domingo, 15 de abril de 2018

LA FANTASÍA DE CROCHÉ, Que me quiten lo bailado… …









NOTA DEL AUTOR: Los protagonistas, personajes y hechos incluidos en este relato son completamente ficticios, e inventados en una noche de copas alrededor del fuego. La utilización de personas e instituciones verdaderas o hechos reales se realizó solo con fines de enmarcar a nuestros personajes en un tiempo y espacio determinado. Cualquier otro parecido con la realidad es pura, simple y completa coincidencia


Caracas, abril 2018







Aquella mañana de noviembre Jesús, (el joven supervisor al que todos apodaban Doble Seis o Doble a secas), llego a las instalaciones de la empresa antes del cambio de turno – siempre disfrutaba de estar presente para la salida de “los de amanecida” y la entrada de “los del primer turno” -, y como siempre, se encontró con “Croché” que también estaba entrando a la planta. En la pila bautismal de algún pueblo de los Valles de Tuy lo habían bautizado José, y es el uno de los operadores de montacargas pesados de la planta, pero desde que – en algún momento, en cualquier lugar y por todas las causas – sufrió un accidente que lo condeno a renquear por siempre, los jodedores lo llaman “Croché”, hoy más que un mote, el alias es su alter ego y lejos de molestarse cuando se lo dicen, lo extraña cuando lo llaman por el nombre de bautismo.
  
A esa hora de la “madrugada” el montacarguista siempre le parecía un zombi: más enflaquecido de lo habitual, como si durante la noche lo hubieran vaciado por dentro despojándolo de su desbordante simpatía y habitual sonrisa, caminando en zigzag con la mirada fija en sus botas de seguridad, que arrastraba tras la pierna lisiada a la que le debe el mote, dejando una “estela como de Guácara” sobre la humedad con que el sereno cubrió la tierra del patio de entrada. Cuando pasa por la vigilancia para marcar su entrada, el “guachimán” de turno – sin siquiera hablarle – le pasa un vaso plástico desechable repleto de humeante “guayoyo colado en manga e´tela”.

Con el humeante vaso en una mano, y un sucio morral que le sirve de lonchera en la otra, el hombre sigue su rumbo de manera automática.

La estela sobre la húmeda tierra, indica que Croché se dirige a los vestuarios, sin prender las luces va directo a su locker, lo abre, mete “medio cuerpo adentro” y a los pocos minutos sale tomando un largo trago del “guayoyo envenenado” en el que ha convertido el humeante brebaje que le dio el vigilante. La metamorfosis es inmediata y total: el cuerpo se llena desapareciendo la apariencia de escuálido, la cojera disminuye – sin terminar de desaparecer de un todo – y la sonrisa regresa a la cara iluminando todo a su alrededor, ahora si ve al joven supervisor y lo saluda:

-               Buenos días doble seis, madrugando como siempre.

-               Buenos días Croché, tú también llegando temprano, ¿Cómo estuvo el fin de semana? – le comento el joven

-                Nada, me la pase por aquí, el sábado cargarnos tres gándola para Colombia y el domingo con la gente de mantenimiento desmontamos el tanque de ácido para cambiarle la fibra – comento el viejo montacarguista, con naturalidad

-               Verga Croché, otro fin de semana de sobretiempo, ¿cuantas horas tienes acumuladas este mes?, ¿tu como que estas “engordando el promedio” para las utilidades? – le pregunta riendo doble seis

-                Ya ni se – se ríe el viejo -, eso de los cálculos se lo dejo al sindicato y a recursos humanos, que se peleen ellos. Pero yo no tengo mujer, ni hijos, ni nadie que me espere en la casa, es más: desde hace tiempo ya no tengo nada que llamar casa, así que mejor estoy por aquí que en la plaza Bolívar de Sta. Teresa.

-                Nada Viejo. para mi tu estas engordando las utilidades – cerro el supervisor riendo

El viejo sonrió, le verdad es que él tenía una fantasía desde hacía muchos, muchos años, y el día de navidad del año pasado se dijo: «Coño Croché, El Niño Jesús tampoco te trajo nada este año, y a ti te enseño tu padre que el que no tiene abuela, tiene que sacar el pie pa´mecerse», y en ese momento, había decido auto-regalarse su fantasía para las siguientes navidades, para lo que necesitaba una buena cantidad de bolívares, y, en consecuencia, sin ninguna duda, escrúpulo, ni vergüenza: «Croché estaba engordando sus utilidades».

Discúlpenme y permítanme que los ponga en contexto: En esos, ya muy lejanos, años del inicio de los 90´s, la crisis interna devaluaba el bolívar, por lo que aumentaba – en igual proporción – la competitividad de exportación de las empresas manufactureras venezolanas. Esto, sumado a una muy elaborada y seria política internacional del ejecutivo nacional (Pacto de San José, Grupo de los Tres, Pacto Andino, etc) fueron el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de cientos de empresas privadas, que se dedicaron a explotar el tema de las exportaciones no petroleras. En cualquiera de esas empresas un obrero no calificado, que trabajara una buena cantidad de horas extras durante el año, aumentaba (o engordaba, como preferían decir ellos para hacer analogía con los cochinos que engordaban en sus patios pa´navida) su promedio de salario lo suficiente, como para que las utilidades navideñas alcanzaran para: comprar una o varias patas de ganado (procedimiento por lo que entre cuatro obreros compran una cabeza de ganado, por lo que cada uno compra una o varias patas y se las entregan a uno de los viejos del pueblo que se encarga de criarlas y engordarlas), pagar el anticipo de un carrito de agencia, comprarse un carro o camioneta de segunda mano, construir otro piso o un cuarto extra en el rancho, y hasta para construirse un rancho nuevo en el que mudarse con una nueva mujer. Alguien me dijo alguna vez, que para ver en donde se invertían las utilidades de los obreros venezolanos bastaba con observar ¡¡¡LAS ENORMES QUINTAS!!! que desordenadamente llenaban de colores los barrios de cualquiera de las ciudades del País. Otra cosa es que no existieran los urbanismos y servicios indispensables para poder VIVIR (así en mayúsculas) en esas viviendas, pero solo hacía falta levantar la vista a los cerros para ver: «donde estaban los reales». Regresemos ahora a nuestra historia.  

Y así fue como Croché a lo largo de todo el año engordo su promedio de manera consciente e importante, por lo que cuando recibió su Bono Navideño de cuatro meses de utilidades y dos meses de vacaciones, el cheque representaba una “pequeña” fortuna, que sería la envidia de cualquier obrero de esta época. Ese día el viejo saco del locker el sucio morral que le habían servido de lonchera durante varios años y se dirigió a la sucursal del banco ubicada frente a la plaza Bolívar de Sta. Teresa, al entrar hizo su cola durante un buen rato, y al llegar frente a la taquilla le entrego el cheque, la cedula y el morral a la cajera, diciendo, con su habitual cortesía:

-               Por favor me lo das todo en efectivo, y me lo metes en este morral.

-               ¿Lo quieres todo en efectivo? – pregunto la empleada con fastidio al ver la cantidad y la hora – mi amor, vas a tener que esperar un buen rato, le tengo que pedir al gerente que lo saque de la bóveda.

-               No importa, no hay apuro – le sonrió Croché, y bajando la voz – me los metes todos en el morral, yo espero aquí.

Luego de una larga espera, finalmente el viejo recibió su morral, repleto de los billetes con que haría realidad su fantasía, lo agarro se le puso a la espalda y camino hasta la parada de las camioneticas que van hacia la vía de Guatopo, a la salida del pueblo. En algún momento del año, el montacarguista, había decidido que su fantasía se realizaría en La Jaula, una de las casas con más experiencia, casta y alcurnia entre las que se dedican al lenocinio en Sta. Teresa. Llego muy temprano al lugar, por lo que aún no había iniciado el típico ambiente de los viernes en la noche, toco la puerta y le abrió un hombre de muy baja estatura – de esos que no sirvieron en la recluta, por no dar la talla, se llamaba Eduardo, pero desde que las mujeres de La Jaula lo bautizaron Chichón, el otro nombre se olvidó para siempre – en La Jaula hacía de mesonero, portero, vigilante, barrendero, plomero, electricista y cualquier otra cosa que le pidiera Doña Maria Rosa, la regente del local y su jefe. En lo que abrieron la puerta Croché se le quedo viendo al enano y le dijo:

-               Epale Chichón, ¿esta Ma´Rosa?

-               Aún está arriba, cambiándose pa´ la noche, si quieres la esperas en la barra – le contesta el tipo, que hacía mucho tiempo que, para sobrevivir, había decidido no arrecharse con el mote

-               Mejor la espero en una de las mesas, requiero hablar algo privado – replico el otro

-               Sabes que pa´sentarse en las mesas hay que consumir, ¿Qué te traigo? – tercio el Chichón pasando de inmediato de su rol de portero al de mesonero.

-               Tráeme una botella de Caña Clara, y un vaso corto – ordeno Croché

El lugar estaba a medio luz – como era de esperar – y con el aire acondicionado al máximo, por lo que resultaba sumamente agradable, para los que entraban del calor de la calle, Croché se sentó en un una de las mesas de una esquina del salón, mirando hacia la escalera que subía hacia los dos pisos de habitaciones, al poco rato bajo la patrona. Doña Maria Rosa – o simplemente Ma´Rosa, como le decían sus mujeres y los asiduos al local – era una negra de Barlovento que media más de un metro ochenta, y que había llegado a Los Valles del Tuy “detrás de un hombre a caballo” cuando el inicio de la democracia, las leyendas entre las mujeres de La Jaula dicen que aún estaba buenísima y que ningún hombre le había podido aguantar más de un round en la cama. Hoy, aunque su edad era totalmente indefinida, y de que no había duda de que había pasado sus mejores tiempos, aun llenaba el salón al entrar y su cuerpo seguía atrayendo las miradas de todos los hombres presentes. Su porte actual era herencia del de las Madamas legendarias en el negocio.

Al entrar en el salón, Ma´Rosa, busco en la penumbra y al ver a Croché se dirigió hacia la mesa que ocupaba el hombre. La Madama y Chichón llegaron juntos a la mesa, y el hombre le entrego el primero de los muchos Viejos Parra, seco en copa tipo brandy, que se tomaría en la noche:

-               Buenas tardes Croché – saludo al hombre – llegas temprano, cuéntame: ¿que deseas?

-               Hola Ma´Rosa – contesto el montacarguista, que disfrutaba llamando a la mujer con su alias, y pasándole de inmediato el viejo morral continuo –, tengo la fantasía, de pasar unas vacaciones de varios días en La Jaula, en este morral está el total de mi bono navideño. No necesito nada especial, con Caña Clara y lo mismo que Ustedes coman aquí estará bien. La idea es que los reales puedan durar varias semanas.

-               ¿Vacaciones en La Jaula? Ja Ja Ja Ja – rio la Madama – eso si no se me había ocurrido, mira Croché déjame contar cuanto hay aquí, y ver como organizamos todo. Por ahora quédate con Cleopatra, ella te acompañara durante esta noche, y en la mañana cuadramos los detalles.

Y así inicio, la Fantasía de Croché, la primera noche con Cleopatra: una caliente barranquillera, de baja estatura, pero bien proporcionada, con fama de disfrutar y hacer disfrutar del sexo. Esa noche bailaron, cumbia, salsa, boleros, merengues, y algunas otras cosas. Tarde en la noche subieron, a la habitación principal que da a la terraza del segundo piso, en donde una pequeña piscina había sido acondicionada como jacuzzi, y allí, bajo las estrellas y con Guatopo a la espalda, Cleopatra hizo honor a su merecida fama.

Despertaron, después de las doce del día siguiente, lo hicieron nuevamente y justo cuando terminaban, tocaron a la puerta de la habitación, era Magda, una muy bella mulata maracucha con sangre guajira de larga melena y mayores senos, que le traía arepas de queso guayanés, café negro y jugo para el desayuno, al ver entrar a la maracucha Cleopatra se despidió de Croché con un beso, y un «la pase muy bien mi negro» mientras recogía sus ropas salía del cuarto. Croché le puso lo que quedaba de Caña Clara al café, tomo un largo trago, y dirigiéndose a la maracucha «vamos a desayunar, guajira», y así inicio el segundo día de la fantasía de Croché.

A partir de allí los días se sucedieron, sin que nadie los contara, bueno nadie excepto Doña Maria Rosa, que llevaba la cuenta justa de los costos y los reales del morral. No queremos nombrarlos todos, pero resaltamos el quinto día, que le correspondió a una apasionada trigueña tuyera a la que todos en La Jaula y en Sta. Teresa apodaban Quinta – por aquello de que «Todos se “cogen” a la Quinta Enmienda». O el inicio de la segunda semana que le toco a Las Mellizas un par de catiras de treinta y tantos años, una de valenciana y la otra Guayanesa, que se parecían mucho, y desde que llegaron a La Jaula Doña Maria Rosa se dio cuenta de la semejanza y decidió explotarla y ofrecerla a aquellos clientes que tenía esa fantasía.  Cuando se abrió la puerta y las Mellizas entraron en su habitación Croché no lo podía creer, ese fue un día para el recuerdo. Otro día para recordar fue el preferido de Croché, y sucedió cuando se acercaba el final de su fantasía, y al abrirse la puerta de la habitación la bandeja la cargaba una muñeca que aparentaba mucho menos de los veintitantos que supuestamente tenia. Recién llegaba a La Jaula, la apodaban Lolita y con ella Croché casi cubrió el total de su Fantasía.

Finalmente, cuando ya habían pasado casi tres semanas, al abrirse la puerta del cuarto la bandeja la traía la misma Doña Maria Rosa, al verla la mujer que aún estaba en la cama y que lo había acompañado el día anterior: lo beso, sonrió, apuradamente recogió sus cosas y salió de la habitación, cerrando la puerta tras ella. Ma´Rosa, que vestía una larga y ceñida bata china de color rojo, traía en la bandeja un desayuno más elaborado que los anteriores y una botella del "Viejo Parra" sin estrenar, puso la bandeja en la mesa de noche, abrió la botella, con gracia bautizo el café, se sentó en la cama y sonriéndolo le paso la tasa al hombre, mientras le decía: «Bueno Croché, todo tiene su final, ¿estas satisfecho?, ¿te gustaron tus vacaciones? ya has estado con todas mis chicas, este es tu último día en La Jaula y, entre todas, puedes elegir quien te acompañara hoy, dime ¿con quién quieres cerrar?». El hombre le dio un largo trago al café que le ofrecían, coloco la tasa en la mesa de noche, se acercó a la mujer y sin dejarla pensar la atrajo hacia él para besarla, al hacerlo la bata china se entreabrió dejando ver las aun bellas tetas de la Madama. La verdad es que la mujer no lo esperaba, pero se dejó llevar, ese día en La Jaula nació la leyenda de que Croché era el único hombre que le había podido aguantar más de un round en la cama.

Al siguiente lunes el montacarguista se reincorporo a su trabajo, sin explicaciones, sin cuentos, sin chismes, simplemente retomo su trabajo en la planta, intentando regresar a su rutina de siempre: cargando contenedores, desarmando maquinas o tanques, descargando gándolas, haciendo lo que hiciera falta. Sin embargo, la verdad es que jamás lo logro, ya que luego de hacer realidad su fantasía Croché, nunca volvería a ser el mismo.

Antes de Carnavales el hombre murió, ¿Cómo? nunca se supo, pero Doble Seis y otros compañeros lo consiguieron un sábado en el mañana acostado y sonriendo sobre un banco de la plaza Bolívar de Sta. Teresa. Llevaba varias horas allí cuando los amigos lo encontraron y lo llevaron inútilmente a la medicatura, más por costumbre que por convencimiento.

El entierro Bailado de Croché fue todo un acontecimiento en San Francisco de Yare: adelante la urna de madera, con herrajes dorados, cargada y bailada por el viejo Cara E´Loco y su cuadrilla de bailadores, con levitas negras y zapatos de charol con postizos de hierro que sacan chispas cuando caminan, dando un paso pa´alante y dos pa´tras – pero, a pesar de eso, inexplicablemente avanzando – , detrás de ellos un tupido lote de plañideras pagadas por La Jaula, luego los obreros, trabajadores y supervisores de la planta, y cerrando la procesión la misma Doña Maria Rosa y todas sus mujeres de La Jaula, luciendo cada una su mejor gala.

Llegaron al cementerio, rezo el párroco, bajaron la urna al hoyo y colocaron una lápida de bronce que simplemente decía:

JOSÉ GREGORIO LUGO PADRON
«C  R  O  C  H  É»
1935 – 1991
que me quiten lo bailado

Pterodáctilo Ancestral
abril 2018




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