NOTA
DEL AUTOR: Los protagonistas, personajes y hechos incluidos en este relato son
completamente ficticios, e inventados en una noche de copas alrededor del
fuego. La utilización de personas e instituciones verdaderas o hechos reales se
realizó solo con fines de enmarcar a nuestros personajes en un tiempo y espacio
determinado. Cualquier otro parecido con la realidad es pura, simple y completa
coincidencia
Caracas,
abril 2018
Aquella
mañana de noviembre Jesús, (el joven supervisor al que todos apodaban Doble
Seis o Doble a secas), llego a las instalaciones de la empresa antes del cambio
de turno – siempre disfrutaba de estar presente para la salida de “los de amanecida” y la
entrada de “los del primer turno” -, y como siempre, se encontró con “Croché”
que también estaba entrando a la planta. En la pila bautismal de algún pueblo
de los Valles de Tuy lo habían bautizado José, y es el uno de los operadores de
montacargas pesados de la planta, pero desde que – en algún momento, en
cualquier lugar y por todas las causas – sufrió un accidente que lo condeno a
renquear por siempre, los jodedores lo llaman “Croché”, hoy más que un mote, el
alias es su alter ego y lejos de molestarse cuando se lo dicen, lo extraña
cuando lo llaman por el nombre de bautismo.
A
esa hora de la “madrugada” el montacarguista siempre le parecía un zombi: más
enflaquecido de lo habitual, como si durante la noche lo hubieran vaciado por
dentro despojándolo de su desbordante simpatía y habitual sonrisa, caminando en
zigzag con la mirada fija en sus botas de seguridad, que arrastraba tras la
pierna lisiada a la que le debe el mote, dejando una “estela como de Guácara”
sobre la humedad con que el sereno cubrió la tierra del patio de entrada.
Cuando pasa por la vigilancia para marcar su entrada, el “guachimán” de turno –
sin siquiera hablarle – le pasa un vaso plástico desechable repleto de humeante
“guayoyo colado en manga e´tela”.
Con
el humeante vaso en una mano, y un sucio morral que le sirve de lonchera en la
otra, el hombre sigue su rumbo de manera automática.
La
estela sobre la húmeda tierra, indica que Croché se dirige a los vestuarios,
sin prender las luces va directo a su locker, lo abre, mete “medio cuerpo
adentro” y a los pocos minutos sale tomando un largo trago del “guayoyo
envenenado” en el que ha convertido el humeante brebaje que le dio el
vigilante. La metamorfosis es inmediata y total: el cuerpo se llena
desapareciendo la apariencia de escuálido, la cojera disminuye – sin terminar
de desaparecer de un todo – y la sonrisa regresa a la cara iluminando todo a su
alrededor, ahora si ve al joven supervisor y lo saluda:
-
Buenos días doble seis, madrugando como
siempre.
-
Buenos días Croché, tú también llegando
temprano, ¿Cómo estuvo el fin de semana? – le comento el joven
- Nada, me la pase por aquí, el sábado cargarnos
tres gándola para Colombia y el domingo con la gente de mantenimiento
desmontamos el tanque de ácido para cambiarle la fibra – comento el viejo
montacarguista, con naturalidad
-
Verga Croché, otro fin de semana de
sobretiempo, ¿cuantas horas tienes acumuladas este mes?, ¿tu como que estas
“engordando el promedio” para las utilidades? – le pregunta riendo doble seis
- Ya ni se – se ríe el viejo -, eso de los
cálculos se lo dejo al sindicato y a recursos humanos, que se peleen ellos.
Pero yo no tengo mujer, ni hijos, ni nadie que me espere en la casa, es más: desde hace tiempo ya no tengo nada que llamar casa, así que mejor estoy por
aquí que en la plaza Bolívar de Sta. Teresa.
- Nada Viejo. para mi tu estas engordando las
utilidades – cerro el supervisor riendo
El
viejo sonrió, le verdad es que él tenía una fantasía desde hacía muchos, muchos
años, y el día de navidad del año pasado se dijo: «Coño Croché, El Niño Jesús
tampoco te trajo nada este año, y a ti te enseño tu padre que el que no tiene
abuela, tiene que sacar el pie pa´mecerse», y en ese momento, había decido
auto-regalarse su fantasía para las siguientes navidades, para lo que
necesitaba una buena cantidad de bolívares, y, en consecuencia, sin ninguna
duda, escrúpulo, ni vergüenza: «Croché estaba engordando sus utilidades».
Discúlpenme
y permítanme que los ponga en contexto: En esos, ya muy lejanos, años del
inicio de los 90´s, la crisis interna devaluaba el bolívar, por lo que
aumentaba – en igual proporción – la competitividad de exportación de las
empresas manufactureras venezolanas. Esto, sumado a una muy elaborada y seria
política internacional del ejecutivo nacional (Pacto de San José, Grupo de los
Tres, Pacto Andino, etc) fueron el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo
de cientos de empresas privadas, que se dedicaron a explotar el tema de las
exportaciones no petroleras. En cualquiera de esas empresas un obrero no
calificado, que trabajara una buena cantidad de horas extras durante el año,
aumentaba (o engordaba, como preferían decir ellos para hacer analogía con los
cochinos que engordaban en sus patios pa´navida) su promedio de salario lo
suficiente, como para que las utilidades navideñas alcanzaran para: comprar una
o varias patas de ganado (procedimiento por lo que entre cuatro obreros compran
una cabeza de ganado, por lo que cada uno compra una o varias patas y se las
entregan a uno de los viejos del pueblo que se encarga de criarlas y
engordarlas), pagar el anticipo de un carrito de agencia, comprarse un carro o
camioneta de segunda mano, construir otro piso o un cuarto extra en el rancho,
y hasta para construirse un rancho nuevo en el que mudarse con una nueva mujer.
Alguien me dijo alguna vez, que para ver en donde se invertían las utilidades
de los obreros venezolanos bastaba con observar ¡¡¡LAS ENORMES QUINTAS!!! que
desordenadamente llenaban de colores los barrios de cualquiera de las ciudades
del País. Otra cosa es que no existieran los urbanismos y servicios
indispensables para poder VIVIR (así en mayúsculas) en esas viviendas, pero
solo hacía falta levantar la vista a los cerros para ver: «donde estaban los
reales». Regresemos ahora a nuestra historia.
Y
así fue como Croché a lo largo de todo el año engordo su promedio de manera
consciente e importante, por lo que cuando recibió su Bono Navideño de cuatro
meses de utilidades y dos meses de vacaciones, el cheque representaba una
“pequeña” fortuna, que sería la envidia de cualquier obrero de esta época. Ese
día el viejo saco del locker el sucio morral que le habían servido de lonchera
durante varios años y se dirigió a la sucursal del banco ubicada frente a la
plaza Bolívar de Sta. Teresa, al entrar hizo su cola durante un buen rato, y al
llegar frente a la taquilla le entrego el cheque, la cedula y el morral a la
cajera, diciendo, con su habitual cortesía:
-
Por favor me lo das todo en efectivo, y me lo
metes en este morral.
-
¿Lo quieres todo en efectivo? – pregunto la
empleada con fastidio al ver la cantidad y la hora – mi amor, vas a tener que
esperar un buen rato, le tengo que pedir al gerente que lo saque de la bóveda.
-
No importa, no hay apuro – le sonrió Croché, y
bajando la voz – me los metes todos en el morral, yo espero aquí.
Luego
de una larga espera, finalmente el viejo recibió su morral, repleto de los
billetes con que haría realidad su fantasía, lo agarro se le puso a la espalda
y camino hasta la parada de las camioneticas que van hacia la vía de Guatopo, a
la salida del pueblo. En algún momento del año, el montacarguista, había
decidido que su fantasía se realizaría en La Jaula, una de las casas con más
experiencia, casta y alcurnia entre las que se dedican al lenocinio en Sta.
Teresa. Llego muy temprano al lugar, por lo que aún no había iniciado el típico ambiente de los viernes en la noche, toco la puerta y le abrió un hombre de muy
baja estatura – de esos que no sirvieron en la recluta, por no dar la talla, se
llamaba Eduardo, pero desde que las mujeres de La Jaula lo bautizaron Chichón,
el otro nombre se olvidó para siempre – en La Jaula hacía de mesonero, portero,
vigilante, barrendero, plomero, electricista y cualquier otra cosa que le
pidiera Doña Maria Rosa, la regente del local y su jefe. En lo que abrieron la
puerta Croché se le quedo viendo al enano y le dijo:
-
Epale Chichón, ¿esta Ma´Rosa?
-
Aún está arriba, cambiándose pa´ la noche, si
quieres la esperas en la barra – le contesta el tipo, que hacía mucho tiempo
que, para sobrevivir, había decidido no arrecharse con el mote
-
Mejor la espero en una de las mesas, requiero
hablar algo privado – replico el otro
-
Sabes que pa´sentarse en las mesas hay que
consumir, ¿Qué te traigo? – tercio el Chichón pasando de inmediato de su rol de
portero al de mesonero.
-
Tráeme una botella de Caña Clara, y un vaso
corto – ordeno Croché
El
lugar estaba a medio luz – como era de esperar – y con el aire acondicionado al
máximo, por lo que resultaba sumamente agradable, para los que entraban del
calor de la calle, Croché se sentó en un una de las mesas de una esquina del
salón, mirando hacia la escalera que subía hacia los dos pisos de habitaciones,
al poco rato bajo la patrona. Doña Maria Rosa – o simplemente Ma´Rosa, como le decían sus
mujeres y los asiduos al local – era una negra de Barlovento que media más de
un metro ochenta, y que había llegado a Los Valles del Tuy “detrás de un hombre
a caballo” cuando el inicio de la democracia, las leyendas entre las mujeres de
La Jaula dicen que aún estaba buenísima y que ningún hombre le había podido
aguantar más de un round en la cama. Hoy, aunque su edad era totalmente
indefinida, y de que no había duda de que había pasado sus mejores tiempos, aun
llenaba el salón al entrar y su cuerpo seguía atrayendo las miradas de todos
los hombres presentes. Su porte actual era herencia del de las Madamas
legendarias en el negocio.
Al
entrar en el salón, Ma´Rosa, busco en la penumbra y al ver a Croché se dirigió
hacia la mesa que ocupaba el hombre. La Madama y Chichón llegaron juntos a la
mesa, y el hombre le entrego el primero de los muchos Viejos Parra, seco en
copa tipo brandy, que se tomaría en la noche:
-
Buenas tardes Croché – saludo al hombre –
llegas temprano, cuéntame: ¿que deseas?
-
Hola Ma´Rosa – contesto el montacarguista, que
disfrutaba llamando a la mujer con su alias, y pasándole de inmediato el viejo
morral continuo –, tengo la fantasía, de pasar unas vacaciones de varios días
en La Jaula, en este morral está el total de mi bono navideño. No necesito nada
especial, con Caña Clara y lo mismo que Ustedes coman aquí estará bien. La idea
es que los reales puedan durar varias semanas.
-
¿Vacaciones en La Jaula? Ja Ja Ja Ja – rio la
Madama – eso si no se me había ocurrido, mira Croché déjame contar cuanto hay
aquí, y ver como organizamos todo. Por ahora quédate con Cleopatra, ella te
acompañara durante esta noche, y en la mañana cuadramos los detalles.
Y
así inicio, la Fantasía de Croché, la primera noche con Cleopatra: una caliente
barranquillera, de baja estatura, pero bien proporcionada, con fama de
disfrutar y hacer disfrutar del sexo. Esa noche bailaron, cumbia, salsa,
boleros, merengues, y algunas otras cosas. Tarde en la noche subieron, a la
habitación principal que da a la terraza del segundo piso, en donde una pequeña
piscina había sido acondicionada como jacuzzi, y allí, bajo las estrellas y con
Guatopo a la espalda, Cleopatra hizo honor a su merecida fama.
Despertaron,
después de las doce del día siguiente, lo hicieron nuevamente y justo cuando
terminaban, tocaron a la puerta de la habitación, era Magda, una muy bella
mulata maracucha con sangre guajira de larga melena y mayores senos, que le
traía arepas de queso guayanés, café negro y jugo para el desayuno, al ver
entrar a la maracucha Cleopatra se despidió de Croché con un beso, y un «la
pase muy bien mi negro» mientras recogía sus ropas salía del cuarto. Croché le
puso lo que quedaba de Caña Clara al café, tomo un largo trago, y dirigiéndose
a la maracucha «vamos a desayunar, guajira», y así inicio el segundo día de la
fantasía de Croché.
A
partir de allí los días se sucedieron, sin que nadie los contara, bueno nadie
excepto Doña Maria Rosa, que llevaba la cuenta justa de los costos y los reales
del morral. No queremos nombrarlos todos, pero resaltamos el quinto día, que le
correspondió a una apasionada trigueña tuyera a la que todos en La Jaula y en
Sta. Teresa apodaban Quinta – por aquello de que «Todos se “cogen” a la Quinta
Enmienda». O el inicio de la segunda semana que le toco a Las Mellizas un par
de catiras de treinta y tantos años, una de valenciana y la otra Guayanesa, que
se parecían mucho, y desde que llegaron a La Jaula Doña Maria Rosa se dio cuenta
de la semejanza y decidió explotarla y ofrecerla a aquellos clientes que tenía
esa fantasía. Cuando se abrió la puerta y
las Mellizas entraron en su habitación Croché no lo podía creer, ese fue un día
para el recuerdo. Otro día para recordar fue el preferido de Croché, y sucedió cuando se acercaba el
final de su fantasía, y al abrirse la puerta de la habitación la bandeja la
cargaba una muñeca que aparentaba mucho menos de los veintitantos que
supuestamente tenia. Recién llegaba a La Jaula, la apodaban Lolita y con ella
Croché casi cubrió el total de su Fantasía.
Finalmente,
cuando ya habían pasado casi tres semanas, al abrirse la puerta del cuarto la
bandeja la traía la misma Doña Maria Rosa, al verla la mujer que aún estaba en la cama y
que lo había acompañado el día anterior: lo beso, sonrió, apuradamente recogió sus cosas y
salió de la habitación, cerrando la puerta tras ella. Ma´Rosa, que vestía una
larga y ceñida bata china de color rojo, traía en la bandeja un desayuno más
elaborado que los anteriores y una botella del "Viejo Parra" sin estrenar, puso
la bandeja en la mesa de noche, abrió la botella, con gracia bautizo el café,
se sentó en la cama y sonriéndolo le paso la tasa al hombre, mientras le decía:
«Bueno Croché, todo tiene su final, ¿estas satisfecho?, ¿te gustaron tus vacaciones? ya has estado con todas
mis chicas, este es tu último día en La Jaula y, entre todas, puedes elegir
quien te acompañara hoy, dime ¿con quién quieres cerrar?». El hombre le dio un
largo trago al café que le ofrecían, coloco la tasa en la mesa de noche, se
acercó a la mujer y sin dejarla pensar la atrajo hacia él para besarla, al
hacerlo la bata china se entreabrió dejando ver las aun bellas tetas de la Madama.
La verdad es que la mujer no lo esperaba, pero se dejó llevar, ese día en La
Jaula nació la leyenda de que Croché era el único hombre que le había podido
aguantar más de un round en la cama.
Al
siguiente lunes el montacarguista se reincorporo a su trabajo, sin
explicaciones, sin cuentos, sin chismes, simplemente retomo su trabajo en la
planta, intentando regresar a su rutina de siempre: cargando contenedores,
desarmando maquinas o tanques, descargando gándolas, haciendo lo que hiciera
falta. Sin embargo, la verdad es que jamás lo logro, ya que luego de hacer
realidad su fantasía Croché, nunca volvería a ser el mismo.
Antes
de Carnavales el hombre murió, ¿Cómo? nunca se supo, pero Doble Seis y otros
compañeros lo consiguieron un sábado en el mañana acostado y sonriendo sobre un
banco de la plaza Bolívar de Sta. Teresa. Llevaba varias horas allí cuando los
amigos lo encontraron y lo llevaron inútilmente a la medicatura, más por
costumbre que por convencimiento.
El
entierro Bailado de Croché fue todo un acontecimiento en San Francisco de
Yare: adelante la urna de madera, con herrajes dorados, cargada y bailada
por el viejo Cara E´Loco y su cuadrilla de bailadores, con levitas negras y
zapatos de charol con postizos de hierro que sacan chispas cuando caminan, dando un
paso pa´alante y dos pa´tras – pero, a pesar de eso, inexplicablemente avanzando – , detrás de
ellos un tupido lote de plañideras pagadas por La Jaula, luego los obreros, trabajadores y supervisores de la planta, y cerrando la
procesión la misma Doña Maria Rosa y todas sus mujeres de La Jaula, luciendo cada una su mejor gala.
Llegaron al cementerio, rezo el párroco, bajaron la urna al hoyo y colocaron una lápida de bronce que simplemente decía:
JOSÉ GREGORIO LUGO PADRON
«C R O
C H É»
1935 – 1991
que me quiten lo bailado
Pterodáctilo
Ancestral
abril
2018
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