Este
relato y otros muy parecidos los hemos escuchado y leído infinidad de veces de
diferentes formas y maneras, encontrándolo ambientado en diversos países y
fechas.
Tantas
variantes conocemos, que hoy se nos hace imposible recordar la versión y autoría
inicial u original del mismo. Lo que si podemos precisar son tres cosas: (i) la
versión que mantenemos en nuestra memoria está basada en un relato que publicó el
Dr.
Francisco Herrera Luque en su siempre vigente HISTORIA FABULADA y que
leímos durante nuestra infancia, (ii) la crónica siempre nos gustó y nos
pareció la mejor descripción posible de la verdadera venezolanidad, es por eso
que desde hace mucho tiempo la queríamos compartir con Ustedes por este medio,
y (iii) dado que no teníamos ninguna versión por escrito del relato, nos tocó
escribirlo en su totalidad desde nuestros recuerdos más profundos, por lo que
algo o mucho de nuestro corazón y estilo quedara en ella, por favor perdónennos
lo malo. Entonces para todos Ustedes nuestra versión siglo XXI de ... ... ...
LOS MANGOS SON DE QUIEN LOS NECESITA
Entre
1939 y 1941, aproximadamente 300.000 judíos polacos (casi el 10% de la
población judía de la época), huyeron de las zonas de Polonia ocupadas por los
alemanes. Particularmente se estima que España permitió el ingreso de unos 30.000
refugiados judíos – mayoritariamente provenientes de Francia – a estos se les
permitió cruzar España en su camino hacia Portugal. Y aunque al final de la
guerra la presión alemana redujo sustancialmente la cantidad de judíos a los
que se les permitió el ingreso a la península Ibérica, los cónsules españoles
continuaron repartiendo documentos de identidad (cruciales para escapar) a los
judíos en diversas partes de Europa. Por su parte Portugal – un país neutral
que mantenía las mejores relaciones con los Aliados – permitió que varios miles
de esos judíos polacos llegaran al puerto de Lisboa y una vez allí,
organizaciones judías estadounidenses y francesas ayudaron a miles de refugiados
a llegar a los Estados Unidos y Sudamérica: Nuestra Otylia Minsky era uno de
ellos.
Otylia significa Heroína Afortunada en la lengua de
sus abuelos, y nuestra protagonista hizo honor a su nombre en la huida que protagonizo desde
su Varsovia natal, hasta el puerto portugués. Tan pronto como las tropas de
Hitler, avanzaron sobre Polonia en 1939 – a la larga los nazis matarían al 90%
de los judíos polacos – los Minsky buscaron la manera de emigrar a Sur América,
sin embargo, el viaje era largo, costoso y sobre todo riesgosos para una
familia de judíos que dada su fisionomía PARECÍAN JUDÍOS y no tenían la menor
oportunidad de pasar por católicos – aun hoy es imposible cuantificar a los
judíos polacos conversos que eligieron esconder su identidad para proteger sus
vidas y la de sus hijos – por lo tanto los tres miembros de la familia
Minsky comenzaron a vender sus bienes y propiedades para obtener los fondos que
le permitieran pagar el largo viaje hasta Buenos Aires, en donde pensaban
buscar a unos familiares que les ayudarían a iniciar de nuevo con sus vidas.
La
venta de las pertenencias se dificulto por los bajos precios que pagaban los
usureros de los cambalaches, aprovechando la precaria situación que vivían los
judíos en aquella Europa Nazi, y por lo doloroso de tenerse que desprender de
sus posesiones más preciadas, aquellas que atesoraba su historia y la de sus
ancestros. Por eso en las noches al acostarse Otylia terminaba sus oraciones invariantemente
de la misma manera: «Lo sé, lo sé. Somos
el pueblo elegido. Pero, de vez en cuando, ¿no podrías elegir a algún otro?»
(tomado de El violinista en el tejado).
Entre
octubre y noviembre de 1940, las tropas Nazis iniciaron la implementación del Getto
Warszawskie (en español: El gueto de Varsovia), con la idea de confinar
a todos los judíos de Varsovia, y en ese momento el Sr. Minsky decidió que ya
no podían esperar más, y contacto a los miembros de Armia Krajowa (Ejército
del País), quienes dirigían las acciones más arriesgadas en apoyo de los
resistentes judíos. La idea era sumamente audaz ya que la ruta elegida era larga,
y estaba totalmente dominada por las tropas alemanes: atravesarían el sur de Austria
(teniendo sumo cuidado en evitar Viena) hasta llegar a la “Neutral Suiza”, luego subirían
al norte para ingresar a la Francia ocupada (alejándose de las zonas dominadas
por el Gobierno de Vichy), desde allí recorrerían diagonalmente “La
France” para alcanzar los Pirineos, planeaban penetrar a España por
Fuenterrabía en el País Vasco para cual peregrinos medievales seguir el Camino
de Santiago continuando a Portugal, que recorrerían de norte a sur buscando Lisboa
donde planeaban embarcarse hacia la Libertad. La descripción dada en esas pocas
líneas pudiera parecer poco para alguno de nosotros, pero suma más de 11.500 Km
entre los 5.000 Km para atravesar la Europa Nazi y los 6.500 Km que navegarían a
través del Atlántico y del Caribe para llegar a las costas de América, y
nuestra protagonista tardo casi un lustro en recorrerla, y le costó todo lo que su
familia había ahorrado por generaciones más, la vida de sus padres.
El padre murió, entrando al Principado de
Liechtenstein (Suiza) cuando el supuesto contacto que los ayudaría a cruzar la
frontera resulto ser un colaboracionista que los traiciono, sus últimas
palabras a su esposa e hija fueron: «Sin todas nuestras tradiciones, nuestra
vida sería algo tan inseguro como un violinista en el tejado» (tomado
de El violinista en el tejado).
La Madre no resistió el frio y murió de
pulmonía la noche de Navidad de 1944 en algún pesebre de un pueblo entre Burdeos y San Sebastián, la hija lloro por no poder darle sepultura según la tradición de sus abuelos y no tener un tradicional Takhrikhin para ella. Sus palabras de despedida para su hija fueron: «Te fe mi niña, algún día esta horrible guerra habrá terminado, algún día volveremos a ser personas y no solamente judíos» (tomado de El Diario de Anna Frank).
Otylia,
continuo sola con su ÉXODO y cuando finalmente se embarcó
en el “Luciano Manara” en el Puerto de Lisboa, la guerra técnicamente había
terminado y ella estaba arruinada (sus pertenecías apenas llenaban una vieja
mochila de lona) y sola (no tenía ni amigos ni familia en todo el mundo). Luego
de dos largas semanas de navegación, finalmente la joven admiro por primera vez
las montañas que le darían sombra por el resto de su vida.
Así el
amanecer del primer sábado de mayo de 1945, encontró al “Luciano Manara”
plácidamente anclado en la rada de La Guaira en donde se quedaría algo del
pasaje (especialmente portugueses y canarios), y el buque se abastecería para
continuar su viaje hasta Buenos Aires. Otylia aprovecho la oportunidad para
bajar a tierra y de esa manera alargar sus piernas entumecidas, al llegar al
pueblo sintió por primera vez las caricias de los rayos del Sol del Caribe y
comenzó a caminar por las calles viejas del puerto que no habían sentido la
modernización introduciendo por las audaces reformas con las que el Presidente
Medina buscaba convertir a Venezuela en una república moderna y plenamente
integrada al siglo XX.
Comenzó a caminar por las calles bellamente adornadas con altares a La Cruz de Mayo, y al llegar a una esquina observo a un negrito sin camisa ni zapatos, y que con solo unos viejos calzones que hacían las veces de traje de baño, administraba la venta de una docena de frutas amarillas y apetitosas que la joven jamás había visto y menos probado. Toda el hambre acumulada en aquel largo año de deambular de escondite a escondite a lo largo de media Europa, se hizo presente y los ojos de Otylia no la pudieron ocultar. El negrito vendedor entendió que se aproximaba una buena venta y tomando los dos mejores ejemplares de su “mostrador” se los ofreció a la potencial cliente diciendo: «tome aproveche son del Ávila y a dos por locha, no podrá conseguir mejores precios de aquí a la Plaza Bolívar de Caracas», para la joven aquellos días y noches rodeada de lusitanos e isleños, no habían sido suficientes para lograr entender el idioma español, pero comprendió lo que le decía aquel negrito desnudo que le ofrecía dos extrañas frutas, la blanca sonrisa sobre la carita bronceada la hizo sentir en confianza y sin pensarlo le respondió en la lengua de sus padres: «Nie mam pieniędzy». Él niño jamás había escuchado aquella extraña lengua, pero de inmediato entendió lo que sucedía y puso las frutas en las blancas manos de la niña diciendo: «Tome coma tranquila, los magos son de quien los necesita». Aquella tarde Otylia bajo sus pertenencias a Venezuela, su DIÁSPORA había terminado, había llegado a LA TIERRA PROMETIDA.
Dedicado
a todos los emigrantes que hicieron de esta tierra su Patria Adoptiva,
especialmente a mis padres Cecilia & Rodrigo, a mi suegra María Luisa,
y a
mi inolvidable amigo Luigi GINO Luongo
que ayer 1ro de septiembre de 2017
partió al campo del reposo y de la dicha
a contar sus historias alrededor de la fogata eterna
MISIÓN CUMPLIDA GINO
LARGA ES TU HISTORIA Y ETERNA TU LEYENDA
Pterodáctilo Ancestral
2 de septiembre de 2017
Gran relato Juanro, agradecido de la foto de un gran Venezolano emigrante y mejor scout nuestro amigo Gino de quien aprendimos por su gran ejemplo como ser humano
ResponderEliminarGracias Ignacio, sin duda Gino un excepcional ser humano, se le extraña
EliminarMuy bueno, ya lo he leido tres veces...
ResponderEliminarQueridísima Sandra: Disfruto que lo disfrutes, para eso los escribo, y estoy seguro que allí en donde hoy estas: los mangos también son para quien los necesite
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