Dedicado a mí siempre entrañable estado Lara, y a todos los que comparten conmigo este amor por esas bellas tierras, especialmente a mi Madre y mi Padre, que nada mas conocerlas las adoptaron como suyas, a mis hermanos mayores que también se sienten inmensamente orgullosos de ser Guaros y a todas las Herenias que han existido, existen y existirán a lo largo y ancho de Venezuela.
Caracas, 8 de febrero 2018
Canta
oh hermosa Heres,
la
cólera de los dioses,
contra
tu protegida Herenia,
la
de Humocaro Abajo ... ... ...
ACTO I
La cadena montañosa más larga de
la tierra contornea las costas del océano Pacífico a lo largo de más de siete
mil kilómetros, recorriendo de principio a fin el eje oeste de Sudamérica. En
sus cumbres y valles se esconden secretos y leyendas como el inexplicable
abandono de la Ciudad de Machu-Piccho en las cimas Peruanas, los secretos que
esconden las negras aguas del lago de Titicaca en las cumbres bolivianas, los
majestuosos cóndores que vuelan sobre el infinito altiplano que comparten
Argentina, Bolivia, Chile y Perú, los seis mil novecientos sesenta metros que
hacen del Aconcagua la cumbre más alta fuera del Himalaya, la cadena de los volcanes
más altos del mundo – incluyendo «Ojos del Salado», el volcán más alto del
mundo –, y al norte muy al norte – la bella leyenda de un Shangri-La tropical: la
leyenda de Humocaro Bajo.
Humocaro Bajo, es un escondido
rincón al Norte de la cordillera andina, enclavado en un valle que fue tallado
durante miles de años por El Tocuyo – uno de los tantos artistas que los dioses
enviaron a esculpir aquellos montes –, la escultura resultante fue tan del
agrado de Zeus y su esposa Heres que decidieron privilegiar aquel valle rodeándolo
de infinitos manantiales y ocultándolo tras altos peñones que le sirven de
muralla y lo protegen de los embates de Cronos, como habían hecho mucho antes
con el Shangri-La del Himalaya. Fue tal el esmero de los dioses en ocultar
aquel valle de ensueño que con el pasar del tiempo se les perdió y luego simplemente:
lo olvidaron. Pero la leyenda de un hermosísimo lugar rodeado de peñones y
manantiales, donde nacían niñas con nombres griegos y apadrinadas por Heres, perduro
entre los pueblos del norte de la cordillera andina, y allí los viejos la
contaban una, otra y mil veces entre Cocuy y Cocuy, frente a las miradas
incrédulas y las sonrisas sarcásticas de los visitantes.
Menos de uno, se trataba de un
Joven Isleño que vendía sus mercaderías por aquellas montañas y que había
escuchado muchas veces la leyenda de un escondido lugar a donde nunca nadie
había podido llegar a vender, pero él – que se consideraba el mejor mercader del
mundo - pensaba que no podía existir un caserío – por muy escondido y remoto que
fuera – en donde no se pudieran colocar sus mercancías. Tan prendado estaba de
aquellas historias, que siempre que recorría aquellos parajes su mirada
circulaba de cumbre en cumbre, en busca de los altos peñones descritos en las
leyendas de Los Viejos del Cocuy.
Y así pasaron los años, hasta que
una soleado mañana cuando el bodeguero de Humocaro Bajo abrió las puertas de su
tienda – ubicada frente a la rustica Plaza Bolívar – se encandilo con la
sonrisa y los inmensos ojos azules de un joven forastero. Se trataba de aquel Isleño
que de tanto buscar y buscar, finalmente había dado con el escondido pueblo. Se
pusieron a hablar de cualquier cosa, hasta que el mercader le ofreció su
mercancía a consignación.
Aun receloso de aquel desconocido
joven, el bodeguero solo acepto algunas pocas, y cuando el Isleño se fue, las
coloco en sus fríos estantes, de inmediato las Humocareñas de Abajo que
entraban a la bodega se dejaron deslumbrar de aquellos colores y olores que eran
totalmente exóticos para ellas, y las compraron.
Así a las dos o tres semanas,
cuando el joven mercader, paso nuevamente por Humocaro Bajo, el bodeguero lo
esperaba con mucha impaciencia, pago la deuda anterior e hizo un pedido bastante
mayor. Esto se repitió de semana en semana, cada vez con más mercancías, hasta
que llego un día en que todos en Humocaro Bajo esperaban la periódica llegada
del Isleño con sus múltiples mercancías, que llenaban aquel escondido pueblo de
olores y colores antes desconocidos. Con el tiempo el joven se volvió parte del
pueblo, y se volvió habitual verlo caminar por sus calles, comer en su posada, conversar
con los lugareños, tomarse una cerveza en el botiquín, y …. …
ACTO II
A principio del año del año 60,
el Isleño llego más feliz de lo habitual al pueblo. Le conto al bodeguero que
se había casado el año anterior, y se había mudado con su esposa a la Capital
Musical la Ciudad de los Crepúsculos y que ahora ella estaba esperando
a su primogénito.
Cuando regreso en agosto a traer
sus mercancías, les conto a todos que había nacido su primer hijo que se
llamaba como él. El tiempo continuo y las visitas del joven con sus mercancías
se repetían religiosamente muy temprano en las mañanas de cada primer y tercer
miércoles del mes, hasta la mañana del tercer miércoles de septiembre del año
61: cuando el bodeguero abrió las puertas de su establecimiento se extrañó de
no encontrarse con la sonrisa esperada. Paso todo el día sin que pasara nada y
cuando estaba a punto de cerrar, el joven entro a la bodega y con su habitual
sonrisa le conto a su amigo que ahora su esposa había tenido una bella y Dulce
niña, los amigos se abrazaron y se dirigieron al botiquín para “tomarse
los meaos de la niña”, el joven con unas frías cervezas y el bodeguero con
unos chuts de Cocuy. Luego de unos tragos el isleño le comento al amigo, que lo
único que le empañaba su inmensa felicidad era que cuando salía a colocar sus
mercancías por aquellas montañas, su joven esposa se quedaba sola con los dos
infantes en una ciudad en que no tenía ni familiares ni amigos, el bodeguero se
quedó pensando en el problema de su amigo. Y cuando el Isleño regreso a las dos
semanas le dijo:
- Tengo la
solución para ti, arriba en Humocaro Alto, hay una familia que tienen muchos
hijos y que no pueden alimentar y mantener a todos. Entre sus hijas hay una
niña de trece años muy trabajadora y hacendosa, que podría irse a tu casa para
hacerle compañía y ayudar a tu esposa. La joven se llama Herenia – continuo el
bodeguero – no es bonita, ni fuerte, pero si trabajadora y educada.
- ¿Herenia?,
no había escuchado ese nombre antes – contesto el joven isleño, sin poder
esconder la satisfacción que le provocaba la propuesta del bodeguero.
- Na´Guara
con estos extranjeros – ironizo el bodeguero, y luego con aire de maestro
continuo orgulloso de tener algo que explicar a su amigo – Herenia es un nombre
relativo a Hera, la divinidad griega esposa de Zeus, aquí en Los Humocaro
siempre nos hemos sentido muy cercanos a ellos, por aquello de las Leyendas de
los Viejos del Cocuy, de allí el nombre.
Cuando el mercader regreso a su
casa en la capital musical, y luego de abrazar a su mujer y a los niños, le
dijo a la primera:
- Arriba en
Humocaro Bajo, hay una familia que busca colocar a su hija de trece años en
alguna casa decenté, me parece una buena solución para que te haga compañía, te
ayude con los quehaceres de la casa y con los niños. Cuando quieras vamos hasta
allí y hablamos con sus padres.
Al principio la esposa no se
convenció totalmente de la idea ya que pensaba que nadie era lo suficientemente
buena para cuidar a sus hijos, y además temía que si la traía debería criar no
a dos niños sino a tres. Pero con el pasar del tiempo, y gracias a la insistencia
de a gotas de su marido, se fue convenciendo de que era la mejor
opción, y así un fin de semana cualquiera de mediados del 62, los dos esposos
salieron temprano de su casa hacia Humocaro Bajo. Al llegar buscaron al
bodeguero, quien los acompaño hasta la casa de la niña.
Tocaron la puerta y la abrió una
señora de edad indefinida que portaba un viejo y roído delantal, quien saludo
con desconfianza a los recién llegados. EL bodeguero los presento diciendo que
se trataba de la pareja de la ciudad de la que ya le había hablado, que buscaba
a una joven trabajadora, para que hiciera compañía a la señora, cuidara a los
niños y ayudara en la casa.
- A cambio
nos comprometemos a darle una habitación, alimentarla, vestirla y pagarle
regularmente su salario – tercio el joven isleño.
- Además,
yo que estudie normalista en Canarias – complemento la esposa con orgullo - me
comprometo a ensañarle a leer, las matemáticas basicas y ayudarla a que
complete su primaria y quién sabe si también el bachillerato.
La señora, se les quedo mirando con
la mirada perdida de quien está en otra parte o de quien ve lo que el resto del
mundo no puede contemplar, mientras que en su corazón de Madre se desataba una
violenta riña entre las dos opciones que se le presentaban: por un lado, no
quería dejar ir a su amada hija con aquellos desconocidos que hoy tocaban a su
puerta, pero por el otro ella sabía que si la dejaba ir habría más comida, más ropa
y más espacio para sus otros hijos, y seguramente también habría un mejor
futuro para la misma Herenia.
Finalmente, la madre se decidió,
y llamo a Herenia. Pero cuando la delgada, frágil y fea niña se presentó ante
sus nuevos patrones, el hombre dudo que aquella fuera una buena idea, estaba
seguro de que aquel feo saco de huesos no sería capaz de ayudar en algo en la
casa. Por su parte la esposa – en silencio – escudriñaba en los ojos negros de
aquella fea cara, en busca del amor que cuidaría a sus amados hijos, y allí en
el fondo, muy en el fondo lo encontró. En ese momento la esposa y Herenia
ignoraron a todos los demás en aquella sala y en el mundo, y en sus caras se
formaron dos relucientes y profundas sonrisas, que sellaron el pacto que uniría
por más de una década a la protegida de Heres, con la maestra isleña.
Cargando una maltrecha bolsa de
enseres, que le preparo su madre, Herenia se montó en el carro de sus nuevos
señores, y por primera vez en su corta vida, salió de Humocaro Bajo, sin saber
cuándo volvería.
En la cima del Olimpo, la Reina
Hera desde su palacio observaba con sarcasmo, como aquellos mortales habían
encontrado su escondido Shangri-La tropical, y se atrevían a retarla “raptando”
a su protegida del pueblo en donde la había emplazado. «¿Piensan que será feliz fuera de Humocaro?,
hagan lo que quieran, pero no olviden que la venganza es un plato que se sirve
frío y se come muy despacio», pensó mientras reía a carcajadas y maquinaba su
plan … … …
ACTO III
Es importante resaltar que la
familia que la acogía no pretendía pasar por rica, sin embargo, al llegar a su
nuevo hogar, lo primero que agradeció Herenia fue poderse sentarse a comer como
nunca antes lo había hecho, además cuando le asignaron un pequeño cuarto “para
ella”, los señores nunca se imaginaron que le estaban obsequiando la
primera cama que no debía compartir con sus hermanos.
Al día siguiente le suministraron
ropas limpias, que – aunque usadas – eran de mejor calidad que todas las que
antes había utilizado, Herenia se bañó, se cambió de ropa, se peinó su largo
cabello azabache ajustándolo con una ancha cinta blanca que le habían
facilitado con las “nuevas ropas”, y cuando se paró frente al espejo para darse
los toques finales antes de salir, se detuvo incrédula de no poder reconocer a
la persona que la estaba observando.
A partir de allí todo se sucedió,
rápidamente: durante el día aprendía y ayudaba con los niños y con los deberes
de la casa, y al final de la tarde se sentaba con la señora quien le enseñaba:
a leer, a escribir, y los primeros números. Cuando la familia, salía de paseo
ella los acompañaba y compartían con ella lo que tenía. Y al final del mes, la
llevaron al banco para que abriera una cuenta de ahorro en donde comenzó a
guardar casi íntegramente sus jornales:
- ¡ ¡ Para
tu dote, mi niña ! ! – bromeo la señora dramatizando su acento isleño.
A mediados del año 63, nació el
tercer niño de la familia – que según las malas lenguas: siempre fue su favorito
–, y los esposos decidieron buscar nuevas y mejores oportunidades para la
familia, por lo que recogieron sus macundales, arrearon a sus muchachos, y con
todo ello – incluyendo a Herenia – se mudaron de la Capital Musical, a la Sucursal
del Cielo. Al principio nuestra protagonista, se entristeció al conocer
que la alejarían aún más de sus amigos, de su amada familia y de su siempre entrañable
Humocaro Bajo, pero cuando llego a su nuevo hogar quedo sorprendida del tamaño
de la ciudad, ella nunca se había podido imaginar que tanta gente pudiera vivir
en un solo valle, y pensar que en “su pequeño valle, de Humocaro Bajo”
vivían solo unos cientos de vecinos y todos la llamaban por su nombre.
En la metrópolis, Herenia:
comenzó a sacar su primaria (por un parasistema vía radio), continúo perfeccionándose
en las labores de la casa, cuidaba con el mayor esmero a “sus queridos niños”, crecía
como persona y continuaba ahorrando casi todo lo que ganaba (su única afición
era la de tomar infinitas fotos a sus niños, con una moderna cámara KODAK
POCKET INSTAMATIC 100, que se había dado el gusto de comprar).
En el 67, la pareja tenía
programado un viaje a sus Islas para visitar a la familia y presentarles la prole
a los abuelos, y se fueron todos juntos: los niños (que ya eran cuatro), los
padres y la inseparable Herenia, que – aunque continuaba siendo fea – se había
transformado en una mujer muy diferente a aquella niñita que había salido de
Humocaro Bajo hacia cinco años. El viaje fue en barco y en la Isla se quedaron
seis largos meses, durante los cuales tuvo Herenia la oportunidad de conocer y
experimentar nuevas costumbres y culturas, que la seguían formado.
ACTO IV
Pero al regresar a la Sucursal
del Cielo a Herenia le esperaba la más grande e inesperada experiencia,
la oportunidad de conocer el Amor. La vida puso ante ella a un joven
almacenista que trabajaba en los depósitos de sus patronos. Quiso la casualidad
–
y aquí se ríe Heres de nuestra ingenuidad -, quiso la casualidad que el
joven se llamara Calisto – nombre de una de las muchas amantes de
Zeus, a quien su esposa Heres mando a matar para vengar el engaño. Si
Calisto y Herenia hubieran conocido LA CELESTINA – la tragicomedia de Calisto y
Melibea -, seguramente no hubieran continuado con aquel amor imposible, pero para
los jóvenes enamorados no existen los obstáculos, por lo que iniciaron un bello
noviazgo de varios meses, hasta que a principio del 70 Calisto le propuso
matrimonio. Herenia acepto la propuesta rebosando de alegría, finalmente su
felicidad estaba completa, nada ni nadie podría empañar su vida. Eran tanto y
tan completo su júbilo que la pareja decidió, ir hasta Humocaro Bajo, para que
Calisto pudiera formalizar la petición de mano de su amada, y así aprovechando
el asueto por la celebración de las fiestas carnavalescas, se encaminaron hasta
el nacimiento de los andes – mientras desde el Olimpo Heres los
observaba y disfrutaba de lo bien que funcionaba su plan.
Apenas llegaron al pueblo, la
noticia de la próxima boda de la hija prodiga se rego como pólvora seca, y se
preparan grandes fiestas para festejarlo, los hombres se llevaron a Calisto al
botiquín del pueblo y se abrieron varias botellas de Cocuy para agasajarlo.
Mientras Herenia abrió su maleta nueva – en su mente no pudo dejar de
compararla con aquella maltrecha bolsa de enseres que le había dado su madre como
herencia hacían ya diez años – y alborozada sacaba los regalos que había traído
para su padres y hermanos, todos se impresionaron de los presentes que traía,
hasta que la menor de las hermanas dijo:
- ¿Y todo
esto nos lo compro Calisto?, debe de ser un hombre muy, muy rico.
- ¡No!!!!!
– reprendió Herenia-, ¡estos se los compre yo, con mis ahorros de lo que gane
durante todos estos años!, a las feas no nos queda más remedio que ahorrar
mucho, recuerden lo que dicen en España: “Fea con dote, trae a muchos en el bote”.
- ¿Y tanto
ahorraste? – increpo la madre, sin poder ocultar su curiosidad
- ¡Na´Guara
má!!!!!!, eso no es nada – se rio muy orgullosa la hija – mientras sacaba de su
bolso la libreta de la cuenta de ahorro que la había abierto la señora cuando
se ganó el primer sueldo – mira cuanto tengo de dote, jajajajajaja
Sin esconder su lujuria la vieja
reviso la libreta, muy impresionada de la cantidad de números que tenía, y
Herenia continuaba chismeando y riendo con sus hermanas sin percatarse que su
madre sigilosamente guardaba la libreta en uno de los bolsillos de su viejo
raído delantal – Heres reía.
Aquellos días en Humocaro Bajo con Herenia, fueron los mejores en la vida de Calisto, fiestas, sancochos, excursiones a los alrededores del pueblo, baños en los saltos y quebradas, y permanente compañía de su amada novia, a la que admiraba viéndola bañarse en aquellas aguas como se de una ninfa griega se tratara.
A lo largo de aquel puente
Calisto y la familia de la novia habían programado, que él se regresara a la
Metropolis y ella se quedara en Humocaro Bajo para preparar la boda, que fue
dispuesta para celebrarse en la iglesia del pueblo el sábado antes de Semana
Santa, justo dentro de cuarenta días. A pesar del cansancio de los paseos a las bellas quebradas y saltos que rodeaban el pueblo y aunque las fiestas del pueblo se habían prolongado hasta bien entrada la noche del martes, con el amanecer del miércoles de
cenizas Calisto se levantó y se dirigió a la casa de Herenia en donde lo
esperaba su novia, con una taza de café recién colocado. Y con esas
palabras de amor que solo conocen los novios, se prometieron amores eternos y llamarse “todos los días” – lo que era posible gracias a la novedosa oficina
que la empresa telefónica había instalado en el pueblo –, luego se se besaron y se
separaron. – A lo lejos Heres reía.
Al llegar Calisto a Caracas, lo
primero que hizo fue marcar el número de la central telefónica de Humocaro
Bajo, el teléfono repico y repico, pero nadie contesto, evidentemente la resaca
carnavalesca aún continuaba y la oficina había cerrado temprano (o no había
abierto).
Al día siguiente, apenas dieron
las ocho de la mañana, volvió a marcar:
- Oficina
telefónica de Humocaro Bajo – escucho a lo lejos.
- Buenos
días, ¿podría por favor comunicarme con la señorita Herenia? – pregunto Calisto
- La vamos
a mandar a buscar, por favor llamo en quince minutos.
- Ok,
gracias – termino antes de colgar.
Justo al cuarto de hora volvió a
marcar:
- Oficina
telefónica de Humocaro Bajo – escucho a lo lejos.
- Buenos
días, ¿podría por favor comunicarme con la señorita Herenia? – pregunto Calisto
- A mira,
la mandamos a buscar, pero su mamá le manda a decir que había salido temprano
para los picos con sus hermanas y unos amigos, que si puede llame mañana más
temprano.
- Pero, más
temprano Ustedes no han abierto – intento replicar Calisto, pero la operadora
ya había trancado – Heres reía.
Y al día siguiente, la historia
se repitió, pero con algunas pequeñas diferencias:
- Oficina
telefónica de Humocaro Bajo – escucho a la operadora.
- Buenos
días, ¿podría por favor comunicarme con la señorita Herenia? – pregunto casi gritando
- “Ay mi
amol”, el de la bodega paso temprano por aquí y te dejo dicho que la Herenia
estaba muy ocupada, que si podías la llamaras después, chao.
- Pero que
tiene que ver el bodeguero - empezó a balbucear el hombre, pero se quedó con
las palabras en la boca, cuando escucho un estruendoso click, seguido del
peculiar tono del teléfono – a la par Heres reía.
Y así
pasaron los días, y la semana y Calisto no había podido hablar con su
prometida, le pregunto al joven isleño, y este le dijo:
- Tampoco nosotros
hemos podido hablar con ella, seguramente, está muy ocupada “con
lo de la boda”, quédate tranquilo y aprovecha mientras puedas, no seas “Tolete”
que ya pronto la vas a tener que ver todos los días, y hasta que la muerte los
separe, jajaja – Heres también reía.
Contaba
los días, sin poder entender como no lograba comunicarse con Herenia, hasta que
finalmente no lo soporto más, y si esperar a la Semana Santa, pidió prestada
una de las camionetas de la empresa y salió un viernes en la tarde para
Humocaro Bajo sin contarle a nadie. A medida que se aproximaba, sentía un nudo
en el estómago, como si un fátum o poder sobrenatural, inevitable e ineludible
guiará estuviera jugando con su vida. Y casi cuando llegaba al pueblo se
consiguió a un grupo de hombres que con una rudimentaria barricada trancaban el
paso. Al principio Calisto se asustó, pero de inmediato se tranquilizó al
reconocer a muchos de los que frecuentaban el botiquín al que había ido con el
bodeguero, y se bajó de la ranchera para saludarlos. Los hombres estaban
armados con machetes, azadones y guadañas y ya no sonreían como hace unas
semanas:
- Hola a
todos – saludo Calisto – ¿Qué hacen por aquí?, ¿A quién esperan?
- Mira – se
apresuró a contestar uno de los hombres – es mejor que te regreses por donde
viniste y que no llames más pal´pueblo, el bodeguero y su mujer, están ocupados
con la ampliación del local no quieren ser molestados.
- ¿El
bodeguero? – cuestiono Calisto – pero si yo no tengo nada de qué hablar con él.
- Es que te
la pasas llamando al pueblo para que te pasen a la mujer del bodeguero – tercio
uno de los viejos del Cocuy, levantando un viejo y multicolor garrote tocuyano
de los que utilizan en el juego de palos - ¿O es que acaso Usted no tuvo Pae´
que le enseñara que las mujeres ajenas se respetan?
- ¿Pero si
yo solo he llamado a Herenia? – volvió a balbucear Calisto aun sin entender que
es lo que pasaba
- Na´Guara
será huevón este guaro, todo el mundo sabe que la niña Herenia y el bodeguero
se casaron hace ya una semana, y se asociaron con la mae´de la niña para ampliar
la bodega y convertirla en abasto como los de la ciudad, así que mejor es que no
llame ni se aparezca más por estos montes, aquí en Humocaro Bajo no nos gustan
los extraños y Usted ya no es bienvenido.
… … desde su trono en el Olimpo,
Heres reía a carcajadas de aquellos insignificantes mortales que habían osado confrontarla.
Pterodáctilo
Ancestral
Febrero
2018
¡SI TE GUSTÓ, COMÉNTALO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario