo se logra si día a día ambicionamos hacer SIEMPRE LO MEJOR. Evidentemente no es fácil, y parece una quimera, que se anhela y se persigue pese a ser muy improbable que se realice. Pero a pesar de todo, nos pasamos la vida intentándolo, y celebrando cada pequeño logro, en la seguridad de que la felicidad esta en disfrutar del camino a la meta, no en la meta.       


Por eso entenderán nuestro desencanto cuando la semana pasada, tuvimos que hablar de lo desagradable que se nos hace tratar y siquiera conocer, a personas que no merecen nuestra confianza porque la traicionan tan pronto como pueden.


Hoy en compensación, les compartimos el más grandioso ejemplo del auténtico valor de LA PALABRA DE HONOR (así, toda en mayúsculas), para una pareja de isleños que hicieron suyas estas tierras con la bendición de la DIVINA PASTORA.

Desde aquí nosotros, todos los días agradecemos, a la Pastorcita de Barquisimeto la suerte de poder llamarlos mamá y papá.    

Con todo nuestro cariño les dedicamos este relato a: Santiago, Pedro Rodrigo, Pablo, Ernesto Alexander, María José, Andrés Alberto, Rodrigo Javier, Juan Carlos, Diego y Alexandra, que tiene la suerte de decirles abuelos. Queridos hijos y sobrinos que la brújula de valores que ellos les legaron, continúe por siempre marcándoles el azimut sus vidas … … … … … …


Estimados público, permítanos iniciar dibujándoles el escenario en el que se desarrollaran los hechos que les compartiremos esta semana: ««Los historiadores, letrados y estudiosos, mantienen que Venezuela no salió del siglo XIX hasta el 17 de diciembre de 1935 (con la muerte del Benemérito), pero quien les “canta este poema épico” – que no es ni historiador, ni versado en la materia – a  cuenta de creerse trovador, se permite asegurarles que los únicos años de nuestra historia republicana en que hemos estado verdaderamente fuera del Siglo XIX, fueron los cuarenta años de democracia que se sucedieron entre 1958 y 1998»» Nuestro relato se desarrollará exactamente al inicio de ese periodo, comencemos entonces… …

… … hace muchos, muchos años, a principios de 1960, Barquisimeto era un pequeño pueblo de menos de quinientos mil habitantes, que entusiastamente luchaba por sumarse al desarrollo que la recién instaurada aventura democrática estaba sembrando a lo largo y ancho de la nación.




La ciudad se expandía acelerada y vertiginosamente – como prueba les indicamos que la superficie ocupada por la ciudad de 1990, era tres veces mayor, a la que ocupaba por el pueblecito provinciano del inicio de la democracia – nuevas y modernas urbanizaciones, nacían contagiadas del inmenso frenesí de libertad, independencia y progreso que se esparcían por doquier. Era tal el empuje y la aceleración en el desarrollo urbanístico e industrial de la nación que fue imposible prever el adecuado acompañamiento por parte de las leyes, métodos crediticios, sistemas bancarios, procedimientos hipotecarios y operaciones financieras indispensables para colectivizar y sobre todo para democratizar el mencionado desarrollo.

A esa Venezuela, a ese Barquisimeto, llegaron Cecilia y Rodrigo en 1959: verdaderos “maletillas”, como tantos otros forjados por la postguerra española. Que, con una curtida maleta de sueños en la mano, y un hatillo de coraje al hombro, salían a recorrer caminos y prados, en busca de “la añorada plaza – en donde en una tarde cualquiera – pudieran ganar la gloria o dejar la sangre en la arena”. Pero no se equivoquen, nuestra pareja no venía con los fardos vacíos, los traían repletos de ética, honestidad, principios y valores, los traían colmados de aquello que antiguos trovadores denominaban: HONOR, ese algo intangible, tan difícil de definir como de encontrar, que para los que tienen la extraña distinción de poseerlo: pesa poco, pero vale mucho.

Aquí se requiere que hagamos un paréntesis para contarles que hasta ahora, ni Cecilia, ni “su Roro” (así le decía ella cuando “se ponía cariñosa”) habían vivido tan alejados del mar (ojo, que los años vividos en Caracas no cuenta, porque extrañamente, aunque no tiene puerto, la Sultana de El Ávila siempre ha sido una ciudad costera). Esta lejanía maximizaba en la pareja la natural nostalgia del emigrante por el terruño, extrañaban: el puerto de pescadores con sus interminables historias (algo de eso debemos haber heredado), los cortejos a las muchachas en la Plaza del Charco, las frías aguas de Santelmo, las negras arenas de la playa Martianez, a su querido Viejito – así llaman en el Puerto a El Gran Poder de Dios –, las nieves de las Cañadas, la cima de El Teide, las juergas con los amigos, las castañas, sardinas y vinos nuevos de San Andres, las comidas de sus Madres (Pescado Salado con mojo rojo canario o Conejo al Salmorejo con papas arrugadas), el beso de despedida de sus Padres, en resumen extrañaban a La Familia. Extrañamente, hoy sus hijos gozan de esa «NOSTALGIA HEREDADA», y no pueden ver fotos del nevado Teide, sin sentir el llamado de esas tierras en las que nunca han vivido. Dicho todo cerramos el paréntesis y continuamos… …




Al llegar a Barquisimeto, Cecilia y Rodrigo (les dije que lo de Roro, es solo a veces) alquilaron una casa cerca del aeropuerto, y allí iniciaron la formación de su familia. La misma creció casi de inmediato, cuando en julio de 1960 llego el primogénito, por eso los sábados en la tarde a inicios 1961, los esposos salían a recorrer los nuevos desarrollos urbanísticos que nacían a lo largo de la carrera #19, en uno de esos viajes llegaron a una cuadra que estaba siendo urbanizada por Don Argimiro (lamentablemente el apellido se nos perdió en el tiempo), los jóvenes quedaron inmediatamente enamorados de las quintas que se estaban construyendo, y en especial de una que, hacia esquina, entre la carrera #19 y una de las calles adyacentes. La pareja recorría la deseada vivienda, mientras la fueron amoblando con la imaginación: aquí la cama matrimonial, allí una cuna, más allá una mesa de comedor – con muchas, muchas sillas –, al final de pasillo un escritorio para las tareas, en el salón un elegante sofá para las visitas, y para ellos unos muebles de mimbre para las tardes en el jardín, y así agarrados de la mano siguieron caminando – o flotando –  sobre sus sueños, hasta que Don Argimiro los despertó:


-         Esta casa es muy grande, hace esquina, y es más costosa que las del resto de la cuadra, seguramente a Ustedes se les ajustara mejor alguna de las casas intermedias, de esas que hoy los gringos llaman dúplex, están tan bien construidas como está tienen las mismas ventajas y comodidades de la ubicación, y son definitivamente más asequibles. Vengan para que se las enseñe.

Rodrigo vio humedad en los brillantes ojos (como los del Gato Con Botas) de su esposa, y pensó que no había llegado tan lejos para conformarse con una “casa más asequible, no iba a ser este guaro quien lo enseñara a negociar”, soltó la mano de Cecilia y encarando al vendedor le dijo:

-         Don Argimiro, mi nombre en Rodrigo Rodríguez, la casa que nos gusta es esta y es a donde nos queremos mudar. Tiene razón al pensar que no tengo plata para pagársela, pero con su ayuda y consentimiento estoy seguro de poder pagársela de acuerdo a lo que considere correcto. Sé que Usted no me conoce, y que no tiene ninguna referencia mía, y la verdad es que yo solo le puedo dar mi palabra de que le voy a pagar – y ante la cara de incredibilidad del viejo guaro, continuo – aquí tiene mi tarjeta, allí está mi teléfono y mi dirección. Además, le anote los nombres de algunas personas que me conocen bien, investigue, piénselo y me llama.

Dicho eso, Rodrigo le tendió la mano, y lo encandilo con su sonrisa de esperanza y sus inmensos ojos azules llenos de fuerza y fe, mientras le apretaba la mano de una manera en la que el viejo barquisimetano reconoció el señorío, la majestuosidad y la gallardía, que solo son propios de un verdadero caballero.


Luego marido y mujer se montaron en su carro, dejando a Don Argimiro, con la semilla de la curiosidad sembrada en su corazón, y sin dudarlo se dirigieron hasta Santuario de Santa Rosa, en donde el joven isleño, le hablo a la Patrona, con la confianza propia de los que tienen el corazón noble y la conciencia limpia:


-         Pastorcita, yo ya hice mi trabajo, y me comprometo a no dejarte mal. Ayúdame a que podamos criar a nuestros hijos en esa casa, que por siempre será la tuya.


Así pasaron varios días durante los cuales Cecilia ni se atrevía preguntar por la casa, y Rodrigo no la hacía. Hasta que una semana más tarde, sonó el timbre de la casa y la esposa abrió la puerta para encontrase al viejo Don Argimiro parado en el umbral:


-         Buenas noches señora – saludo – ¿esta su esposo?
 
-         Si claro, pero pase Usted por favor, ya se lo llamo – y con el corazón en la boca, salió de inmediato a buscar a Rodrigo

Al llegar el joven, el viejo guaro se le quedo mirando, y sin mayores preámbulos le dijo:

-         Felicitaciones, aquí tiene las llaves de su casa. Pueden mudarse cuando Ustedes quieran.

-         Muchas gracias Don Argimiro, puede estar seguro que le pagaremos, por favor dígame que le debo firmar – le contesto abrumado el joven isleño

-         Rodrigo – lo tuteo por primera vez el anciano, mientras le tendía la mano – luego pasas por mi oficina y me indicas cómo serán los pagos. Usted no necesita firmar nada, con su palabra me basta – y luego dirigiéndose a Cecilia continuo – Espero, que disfruten la casa, buenas noches señora.




A la brevedad se mudaron a la bella quinta y allí nacieron la única niña y el tercer hijo (este aprendiz de trovador que hoy les canta), para completar los tres guaros de la familia que aún sufren año tras año, por sus amados Cardenales de Lara – luego llegarían dos Caraqueños, para completar la manita (pero esa es otra historia).



Un detalle: Se me olvidaba decirles que, a los pocos meses, cuando se fue el viejo año, la primera aurora de 1962, consiguió a Cecilia y a Rodrigo, durmiendo plácidamente en un cuarto que aun olía a nuevo, con sus cabezas apoyadas sobre la seguridad que solo pueda brindar la almohada de saber que, (aunque al Caballero Larense, le debían muchísimo más que dinero), la deuda con Don Argimiro ya estaba pagada.


Pterodáctilo Ancestral
13 de marzo de 2018











13 de marzo 1928 - 13 de marzo 2018
90 años del nacimiento de Don Rodrigo,
Papá: te queremos y extrañamos todos los días
Gracias, infinitas gracias, a ambos por tanto ejemplo




4 comentarios:

  1. 13 de marzo 1928 - 13 de marzo 2018
    90 años del nacimiento de Don Rodrigo,
    Papá: te queremos y extrañamos todos los días
    Gracias, infinitas gracias, a ambos por tanto ejemplo

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  2. Para todos los que hemos estado cerca su papá y su mamá siempre serán ejemplo Te amo esposo gracias por compartirlo con nosotros

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